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Sandra Monfort, cantante: “El pueblo me da claridad: levantarme y oler los naranjos... La ciudad me ofusca”

La artista de Pedreguer, rotunda revelación del reciente pop valenciano, presenta su extraordinario segundo álbum, avalado por tres premios Carles Santos, en el Palau de les Arts.

Sandra Monfort
Sandra Monfort, en una imagen de promoción.Elena M. Silvestre/ Pep Buades

Fueron los cinco minutos más vigorosos de la última ceremonia de entrega de los premios Carles Santos. Al menos, desde el atril. La reivindicación de la tierra, de lo rural, del feminismo, de la memoria de nuestros mayores, de nuestra lengua, de nuestra música, de nuestro humor y de figuras clave de la cultura valenciana, como Ovidi Montllor, Carmelina Sánchez Cutillas, Concha Piquer o Joan Fuster, resonó en un discurso sin guion. Sin necesidad de mirar el papel. Con una convicción volcánica. Lo pronunció Sandra Monfort (Pedreguer, 1992), y su euforia no era para menos: su segundo álbum, La mona (2023), acababa de llevarse tres de los premios gordos. Por mejor disco de pop, por mejor disco (así en general, sin categorizar) y por mejor canción por Moreneta. Refrendo que se suma a los dos que ya obtuvo hace dos años por su debut, Niño reptil ángel (2021). “Aunque todo el mundo se merece premios, estos los deseaba porque creo que el disco tiene el nivel para llevarse unos cuantos Carles Santos”, confiesa con una confianza en sí misma que nada tiene que ver con la prepotencia.

Quien la desconozca y se acerque por primera vez a su música a través de Pasodoble Maria, el corte que abre su último disco –acompañado por un estupendo videoclip en el que la barraca, la paella, los naranjos y el parkineo rutero son protagonistas–, se topará con una reinvención posmoderna del pasodoble, con guiño a la clásica copla María de la O, que no conviene confundir – pese a ese “clar que sí, xica!” que le sale del alma y que repitió en su discurso – con una folklorización liviana e inocua, de esas que tanto estilamos por aquí, de nuestra herencia cultural. Al contrario. En su disco se citan la cumbia digital, la bachata electrónica, el bolero, la balada y el folk desde una perspectiva rabiosamente contemporánea, con el descaro de quien además conoce al dedillo nuestra tradición musical, algo que ya demostró en su anterior trabajo, muy diferente a este, ambos singulares: “Los dos siguen teniendo una parte folclórica, abrazando la fragilidad desde un lugar seguro, pero mientras el primero era mucho más hacia dentro, más etéreo, volátil y marino, con esa oscuridad como de estar ubicado al fondo del mar y con unos hilos de luz que se cuelan desde la superficie, este segundo lo ubico en tierra de naranjos, al azul fosforescente del cielo, porque es más expansivo, más de celebrar, más hacia fuera”, explica. El tránsito puede resultar abrupto, pero ella lo ve natural, porque “aquel trataba sobre lo feo, lo vulnerable, lo frágil y lo deforme, que también puede ser bello, mientras que este trata el drama desde el humor, con más ligereza, desde el cansancio de estar siempre conviviendo con la culpa y el silencio y el dolor, mostrándome ligera, alegre, chula incluso”.

Sandra vivió durante años en Barcelona, en cuya ESMUC cursó estudios de música, pero hace ya tiempo que volvió a Pedreguer, de donde no piensa moverse: “Se refleja en mis canciones, el pueblo me da claridad: levantarme y ver la montaña, oler los naranjos, la tierra mojada, el romero… La ciudad me ofuscaba”, asume, al tiempo que reconoce “a muchos jóvenes les agobia el pueblo, pero les ocurre porque es como un perro, que si le tienes miedo, lo huele y hace lo que quiere de ti; pero si lo camelas y lo seduces, es el paraíso total”.

Reconoce que fue su abuela quien empezó a transmitirle tradición: en la casa donde vive ahora se cantaban cants de batre. Hasta entonces, escuchaba “en bucle” a Avril Lavigne o System of a Dawn. Aún forman parte de ella. Pero hoy en día también Sevdaliza, Kate Bush, Concha Piquer, Bola de Nieve, Caroline Polachek o Marifé de Triana nutren su devocionario. Considera que “durante mucho tiempo se despreció la música tradicional”, pero que la fusión de folk y vanguardia que bulle por toda España “ya no tiene vuelta atrás”. Monfort reparte su tiempo entre su proyecto personal y Marala, trío que completan la mallorquina Clara Fiol y la catalana Selma Bruna. Son las dos patas de su banco. No podría sostenerse económicamente sin ambas. Por eso sabe que “si no hay facilidades políticas, acabas preguntándote si tiene sentido este viaje y lo acabas dejando: me gusta vivir de esto, pero ojalá la sociedad lo valorase más y hubiera más recorrido”.

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