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El regreso del alficoz, entre el melón y el pepino, para luchar contra el cambio climático

Un proyecto liderado por la Politècnica de Valencia busca semillas tradicionales de la familia del melón o la calabaza que resistan el riego con poca agua y alta salinidad

Rafa Burgos
Ejemplares de Alficoz, en una imagen cedida por la Universidad Politécnica de Valencia.
Ejemplares de Alficoz, en una imagen cedida por la Universidad Politécnica de Valencia.

El alficoz fue una de las primeras variedades de hortalizas cucurbitáceas que se cultivó en España. Tras su entrada en la Península desde el norte de África, procedente de India, arraigó en Murcia y el sur de la Comunidad Valenciana hasta que la fragilidad por la que no soporta bien el transporte lo confinó a los mercadillos de proximidad, de los que después prácticamente desapareció. Esta variedad de melón, también llamado cohombro o pepino fino, sobrevive apenas en los puestos que lo comercializan como calabacín o pepino de Marruecos. Sin embargo, el alficoz puede convertirse en un producto agrícola de primera magnitud ante el cambio climático, ya que soporta muy bien la sequía e incluso el riego con agua con altas concentraciones de salinidad, según un estudio liderado por la Universitat Politècnica de València (UPV), que busca alternativas a las variedades actuales, seleccionadas en tiempos de bonanza climática.

El proyecto, llamado Diversidad genética y digitalización para el ahorro de recursos hídricos en el cultivo de las cucurbitáceas, tiene como objetivo “utilizar la biodiversidad” de esta familia vegetal “para ofrecer variedades tradicionales de calabaza, melón, sandía, pepino y calabacín que resistan mejor ante el aumento de la temperatura y la escasez de agua”, explica Belén Picó, vicerrectora de Investigación y catedrática de Genética de la UPV. Los investigadores viajan atrás en el tiempo porque “las semillas que se utilizan ahora se han ido seleccionando bajo los criterios de producción, uniformidad y adaptación a sistemas intensivos de cultivo”. Es decir, en épocas de abundancia de agua y de uso extendido de fertilizantes y pesticidas para combatir las plagas. Pero algunas de las variedades tradicionales, apartadas por las leyes del mercado, “aunque no sean tan productivas” están más blindadas contra el déficit hídrico “y dan un producto de gran calidad”.

Para ello, han recurrido al banco de semillas del Instituto de Conservación y Mejora de la Agrodiversidad de la entidad académica valenciana, así como a los del CITA de Zaragoza o el IMIDA de Murcia, para encontrar ejemplares “que puedan cultivarse en zonas marginales y con agua de peor calidad”. Hasta 500 variedades distintas, en solo un año, han salido de sus cámaras de frío y se han testado en zonas de cultivo particulares de Valencia y Elche (Alicante), en las que los agricultores han recibido instrucciones precisas para dosificar diferentes condiciones de riego. El estudio, financiado con fondos Next Generation del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Unión Europea y con el apoyo del Ministerio de Ciencia e Innovación y de la Generalitat Valenciana, también utiliza técnicas de digitalización para analizar el desarrollo de las raíces y drones para monitorizar los cultivos.

En esta búsqueda del cultivo resistente al calentamiento global, sin necesidad de recurrir a variedades transgénicas, prohibidas en España, el alficoz es uno de los que mejores calificaciones ha obtenido. “Tiene una floración precoz, es de ciclo corto y aguanta la sequía y la salinidad”, afirma Picó. Como sustituto del pepino, que no precisa mucha agua pero tampoco tolera demasiado las sales del terreno, el alficoz “es más dulce, menos acuoso y no repite”. Se consume con piel y es idóneo para ensaladas que se pueden aliñar con yogur. También dieron gran resultado la calabaza y el melón, que son generosos con la producción y no se arredran ante las inclemencias. La sandía es la que peor lo lleva, “pero injertada en pie de calabaza aguanta mejor la salinidad”.

Una investigadora de la Universitat Politécnica de Valencia con ejemplares de calabaza.
Una investigadora de la Universitat Politécnica de Valencia con ejemplares de calabaza.

El último paso del estudio, en el que también participan el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Universidad Jaume I de Castellón (UJI) y la Miguel Hernández de Elche (UMH), es testar los frutos obtenidos entre el consumidor. Picó y Santiago García, profesor de Genética de la UMH y responsable científico del cultivo en una parcela situada en el humedal de Carrizales (Elche), ofrecieron el pasado mes de agosto una cata de calabazas en unas carpas municipales de Dolores (Alicante), una localidad agraria del sur de la provincia. “Enseñamos 30 variedades distintas y dimos a probar seis asadas en horno”, recuerda García. Triunfó una calabaza de asar con un sabor muy dulce. “En condiciones de sequía”, explica el investigador, “la planta crece menos, pero genera un fruto más dulce, porque acumula azúcares al crecer en terrenos con alta salinidad”. Son todos, además, “cultivos de verano, lo que los hace más interesantes ante el cambio climático”, que ya ha empezado a dejar sentir el aumento de la temperatura y de la humedad que se avecina.

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