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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Firmado: un joven valenciano de la generación de cristal

Me pregunto si algún día tendré un trabajo fijo “de lo mío”. Si podré formar un proyecto de vida con quien yo quiera

Una persona mayor descansa en un banco de una población valenciana.
Una persona mayor descansa en un banco de una población valenciana.Mònica Torres

Habrá quien haya tenido a los abuelos más ricos, los más cultos o los más formados. Aurelia y Manolo doblaron el lomo toda su vida en una fábrica textil de mi pueblo, Enguera, antes de que este se desindustrializase y fuese condenado al olvido. De las pocas certezas que un joven de mi edad puede tener en un momento tan precario e inestable como el que vivimos es que a mis abuelos no los hubiese cambiado por otros en la vida. Porque ellos me enseñaron que lo importante, como cantaba aquella ranchera, no es llegar primero, sino saber llegar. Y que, si para cumplir mis sueños tengo que pisar al de al lado, no hay camino que valga. De Aurelia y Manolo aprendí, en definitiva, a ser humilde, a estar orgulloso de lo que soy y a no bajar nunca la cara.

La generación de mis abuelos se dejó la vida para garantizar un futuro mejor para sus hijos. Mis abuelos pasaron toda su vida trabajando y ahorrando, como hormiguitas. Con lo que ahorraron, ayudaron a mi padre a pagar sus estudios de Derecho, y se compraron unos terrenos en el campo para plantar naranjos, olivos y aquellas rosas que tanto le gustaban a mi abuela y que mi abuelo siempre le recogía después de trabajar en el campo. A la casita del campo que construyeron con su sudor la llamaron El Capricho: el sueño que dos buenas personas construyeron con no poco esfuerzo. Hace algo más de un año nos dejaba mi abuelo Manolo. Hace apenas dos semanas estaba en casa de mi abuela para leerle mi columna en EL PAÍS sobre las elecciones. Y no puedo olvidarme de la imagen, una semana después, de aquella corona tan bonita de rosas. “De tu nieto”, decía la inscripción. Y yo no podía dejar de llorar mientras subíamos aquella cuesta tan empinada hacia el cementerio.

Aurelio escuchando la última columna de EL PAÍS que le leyó su nieto.
Aurelio escuchando la última columna de EL PAÍS que le leyó su nieto.

La generación de mis padres tampoco lo tuvo fácil. Mi madre se pasó mis primeros años de vida trabajando como maestra interina, cada año en un lugar diferente. Mi padre también sufrió lo suyo para sacar su plaza de funcionario en un Ayuntamiento. Pero pudieron crear sus proyectos de vida, viajar en verano, comprar una segunda residencia e incluso pagarme clases particulares de inglés con George y Don, una pareja de estadounidenses encantadores que, por venturas de la vida, acabaron comprando una casita en mi pueblo. Como mis padres, yo fui a la universidad, y por suerte hasta he podido estudiar un par de másteres. No obstante, a diferencia de mis padres, veo que el futuro laboral de quienes nacimos en los 90 no se presenta demasiado optimista.

Con una tasa de paro juvenil (hasta los 25 años) de un 31%, me pregunto si algún día podré hacer ya no como mis padres, sino como mis abuelos. Me pregunto si algún día tendré un trabajo fijo “de lo mío”. Si podré formar un proyecto de vida con quien yo quiera. Cómo haré para pagar el alquiler si sigue subiendo a este paso, y todo a lo que tendré que renunciar si los precios del súper siguen subiendo. Me pregunto qué haré para pagar la cuota de autónomo cuando acabe mi primer año y tenga que pagar más del doble. Y veo a un torero de conseller de Cultura, acuerdos de gobierno escritos en una servilleta, discusiones de siglas en unos partidos políticos y auténticas guerras civiles en otros. Y no sé qué pensar. Igual, como cantaba Michael Jackson, los jóvenes y el futuro no les importamos a nuestros políticos cuando pasan las elecciones. Igual “they don’t really care about us”.

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