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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una derecha con traje de percha

El franquismo subyacente de los populares valencianos ha ido recubriendo con una gruesa capa de alzhéimer el recuerdo de Luis Lucia

Miquel Alberola
Mitin del Partido Popular en Mestalla (Valencia), en el que José María Aznar fue aclamado por miles de seguidores en febrero de 1996.
Mitin del Partido Popular en Mestalla (Valencia), en el que José María Aznar fue aclamado por miles de seguidores en febrero de 1996.Gorka Lejarcegi

La pasada noche de Reyes se cumplieron 70 años del fallecimiento de Luis Lucia, el fundador de la Derecha Regional Valenciana, la organización hegemónica de los conservadores indígenas hasta el allanamiento del franquismo. La efeméride no ha suscitado ningún eco solemne en esta tierra, repentinamente tan propensa a las conmemoraciones con subvencionados orfeones de panegiristas. Y puede que ni se produzca. Lucia sigue sin encajar en el complejo rompecabezas valenciano. No cabe en el santoral de la derecha que la guerra escindió de la que él lideró, ni, por supuesto, en el panteón metafísico de meritorios de la izquierda, si bien no despierta antipatías por su extrema decencia. Defendió la legalidad de la República frente a la sublevación militar que la aplastó, fue perseguido y encausado por ambos bandos y acabó condenado por los vencedores en un penoso proceso que Vicent Comes, en su libro En el filo de la navaja, definió como “la soledad de un incómodo”.

Se diría, si no fuera una paradoja, que su incomodidad pervive más que su recuerdo. Lucia es una referencia perturbadora para el PP valenciano, que, sin embargo, en 1996 y con animación de Manolo Escobar, pretendió igualar su hito del multitudinario mitin de Mestalla de junio de 1935. A parte de eso, nada. O lo que es peor, solo el vituperioso episodio de Juan Cotino en su despedida en octubre de 2004, acuciado por varias causas judiciales de las que le libró su muerte (el socorrido rescate providencial). El entonces presidente a media jornada de las Cortes Valencianas trató de tapar su amoralidad con la integridad de Lucia, compareciendo con su libro En estas horas de transición entre manos, postulando un paralelismo imposible de deglutir entre su final político y la penosa persecución que sufrió el líder de la Derecha Regional Valenciana.

En ese mismo libro Lucia recogió sus escritos sobre la idea de un partido autóctono que sumara aportaciones frente a un partido monolítico central, como ha refrescado estos días Miquel Nadal en la revista Lletraferit. Es decir, un partido de derechas que vehiculara inquietudes desde Valencia hacia Madrid, que influyera, decantara y no que fuese la faringe de los intereses de los conservadores de Madrid en Valencia. “Nada, pues, de grandes partidos formados en Madrid con molde invariable para todos. Nada de traje de percha, ni de uniforme único”, por utilizar las palabras que empleó Lucia. La guerra truncó la posibilidad de un partido valenciano de derechas “contra el centralismo”, como los tienen vascos y catalanes, y la manipulación civil de la transición (la del ‘fake’ oficial que permitió al franquismo sobrevivir como salvador del pueblo valenciano frente al fantasma del imperialismo catalán) cegó cualquier vía posterior en ese sentido e intensificó, más si cabe, el centripetismo de la derecha local.

El franquismo subyacente de los populares valencianos ha ido recubriendo con una gruesa capa de alzhéimer el recuerdo de Lucia y refutando su proyecto, con el que quería combatir el “desconocimiento de nuestras cosas” en Madrid. Aunque sobreactúe y se cosa la senyera encima del Barbour, la nuestra es una derecha sin genealogía autóctona, con “traje de percha”, una sucursal que regurgita consignas y argumentarios confeccionados en Madrid a su medida y estilo. Que solo reivindica ante Madrid cuando gobiernan sus adversarios y se vuelve afónica cuando administran los suyos. Y cuyas únicas especificidades quizá solo sean el delirio de convertir la condición de valenciano en odio a la Cataluña que Lucia quería como modelo y haber deformado su catolicismo social en fervor fanático a la Virgen de los Desamparados.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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