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“El estigma de la mujer loca es una forma de desautorizar la feminidad alternativa”

Puri Mascarell se adentra en una “genealogía” de voces de mujer en la novela ‘Mireia’, Premi Letraferit de Novel.la

Puri Mascarell, en una calle del casco antiguo de Valencia, este viernes.
Puri Mascarell, en una calle del casco antiguo de Valencia, este viernes.Mònica Torres

Mireia, estudiante de doctorado, representa la idea de mujer libre, casi de femme fatale. Augustine, interna en el manicomio parisino de la Salpêtrière, fue sometida a las “lecciones públicas” del psiquiatra Charcot, que la utilizaba como un objeto de estudio, hasta que huyó. Neus, pintora, cree que su cerebro la engaña, que se está volviendo loca. Lilith, la primera mujer en la mitología judeocristiana, se negó a someterse a Adán y a aceptar una inferioridad injusta. La “genealogía” de esas voces femeninas protagoniza Mireia, la obra de Puri Mascarell que en 2022 ganó el Premi Lletraferit de Novel.la.

En ella, la relación entre dos amigas y el amante de una de ellas, en el presente, y el viaje del psiquiatra Lluís Simarro a París durante los primeros pasos de la “psicología experimental”, en el siglo XIX, se entremezclan. Todo ello, con el foco puesto siempre en los estereotipos, aparentemente enfrentados pero en realidad ligados, de la mujer fatal y de la mujer loca, utilizados para “desautorizar los discursos alternativos de la mujer sobre la mujer”, y en un canon femenino que la autora concibe como “las placas tectónicas”, puesto que “no es fijo, pero se mueve muy lentamente”.

En 1880, el psiquiatra nacido en Xàtiva Lluís Simarro viaja a París y allí conoce el manicomio de la Salpêtrière, donde Jean-Martin Charcot había inaugurado una nueva era médica. A través de lo que denominaba “lecciones públicas”, mostraba a compañeros de profesión y curiosos los efectos de lo que entonces se conocía como “histeria femenina” en las internas, a las que hipnotizaba para inducirles crisis. Mascarell, nativa de Xàtiva, encontró no solo la historia de este psiquiatra, sino también las fotografías que muestran a las mujeres convulsionando, llorando o gritando, rígidas o de rodillas en posición de rezo. “En las fotos, detectas en la mirada del fotógrafo cierta delectación”, apunta la escritora, que cree que “si siempre ha existido morbo por ver qué hace un loco, todavía lo hay más grande por ver qué hace una loca”.

En la novela, que publica la editorial Drassana, Mireia, la protagonista, descubre un diario escrito por el psiquiatra mientras investiga para su tesis y, en paralelo, su amiga Neus, la narradora, se ve envuelta en un misterio, con tintes de novela gótica, con el que Puri Mascarell ha pretendido “jugar con una mirada a la que le faltan piezas”: “Quería hablar sobre las apariencias, sobre qué pasa cuando damos nuestra fe a algo y se desmorona, se cae, y tras la cortina hay una nueva verdad”.

Puri Mascarell, fotografiada en el centro de Valencia.
Puri Mascarell, fotografiada en el centro de Valencia.MONICA TORRES

“La honestidad de la literatura, que no pretende venderte verdades, me cautiva”, asegura la autora. “El discurso científico, histórico o político pretende contarte las cosas como son, pero la literatura, el arte, te dice ‘soy una mentira, soy ficción, soy un juego’”, subraya. Por eso, Mascarell cree que lo literario forma “el discurso con menos pretenciosidad de todos, el más transparente” y que puede también recoger “más verdad que grandes verdades mayúsculas”.

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La diferencia entre lo real y lo que no lo es está en el centro de la novela, en el que las protagonistas se preguntan si se puede inducir la locura. Mascarell es consciente de que probablemente Simarro quedó “tan fascinado como los demás por lo que se hacía en la Salpêtrière”. “Si juzgamos lo que ocurría con ojos de hoy veremos una aberración, pero en aquel momento no se veía tan claro”, afirma, pese a que su protagonista “siempre fue un psiquiatra muy pegado a la neurología, que nunca comulgó con la hipnosis”. Y, aunque reconoce los avances en salud mental, porque “hasta hace cuatro días se hacían electroshocks y lobotomías”, también advierte de “un peligro de glorificar las pastillas como la solución a todos los problemas” cuando “la ciencia y la medicina le dan la espalda a la parte más humana de la sociedad”.

De brujas a políticas

La libertad es otro de los ejes del libro, porque Mascarell ha creado un personaje que “vive la libertad con muchas contradicciones”. Como Mireia, toda mujer, por muy libre que sea, “está siempre dentro de las estructuras del patriarcado, no puede escapar a ellas”, considera. Por eso, aunque la mujer libre y la mujer loca parecen conceptos opuestos, están “muy unidos”. “Hay un intento de controlar la sexualidad femenina en ambos casos porque asusta, porque se sale de la norma”, afirma la autora. Se juzga a la mujer loca por estar contenida siempre. Se juzga a la mujer libre por “mostrar un deseo sexual o un erotismo desbocado”.

“El estigma de la loca ha funcionado desde la Edad Media con las brujas, muchas de ellas matronas, curanderas o mujeres que ayudaban a otras a abortar o a lo que fuera”, relata Purifi Mascarell, que cree que “eran maltratadas, insultadas o quemadas porque se salían del canon”. “Esa genealogía nos lleva a esas locas del siglo XIX, muchas de ellas mujeres pobres, prostitutas, que acaban encerradas en un espacio controlado por un hombre que las domina y las utiliza como si fueran actrices”, añade, sobre las mujeres del manicomio francés. En la actualidad, es una etiqueta que se sigue aplicando “a muchas mujeres de la política” para cuestionar “discursos alternativos”: “¿A que cuando un político dice una barbaridad no se dice de él que está loco?”.

Hay esperanza en las jóvenes, en que entiendan la unión entre mujeres y se opongan a las imposiciones machistas. Así lo cree Mascarell, que también es profesora de Teoría de la Literatura, Literatura Comparada y Estudios Culturales en la Universitat de València, donde tiene un 95 % de alumnado femenino y trata de sacar a la luz la obra de autoras de las que sus estudiantes no habían escuchado hablar. “A veces, cuando termina la clase, aplauden, pero no a mí, sino al hecho de haber descubierto cosas que no sabían, y me dicen ‘¿cómo es posible que nadie nos hubiera hablado de esto?’”.

Detecta mucho entusiasmo entre las nuevas generaciones de universitarios, y ganas de relacionar la literatura y la vida. Por ejemplo, recuerda lo que ocurrió cuando abordó en el aula la figura literaria de la mujer que camina sola, la flâneuse: “Empezaron a salir historias: una alumna contaba que tuvo que huir por la calle una noche porque le perseguía un hombre desnudo en un coche, otra decía que sus amigas y ella siempre salen de fiesta en deportivas por si tienen que salir corriendo para evitar una agresión”. La filóloga y autora está convencida de esa función “más salvadora” del arte. “Intento no limitarme a contar el rollo de Kate Millett, o de Simone de Beauvoir”. Al fin y al cabo, eso “ya está en los manuales”, pero en ningún libro de texto se aprende que compartir lecturas y experiencias “puede ser catarsis, terapia de grupo”.

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