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IN MEMORIAM
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tomas Vives, un sabio jurista, una persona excepcional

En más de una ocasión, evocó las palabras de Antonio Machado para que nuestro país dejara de ser “ese burgo sórdido” que decía el poeta y fuera posible asentar una democracia de calidad

Javier de Lucas
Los cuatro magistrados del Constitucional, (de izq. a dcha.): Tomás S. Vives, Javier Delgado, Manuel Jiménez de Parga y Enrique Ruiz-Vadillo, sentados en un banco durante el acto de su toma de posesión en 1995.
Los cuatro magistrados del Constitucional, (de izq. a dcha.): Tomás S. Vives, Javier Delgado, Manuel Jiménez de Parga y Enrique Ruiz-Vadillo, sentados en un banco durante el acto de su toma de posesión en 1995.Gorka Lejarcegi

Esta mañana de domingo de julio nos ha traído una triste noticia, que nos sume en duelo, la muerte de Tomás Vives Antón. Desaparece así un gran jurista, pero también una figura pública de primer orden, por sus relevantes contribuciones a la cultura del Estado de Derecho, de la democracia, de las libertades.

Con toda seguridad, podremos leer en estos días homenajes de quienes le conocieron bien, en la Universidad, en la judicatura, en la política. Redacto estas líneas apresuradas desde la confianza de que otros escribirán mejor que yo sobre la personalidad y la obra científica y jurídica de Tomás, aunque no creo que con mayor admiración y afecto que yo.

En más de una ocasión, Tomás Vives evocó las palabras de Antonio Machado para que nuestro país dejara de ser “ese burgo sórdido” que decía el poeta y fuera posible asentar una democracia de calidad. Tomás luchó personalmente por ese ideal, desde los tiempos del franquismo en los que, como joven fiscal, colaboró en la formación de Justicia democrática y siempre a través de su trabajo docente e investigador como catedrático de Derecho penal, así como desde la asunción de importantes responsabilidades públicas en el Consejo General del Poder Judicial primero, entre 1990y 1995 y luego en el Tribunal Constitucional (1995-2004), del que fue vicepresidente.

Frente a figura del maestro, entendido como experto que profundiza en una rama o incluso en un aspecto muy concreto del conocimiento, creo que Tomás se inscribe en otra dimensión, la del sabio, a quien su ansia de conocer, de aprender, de estudiar y debatir con otros, le lleva más allá de su especialidad. Tomás Vives fue un penalista sin el que no se puede explicar la doctrina y la practica penales de la España democrática. Sus manuales, monografías y artículos científicos han sido estudiados por millares de estudiantes, profesores y profesionales del Derecho. Por no hablar de sus clases, de sus intervenciones en seminarios y reuniones científicas. Pero dejó también una huella perdurable en el ámbito de la doctrina y la jurisprudencia constitucionales, con libros de la entidad de La libertad como pretexto (1995) y con ensayos como el más reciente Reivindicación de la concepción kantiana del derecho y el delito: tras la libertad (2019). Por supuesto, también a través de su contribución a fallos constitucionales en los que supo subrayar el alcance fundamental de la libertad como bien superior de nuestro ordenamiento constitucional, ya sea en el ámbito del asociacionismo político, en el de la libertad de expresión y, desde luego, en el de los límites del recurso al brazo punitivo, por ejemplo, en sus tomas de posición sobre la doctrina Parot o sobre la ilegalización de partidos políticos. Su crítica al populismo punitivo fue clarividente. En las páginas de EL PAÍS, en 2015, advertía contra la tendencia a seguir “los dictados irreflexivos de ciudadanos encolerizados…(porque) resulta electoralmente más rentable que defender los derechos básicos, que constituyen los cimientos de la democracia”.

Quienes conocían a Tomás sabían de su interés y dedicación a cuestiones de filosofía política y jurídica, y es algo de lo que puedo dar fe, pues asistí y alguna vez participé en sus debates y trabajos con su querido amigo Manuel Jiménez Redondo, a propósito de tal o cual aspecto de la obra de Habermas o de Rawls, que conocía en profundidad desde una larga estancia de investigación en Frankfurt y más de una vez me dejó en apuros con sus genuinas preguntas sobre el fundamento filosófico -y las limitaciones jurídicas- que subyacían a alguna de las tesis de la Teoría de la justicia, o a la crítica de Habermas al liberalismo de Rawls.

Tomás recibió a lo largo de su carrera muchas y merecidas distinciones. Quiero recordar ahora dos de ellas: la Distinción de la Generalitat Valenciana por la defensa de los derechos y las libertades constitucionales (2019) y el Primer premio Ihering del Instituto de Derechos humanos de la Universitat de València, “por su excepcional trayectoria como jurista, que se ha distinguido por su contribución doctrinal a la defensa de los derechos y libertades fundamentales y por su trabajo profesional en los tribunales y en las más altas instituciones del Estado, en garantía de esos derechos”.

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Todos los que le queremos y le admiramos, porque la admiración y cariño por Tomás son para siempre, nos unimos ahora en el mensaje de afecto y solidaridad a su compañera de vida -su esposa Cande-, a sus hijos Ana y Salvador, a sus nietos y a su familia y también a sus discípulos, compañeros y allegados.

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