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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La casa dividida

El independentismo dividido no consiguió su objetivo máximo, pero la sociedad catalana tampoco conseguirá desde la actual división nada de lo que se proponga cambiar respecto al tipo de relación con el conjunto de España

Lluís Bassets
El expresidente de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont interviene en las jornadas de trabajo de JxCat en Waterloo (Bélgica) el pasado miércoles.
El expresidente de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont interviene en las jornadas de trabajo de JxCat en Waterloo (Bélgica) el pasado miércoles.PABLO GARRIGÓS (EFE)

La división independentista es congénita. El proceso secesionista empezó precisamente como una subasta entre independentistas para hacerse con la hegemonía de un movimiento que se prometía a sí mismo la exclusiva del poder en la Cataluña futura. La emulación en la carrera por la autenticidad fue el combustible hasta la fallida independencia y siguió luego impulsando los intentos de reavivar el proceso y de consolidar, mantener y apropiarse de su legado. El independentismo ha vivido, y ahora desfallece, gracias al carácter contradictorio de su fuerza polarizadora, que le impulsa en la etapa de radicalización, pero le debilita a la hora de alcanzar algún objetivo concreto. No es la ‘casa grande’ que quería Artur Mas, sino la casa cada vez más pequeña y dividida de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras.

La historia es muy catalana, vinculada al escaso tamaño del país, a las características de su sociedad, al contexto europeo y a los obstáculos que se oponen a las pretensiones transformadoras en sociedades como la nuestra; es decir, a las famosas ‘condiciones objetivas’ que el voluntarismo independentista ha preferido obviar. Las generaciones actuales han podido experimentarlo con los más recientes naufragios: del Estatut, de la independencia y del cainismo independentista de ahora. Pasadas generaciones habían sufrido análogas experiencias, pero aprendieron bien sus lecciones prácticas a la hora de recuperar la democracia y el autogobierno. La más determinante es el principio mitificado de la unidad política, atendido con empeño por los dirigentes catalanes de la transición, y especialmente por Josep Tarradellas, tanto en la recuperación de la Generalitat como luego en la etapa de gobierno provisional de la autonomía. La experiencia demuestra que cuando se trata de mejorar el estatus de una comunidad política de tamaño y fuerza tan limitados como Cataluña, en un contexto español y europeo como el actual, no sobra ni un ápice de energía, y por ello es imprescindible un mínimo consenso o, si se quiere, la máxima unidad entre las fuerzas políticas, sociales y económicas.

El obstáculo es secular: inercias centralistas, insuficiente presencia en los cuerpos de la Administración, la fuerza centrípeta de Madrid... Difícil saltarlo o incluso desplazarlo ni siquiera ligeramente, quizás imposible. Era una quimera la separación, pero más lo era la pretensión de que podría bastar la mitad más uno de los votantes en un referéndum para romper con la legalidad constitucional. El independentismo dividido no consiguió su objetivo máximo, pero la sociedad catalana tampoco conseguirá desde la actual división nada de lo que se proponga cambiar respecto al tipo de relación con el conjunto de España.

La dificultad del nuevo sistema de financiación es enorme. Requiere una nueva política unitaria. Nada saldrá sin una tregua en la competencia suicida entre Esquerra y Junts. Tampoco sin abrir las puertas a todos los catalanes, también a los votantes del PP. Pocas cosas han perjudicado tanto como aquel cordón sanitario contra los populares instalado con el Pacto del Tinell (2003). De allí arranca casi todo: la guerra contra el Estatut, el desastre posterior, el actual forcejeo... Se hace insostenible cualquier proyecto catalán realmente transformador que parta de la división. Es la casa dividida contra ella misma cuya caída anunció Abraham Lincoln en su famoso discurso antes de la guerra civil.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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