Llega a juicio el atropello mortal de Hugo, el caso que llevó a su padre a impulsar la protección de las escuelas de Barcelona
Walter Brandán pide “corresponsabilidad” de toda la sociedad con los accidentes: “Los entornos escolares deberían blindarse para que los coches frenen sí o sí”
Hace cuatro años y medio, Hugo, el tercero de los cuatro hijos de Walter Brandán, murió atropellado delante de su escuela en Barcelona. Tenía cinco años. Era la hora de comer y ese día le recogía su madre. Hugo salió con los alumnos de infantil y, mientras esperaban que salieran sus dos hermanos mayores, se soltó de la mano de su progenitora y corrió hacia la calle. Pasó entre dos coches aparcados, delante de otro en doble fila y le atropelló una moto que circulaba por el tercer carril. El golpe le provocó un estallido hepático y murió. El caso llevó a su padre a pedir audiencia con la entonces alcaldesa, Ada Colau, para pedirle que protegiera el entorno de las escuelas. De aquel encuentro surgió el programa “Protegim les escoles”, por el que durante el mandato pasado se actuó en el entorno de más de 200 centros (un tercio de las de primaria) ganando espacio de estancia en el asfalto y colocando vallas, para reducir los accidentes y la contaminación.
El caso llega este jueves a juicio y Walter Brandán sigue empeñado en alertar de las circunstancias de una muerte que asegura que se hubiera podido evitar: “Los entornos escolares deberían blindarse para que los coches frenen sí o sí, porque si pasa un niño, lo matas”. “Los aparcamientos están bien señalizados, porque interesa el negocio, ¡pero las escuelas parece que da igual!”, lamenta este cirujano cardiovascular, nacido en Perú, que estudió Medicina en la antigua Unión Soviética e hizo la especialidad en el hospital de Sant Pau de Barcelona. En Perú, cuenta, las escuelas están bien señalizadas y con elementos que obligan a los vehículos a frenar. Aquí ahora se han señalizado con un disco de color amarillo pintado en el pavimento.
Brandán hablaba este martes delante de la escuela Grèvol (en Sant Martí), en una calle que no tiene nada que ver con la que era el día del atropello. De cuatro carriles (dos de aparcamiento y dos de circulación); ha pasado a dos (uno de aparcamiento y solo uno de circulación) y un gran espacio de estancia que ocupa lo que eran dos carriles. “Hay que poner delante de todas las escuelas elementos que blinden la salida repentina de un niño pequeño. Hugo corrió, nunca lo hacía y ese día corrió”, dice señalando la velocidad a la que conducía el motorista (que no había consumido drogas ni alcohol y circulaba por el sentido correcto) en una calle donde el máximo era 40 kilómetros por hora. En el juicio contra el conductor, la familia asegura (tras un peritaje) que conducía a más de 60 por hora; la fiscalía dice que más de 43 kilómetros por hora; y la defensa asegura que era inferior a 40.
El jueves está previsto que comience el juicio, en el que la familia pide tres años de cárcel por un delito de homicidio por imprudencia grave para el motorista y una indemnización de 234.000 euros. La fiscalía y la defensa piden la absolución. “Soy consciente de que el conductor no tenía la intención de matar, pero tenemos que cambiar de modelo para que un error humano no suponga la muerte de un niño, e implicar a todos: conductores, administraciones, escuela y familia”, mantiene Brandán. El mismo día del accidente, explica el padre, un maestro de la escuela le dijo que llevaban tiempo pidiendo al Ayuntamiento que mejorara la seguridad del entorno. A la pregunta de qué espera del juicio, responde: “La vida de mi hijo nadie me la va a devolver, y el dinero lo puedo pagar. Lo que quiero es que no vuelva a pasar”, dice Brandán emocionado. “Si a algún lugar van todos los niños del mundo, es a la escuela”, comencemos a proteger por ahí.
Hay una cosa que el padre de Hugo no puede entender: “Que nuestra sociedad haya asumido los accidentes de tráfico como normales”. O que la alcaldesa Colau le contara que tenía resistencias para no tocar el tráfico. Y la Guardia Urbana le dijera que cuando colocan piezas de plástico para que los coches frenen, los vecinos se quejan del ruido. “La modernidad no es hacer edificios altos o autopistas, la modernidad es la capacidad del ser humano para reaccionar y mejorar su entorno, lo demás es maquillaje”, afirma. Y con una espina clavada lamenta que “la respuesta de la escuela y el resto de familias no fuera proactiva; fue como de mirar a otro lado, de pensar que ‘no me ha tocado a mi’”. “Como cirujano estoy acostumbrado a convivir con la muerte pero con la indiferencia no me acostumbro”, apunta. Y un último reproche al actual ejecutivo, como alertaba hace unos días la plataforma Revolta Escolar: de 4,5 millones de euros en el último año del último mandato para proteger los entornos escolares, el presupuesto de este 2024 prevé casi un 90% menos, 500.000 euros, lamenta Brandán: “Es terrible, es un tema de voluntad política. Y me da igual el color político, la vida se tiene que proteger”.
Mientras el padre posa para el fotógrafo, acaba la hora del patio y los alumnos de tercero de ESO, que pueden salir a la calle, vuelven a entrar la escuela. El hermano mayor de Hugo está en el otro lado de la calle charlando con sus amigos. Todos cruzan de cualquier manera, por la mitad de la calle, para ir más deprisa. Solo el hermano se molesta en ir hasta el semáforo. Espera que se ponga verde para los peatones. Y camina la acera entera hasta la puerta de la escuela.
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