Rubén Blades volvió a impartir una lección musical y narrativa en un Cruïlla otra vez latino
El panameño erigió el baile en protagonista de la noche del jueves en el Fòrum
Si el Cruïlla se denominase el Festival Mutante no mentiría. En el mismo espacio del Fórum su segunda jornada renovó el público en un porcentaje sustancial, dando paso a una nutrida representación de la comunidad latinoamericana, bien residente en la ciudad, la mayoría, bien de visita y sin ganas de perderse la jornada latina que volvió a encumbrar la que hoy por hoy es llave maestra de la cita musical para erigir el baile en protagonista de una de sus noches: Rubén Blades. Si al año pasado fue el sábado, el panameño, con la espectacular orquesta de Roberto Delgado, una big band con todas las letras que evocaba tanto a las orquestas de jazz que triunfaban en la época del swing como a las grandes formaciones que pusieron la salsa en órbita, se volvió a llevar el gato al agua con las mismas armas: un repertorio infalible, un sonido espectacular y una convicción que parece la misma que cuando era un mocoso. Para él los honores de una jornada en la que pusieron la guinda Bomba Estéreo con su cumbia electrónica y los sonidos populares de su Colombia natal. Hubo sabor en el festival mutante.
Entre los comentarios, ya clásicos, en un concierto de Blades está el sonido. Acostumbrados a sonorizaciones que se suelen considerar buenas, cuando una banda con vientos a mansalva, sección de ritmo inapelable por variada, voces y bajo permite que se escuchen con nitidez todos y cada uno de los instrumentos, notándose hasta el güiro, destacando el cencerro para marcar tierra y sin que nada tape la voz solista, nítida y clara, es que el espectador se encuentra ante lo que debería ser y sólo lo es cuando está ante formaciones como la de Roberto Delgado, con todos sus maestros atentos a sus partituras para que ningún arreglo, todos ellos lujuriosos y exuberantes como el trópico, falle. Eso de saque. Por si fuera poco, Blades, sabedor que el año pasado ya había actuado en el festival, renovó el repertorio atacando otras canciones, que como Plástico, la que abrió la noche, se sumaron a una lista de novedades en relación a aquel concierto, que incluyó números, como dice Blades y otros clásicos del espectáculo, como Buscando guayaba, Juan Pachanga o María Lionza, por citar sólo alguna de las más populares. Por supuesto no faltaron Pedro Navaja, El cantante o What Watch Happen, tributo al jazz que hace un año acompañó a la ayer ausente The Way You Look Tonight.
Pero es que además Blades, 74 espléndidos años, voz incólume, sigue fiel a su papel de maestro de la didáctica, presentando los temas, citando compositores, arreglistas, año de edición, disco de los mismos y sentido de la letra. Este carácter didáctico se extiende a su forma de cantar, a la mirada de maestro atento a las reacciones de su público/alumnado, a la precisión que muestra al vocalizar y a una gestualidad que allana el camino a la comprensión. En este sentido destacó En esa casa, una pieza que denuncia los malos tratos domésticos, “que no sólo se dan en esa casa, sino en todas”, precisó, y en la que pareció esculpir cada palabra en el aire de la noche. Formó un trío temático sobre problemas familiares con Cuenta el alma y Amor y control, que disparó móviles con tanto entusiasmo como luego lo haría El cantante. El docente en su cátedra. A todo esto, la mirada había de repartirse entre escenario y público (16.000 personas, casi todas ellas coincidiendo en su concierto), en buena parte latinoamericano y por lo tanto con sobradas artes para el baile, hasta el punto de casi intimidar a los legos que por mor de no hacer el ridículo danzarín ante el cimbreo elástico y preciso de aquellos cuerpos en pleno chup-chup salsero, se limitaban, tímidos y abrumados, a mover un pie.
Y antes y después de Blades dos conciertos marcadamente distintos pero unidos por la raíz latina. De la actuación de Omara Portuondo sólo decir que es una gran anciana, tecnicismo que denota a las personas que superan los 90 años y ya no están ni en la senectud ni en la vejez, sino en la gran vejez. Sí, Charles Aznavour cantó hasta el final, pero su gran ancianidad no tuvo nada que ver con la de una Omara que hizo sufrir con una voz frágil y trémula en una actuación sólo sustentada por el respeto que merece esta dama eterna y por el comprensivo cariño de un respetable más respetuoso que nunca. El broche lo pusieron Bomba Estéreo en un concierto que hubiese sido más convincente sin interludios y devaneos instrumentales yendo al tuétano: ritmos colombianos, cumbia y champeta entre otros, entorno de canción pop, convivencia entre bases electrónicas y acústicas, una guitarra de inspiración africana y la poderosísima y nítida voz de Li Saumet, ataviada con ropajes festivo-tropicales. Con temas dulces como Somos dos y To My Love o rabiosamente bailables como Fuego, su primer gran éxito, su actuación fue el perfecto colofón de una noche para mayor gloria de lo latino y de los muchos latinos para lo que el Cruïlla comienza a ser un referente que sumar a sus propios circuitos musicales de la ciudad.
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