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ELECCIONES MUNICIPALES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barcelona no es Borgen

¿Con quién tendrá Esquerra más poder en el Ayuntamiento? ¿Con Trias o con la alianza progresista? Y, sobre todo, ¿qué alianza le perjudica más al partido de cara a las generales?

Una escena de Borgen.
Una escena de Borgen.
Jordi Amat

La tensión vivida durante el último debate de la campaña electoral altera las mayorías previstas. Los conservadores y los laboristas, los dos partidos de gobierno, han salido perjudicados por una información chunga. Birgitte Nyborg es la candidata de los moderados. Los resultados le irán realmente bien. Tras la alegría de la noche electoral, vuelve a casa en taxi. Ya se han publicado los periódicos y ella se queda con el titular. “Dinamarca ha elegido: la virtud está en el centro”. Sale del taxi, entra en su casa, actitud aparentemente seria, ve a su marido preparando el almuerzo y ella lo mira con algo de pavor impostado. “Dicen que voy a ser primera ministra”. Y al instante, sonríe. El partido de Nyborg, el minoritario moderado, a pesar de no haber ganado, tiene posibilidades de gobernar junto a verdes y laboristas. Así acaba el primer capítulo de la primera temporada de Borgen. ¿Sirve el esquema para interpretar la “fórmula imaginativa” que proponen los comunes en Barcelona?

Gobernar con una coalición a tres no es fácil, como queda claro a lo largo de la serie, pero las tensiones entre los partidos no problematizan un elemento central de la institucionalidad: la presidencia del gobierno. Nyborg manda. Esta no es la fórmula que se ha planteado en Barcelona. Aquí sería un año con Ernest Maragall de alcalde, un año y medio los comuns y otro año y medio alcaldía para los socialistas de Jaume Collboni. Los experimentos con gaseosa, que dijo Eugenio d’Ors cuando un camarero echó a perder una botella de champán. Claro que cuenta el equipo de gobierno, pero incluso más el alcalde. Cuatro años de gobierno con tres alcaldes distintos es un experimento que diluiría la figura nuclear, imposibilitado la consolidación de un liderazgo que es condición necesaria para gobernar una capital con un mínimo de autoridad. La que ha ejercido Ada Colau, para entendernos, y le ha permitido planificar e implementar una atrevida transformación urbana que, a pesar de todas las críticas, será un legado positivo que capitalizará el nuevo alcalde, sea el que sea y con tranvía incluido.

Lo que ha ocurrido en Barcelona, más que a la elegante seria danesa, se ha parecido a la épica asesina de Los inmortales. La noche electoral había cuatro alcaldables veteranos que competían y los cuatro sabían que esa noche solo iba a sobrevivir uno. Miles de ciudadanos querían acabar con Colau. Y para conseguirlo votaron al Dr. Trias, que, con relación a la política municipal, estuvo en hibernación durante ocho años. Los resultados, dicho esto, son endemoniados y, aunque perdieron los tres, el gobierno de izquierdas suma.

En circunstancias normales, vistos los resultados, el acuerdo sería tan liberal y tan sencillo: 11 Trias más 10 socialistas. 21 son mayoría y, en teoría, su modelo de desarrollo económico para la ciudad, según dijeron en campaña, es en buena medida intercambiable. Así se saciaría la nostalgia del orden, así la sociovergència seria realidad. El problema es que ese pacto es tabú y el modelo económico, en el caso del moderado Trias, sigue siendo un misterio que se contempla en el espejo de sus años como alcalde. Y el otro problema, el partidista, es que ese pacto no está madurando porque Collboni, que no ve la fórmula imaginativa, mantiene la esperanza de ser alcalde. Ante esa disyuntiva, alterada también por la dinámica electoral española, Trias está moviendo ficha. Explora la otra alternativa: empezar a gobernar en minoría con una Esquerra, que, tras el hundimiento del 28 de mayo y el que vendrá con las generales, necesitará consolidar poder institucional. ¿Con quién tendrá Esquerra más poder en el Ayuntamiento? ¿Con Trias o con la alianza progresista? Y, sobre todo, ¿qué alianza le perjudica más al partido republicano de cara a las generales? Y, en último término, ¿puede el maragallismo histórico hacer alcalde a un convergente? Lo bueno de Borgen era el idealismo combinado con el realismo.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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