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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En busca del pujolismo perdido

Trias y quienes están dando la batalla con él saben que la política no permite el vacío, y que dejar libre el espacio político y electoral de la derecha sería correr un riesgo

Enric Company
Xavier Trias Jordi Pujol
El candidato a la alcaldía de Barcelona, Xavier Trias, saluda al expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, en un acto de Junts.Marta Perez (EFE)

Lejana ya la fase efervescente del brote independentista, el centro derecha catalán busca en las elecciones municipales del mes de mayo la ocasión para reagrupar fuerzas, recuperar poder institucional y peso político. La candidatura de Xavier Trias para la Alcaldía de Barcelona se ha convertido en la punta de lanza de una apuesta que, si le sale bien, podría llevar a la recomposición del espacio político antaño ocupado por CiU.

A favor de la eventual recuperación del capital político de CiU se han producido en los últimos dos años algunas reconsideraciones en el universo social y político del pujolismo. A medida que las condenas judiciales por los casos de corrupción iban quedando lejos, y la apabullante serie de escándalos protagonizados por el PP relativizaban la importancia de los de CiU, comenzó a susurrarse en estos entornos que las disoluciones de Convergència y de Unió Democràtica, quizá habían sido un error político. Una sobrerreacción excesiva. La idea es que no había para tanto: para corrupción, la del PP en Madrid y Valencia, y sin embargo ahí está Alberto Núñez Feijóo encabezando los sondeos preelectorales en España sin haber tenido que disolver ni refundar el partido de los mil escándalos.

Al mismo tiempo se ha emprendido en estos medios la recuperación paulatina de la figura de Jordi Pujol, el padre fundador. La dirección de Convergència renegó públicamente de él y le condenó al ostracismo cuando en 2014 confesó que durante décadas había mantenido en Andorra una fortuna oculta al fisco. Pero luego llegó la revelación de que los manejos policiales dirigidos por el ministro del Gobierno del PP Jorge Fernández Díaz perseguían destruir a Pujol, su familia y su partido. Y eso contribuyó poderosamente a reducir a los ojos de sus seguidores el alcance del reproche moral y político por aquella evasión fiscal, aunque fuera protagonizada por un presidente. Agua pasada, se dicen ahora, aunque todavía quede un juicio por celebrar.

Tan importante como esto ha sido también que el fracaso del envite independentista del otoño de 2017 ha sido para sus promotores y partidarios una inevitable cura de realismo. Los dirigentes de ERC fueron los primeros en asumirla. En Junts, el partido que se tiene a sí mismo como el de los soberanistas irreductibles, ha tardado más, pero ya ha alcanzado a por lo menos una parte de la dirección. Consecuencia de ello es que también Junts ha tenido que poner en valor objetivos políticos menospreciados en la década de exaltación independentista, como las cuotas de poder municipal y el papel del partido en el escenario español.

Resulta que, además, las otras fuerzas de la derecha, el PP y Ciudadanos, no han hecho ningún gesto relevante para ocupar el espacio político y electoral que la conversión de la antigua CiU al independentismo les ofrecía, al menos en teoría, en tanto que partidos autonomistas. Han actuado en coherencia con su proclamada convicción de que Cataluña está dividida en dos partes, y la suya es la otra, sin pasarela alguna con las sensibilidades y los intereses de los catalanistas. Pero Trias y quienes están dando la batalla con él saben que la política no permite el vacío, y que dejar libre el espacio político y electoral de la derecha sería correr un riesgo que un partido como Junts, que se acaba de definir como liberal, no puede permitirse.

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