Pampara y el pánico trampa sobre las chavalas que perrean
Cada generación activa las alarmas por la coreografía de un baile prohibido entre sus jóvenes, pero pocos se indignan sobre lo que las amenaza y les impide volver seguras a casa
Hace unos años, aprendí el baile de “matar el gusano”. Me lo enseñó Y., una compañera periodista del diario hondureño La Prensa de copas en un pub de San Pedro Sula. Para “matar al gusano”, la mujer se tenía que contonear a horcajadas encima de un hombre sentado en una silla (o viceversa) y mover sus caderas sensualmente, cabalgando, con más precisión y cadencia que cuando Shakira se tiñó de rubia. Recuerdo que matamos el gusano durante un buen rato. Y que, en un momento de la noche, los compañeros de Deportes de La Prensa me rodearon y me hicieron “la punta catracha”, un paso hondureño que se baila de puntillas y en el que el trasero se pone en pompa a un ritmo frenético a escasos milímetros de la otra persona. Fue divertidísimo. Cuando agotamos la noche bailando, a Y., como cada vez que se atrevía a salir de fiesta en una de las ciudades más peligrosas del planeta —en Honduras, además de la epidemia violenta de las maras, asesinan de media a una mujer al día por violencia de género—, tres de aquellos periodistas (hombres) la acompañaron hasta el portal de su casa. Siempre vigilaban que entrara para llegar, sana y salva, a su cama.
He pensado mucho en la vida de Y. y en aquellos bailes que me enseñaron los compañeros de La Prensa al hilo de la polémica del vídeo viral de un grupo de menores bailando dembow en la discoteca light Pampara. Frente a la enésima vez que abrimos el debate sobre la (falsa) cosificación de las mujeres en el perreo, he respirado aliviada al poder escuchar a la periodista Aïda Camprubí en el Telenoticies de TVC. Allí, preguntada por esta polémica trampa, la crítica musical recordó que esto se baila en todas las fiestas de reggaeton de España y el mundo, que cada generación activa las alarmas de pánico moral por un baile prohibido entre sus jóvenes (a la mía le tocó La Lambada) y, lo más importante, que lo que realmente debería escandalizarnos no es tanto la coreografía de un baile, sino “por qué las jóvenes no pueden volver tranquilas a casa”.
Recuerdo que dentro de la pista de aquel pub hondureño nunca pasé miedo ni me sentí amenazada. Sí sentí escalofríos recorriendo mi espalda cuando, al despedirnos, Y. se rio en mi cara por mi inocencia ignorante de europea blanca cuando le pregunté por qué diablos no podía cogerse un taxi para volver sola a casa.
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