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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Geopolítica del fútbol

El deporte lo ha impregnado todo. Las mentes, por supuesto, identificadas con los colores del equipo propio con pasión tribal y sin concesiones

Champions League femenina
Una imagen del Camp Nou, la pasada temporada, antes de la disputa de un partido de la Liga de Campeones Femenina entre el Barça y el Madrid.Alejandro Garcia (EFE)
Lluís Bassets

El fútbol hace tiempo que ya no es solo fútbol, como quería Vujadin Boskov. Ni siquiera un fenómeno colectivo que se pueda politizar, como contó Manuel Vázquez Montalbán con irónica poesía. Es mucho más. Política dura y cruel, en estado puro. Geopolítica incluso. No es un balón lo que rueda sino el poder más descarnado e incansable, siempre en pos de más poder y más dinero para seguir acumulando más dinero y más poder.

El peligro de las metáforas es que siempre hay quien las entiende literalmente. La política como actividad futbolística surgió en Cataluña de una crédula lectura literalista, como la que hace el fundamentalismo islámico del Corán o los juristas conservadores de la Constitución de los Estados Unidos. También en estos usos los catalanes nos hemos distinguido. La entera década perdida se entiende mejor desde la política concebida como si fuera un partido o un campeonato. La deuda geopolítica del fútbol mundial con Cataluña quizás va más allá de lo que haya podido imaginar el más apasionado y politizado de los numerosos culés independentistas.

El deporte lo ha impregnado todo. Las mentes, por supuesto, identificadas con los colores del equipo propio con pasión tribal y sin concesiones. Tal como ha señalado John Carlin, para afear el apoyo de Pablo Iglesias a Cristina Kirchner, ”los políticos, estén en el Gobierno o en la oposición, parecen volverse más fororos cada día que pasa” (Vivimos la época de ‘mi verdad’, La Vanguardia, 21-XII-2022). La pragmática y brutal mentalidad de gol, la victimización y las quejas contra el árbitro, el desprecio y el insulto al adversario, prácticas tan bien acomodadas a la polarización de las redes sociales, han regido la actualidad informativa y las expresiones periodísticas de la política futbolizada. El periodismo político se ha nutrido directamente del periodismo deportivo. Pioneros ha habido del independentismo formados en los combates electorales para la Junta del Barça. Jugadores y entrenadores se han convertido en voces autorizadas del independentismo. Poco se entiende del poder económico y político en Cataluña en los últimos treinta años sin las sinergias entre el Govern, TV3, la Masía y las tenedoras de derechos y productoras de espectáculos deportivos.

La metáfora más conocida y también cierta es el palco del Bernabeu. Pero era una exhibición interesada para desviar la atención, puesto que el Barça ha mantenido durante décadas un palco invisible, y aparentemente incluso menos politizado hasta la explosión del independentismo, en el que también se han trenzado abundantes contratos y pactos deportivos y extradeportivos, televisivos y políticos. Todo un ejemplo y modelo de utilidad universal, astutamente aprendido desde Pequín hasta Qatar, no tan solo como lavado de cara para su execrable expediente en derechos humanos. Ahí no ha fallado la internacionalización. Los grandes proyectos geopolíticos de China o de las monarquías árabes pasan ahora por el fútbol, lejos de aquella idea famosa y admirable de Albert Camus, que dijo haber aprendido corriendo tras el balón todo lo que sabía sobre moral.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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