El Museu Egipci de Barcelona propone una cita con Champollion para celebrar los 200 años del desciframiento de los jeroglíficos
El centro ofrece una visita guiada a sus tesoros bibliográficos relacionados con el sabio, incluida una carta personal manuscrita dirigida a él y con anotaciones del propio lingüista
“¡Qué Amón Generador les golpee la cabeza con su tremenda arma omnipotente!”. Sorprende leer tamaña (y valga la palabra) expresión en una relación epistolar entre dos científicos. Porque el arma omnipotente a que hace referencia el egiptólogo italiano Ippolito Rosellini en su carta de 1826 a su admirado Jean François Champollion (1790-1832), el famoso descifrador de los jeroglíficos, es, claro, el miembro viril del dios Amón en su identificación con el itifálico Min, divinidad de la fertilidad.
La carta manuscrita y su anécdota —Rosellini critica a los detractores de su admirado maestro: también les llama “viejos pelucones”— forman parte de la documentación de su propio fondo que presenta el Museu Egipci de Barcelona (MEB) para conmemorar los 200 años de la impresionante hazaña intelectual de Champollion. El museo, parte de la Fundación Arqueológica Jordi Clos, ha seleccionado una serie de libros de su riquísima biblioteca relacionados con el sabio francés para montar junto a otro material una pequeña exposición que será posible contemplar en visitas comentadas -previa inscripción en la web del centro- por los egiptólogos Luis Manuel Gonzálvez, conservador del MEB, y Maite Rada, responsable del departamento pedagógico.
Las obras de la muestra, presentada el martes, sirven para ilustrar y celebrar el largo camino del desciframiento. Entre ellas hay una primera edición (Roma, 1636) del Prodromus de Athanasius Kircher, jesuita y orientalista que propuso una imaginativa aunque errada interpretación de la escritura jeroglífica del Antiguo Egipto; una primera edición también de la famosa Lettre a Monsieur Dacier, relative à l’alphabet des Hyérglyphes Phonetiques, la publicación de Champollion en forma de carta al secretario perpetuo de la Academia de Inscripciones y Bellas Letras de París cuya lectura pública el 27 de septiembre de 1822 se tiene por el momento fundacional del desciframiento; y primeras ediciones asimismo de otras obras fundamentales del descifrador como del célebre Précis (París, 1824), con el que se consolidaba el conocimiento de la lengua egipcia y sus diferentes tipos de escritura, especialmente la jeroglífica; o del Diccionaire Égyptien en écriture hiéroglyphique (París, 1841-43).
A destacar también varias láminas preciosas del Monuments de l’Égypte et de la Nubie, resultado de la expedición a Egipto de Champollion y Rosellini en 1828 y 1829, cuando el sabio tuvo la maravillosa experiencia de poder ir leyendo en los monumentos, desvelado ya para siempre su enigma a la mirada egiptológica; y el volumen 5 (láminas) de la Description de l’Egypte (segunda edición de 1823), la obra magna de los sabios que llevó Napoleón a su conquista del país del Nilo. En este tomo figuran precisamente las láminas que reproducen la piedra de Rosetta, la clave para la resolución del enigma de los jeroglíficos.
El museo muestra al lado del libro abierto una copia exacta escala 1:1 de la inscripción de la estela, con su texto de un mismo decreto de Ptolomeo V en tres escrituras (jeroglíficos, demótico y griego), a partir de un molde del original conservado en el British Museum de Londres (y reclamado por Egipto), proveniente del Toledo Museum de Ohio, al que pertenecía desde 1906.
El propio Jordi Clos ha presentado la “pequeña exposición monográfica con la que queremos sumarnos al aniversario del desciframiento”. Clos ha recordado que ese hecho “constituye el verdadero inicio de nuestra cultura egiptológica”.
La directora del museo, Mariàngela Taulé, ha señalado que ellos se apuntan al 27 de septiembre como fecha del bicentenario en base a que es la de la comunicación científica del desciframiento. Ha recordado la difícil vida de Champollion en plena Revolución francesa, su muerte prematura a los 41 años de edad y “su esfuerzo y obstinación que lo han convertido en eterno”. Por su parte, Gonzálvez, como un prestidigitador egiptólogo con guantes para pasar las delicadas páginas y láminas, ha ido mostrando los documentos, llenos de ciencia y belleza, y ha explicado en una verdadera lección magistral (que repetirá en las visitas con público) cómo la escritura jeroglífica cayó en el olvido en el siglo IV-V (las dos últimas inscripciones están en la isla de Filé), aunque la lengua egipcia perduró en el copto, que adoptó los signos de la escritura griega. Durante siglos, ha apuntado, permaneció la curiosidad por saber lo que decían los jeroglíficos, pese a que se había perdido la capacidad de leerlos. Hubo intentos fallidos hasta que Champollion, un genio que era ya profesor de Historia Antigua a los 16 años en la universidad de Grenoble, logró resolver el reto de devolverlos a la vida.
Maite Rada (autora de la deliciosa frase alusiva a los jeroglíficos “hablaremos en pollito”) ha añadido que parece ser cierto lo que cuentan algunos biógrafos de que el genio cayó desmayado al acabar el desciframiento, a causa del inmenso esfuerzo mental.
El sabio tuvo que enfrentarse a muchos detractores, especialmente del lado de la Iglesia, recelosa de que el desciframiento pudiera conducir a poner en duda lo contado en la Biblia. A algunos de esos detractores se hace mención en la joya exclusiva de la exposición (“lo que no tiene nadie”), la carta de Rosellini a Champollion. En ella, el autor responde a una carta previa de su maestro, le explicita su estima y admiración y cuenta cosas del mundillo cultural de la época, criticando a los opositores y “viejos pelucones”. En un momento utiliza una expresión encantadora parecida a la de “llevar carbón a Newcastle” (hacer algo innecesario o redundante): llevar “cocodrilos a Egipto”. Un atractivo más de la carta es que tras recibirla, Champollion aprovechó un espacio en blanco en ella para anotar de su puño y letra (¡un autógrafo del sabio!) una lista de objetos para llevarse de viaje (“3 sacs de nuit, ombreille, parapluie, casse toile cirée, canne”…
Un descubrimiento emotivo de los científicos del museo ha sido encontrarse entre los dibujantes del libro de Champollion sobre su viaje a Egipto el nombre de Nestor L’Hote, que también hizo dibujos, en 1838, del yacimiento de Sharuna que excava actualmente la Fundación Clos, y en el que han identificado los restos de un templo de Ptolomeo I.
El museo ha regalado a los asistentes a la presentación un pequeño facsímil de la carta de Rosellini, doblada como el original y con el mismo desgarro en donde se quitó el lacre para abrirla. Ha sido imposible salir del Museu Egipci con la misiva en el bolsillo y no sentirse un poquito Champollion.
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