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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De origen, Cataluña

La historia de Ciudadanos confirma los límites de los partidos monotemáticos. La furia por la cuestión catalana les llevó a una puesta en escena de agresividad verbal permanente

Josep Ramoneda
El exlíder de Ciudadanos, Albert Rivera, tras su entrada en el despacho de abogados Martínez Echevarría.
El exlíder de Ciudadanos, Albert Rivera, tras su entrada en el despacho de abogados Martínez Echevarría.Eduardo Parra (Getty)

Las pocas ramas que le quedaban al árbol de Ciudadanos se han desplomado en una semana. Su exlíder, Albert Rivera, completaba el acelerado ciclo de su auge y caída con un enredo laboral, expulsado del despacho en el que pretendió emprender una vida profesional. Lo que queda del partido vivía la tercera debacle consecutiva en Castilla y León, después de sendos fracasos en Cataluña y en Madrid. Enfilaba así una aventura que arrancó en tierras catalanas en 2006, que vivió su momento culminante como ariete de la lucha contra el independentismo en 2017 y que entró después en caída libre, acelerada por el desvarío de su líder, que alterado por el éxito, llegó a creer que tenía la presidencia del gobierno al alcance de la mano. Con la derrota en las elecciones que llevaron a Pedro Sánchez al poder en noviembre de 2019 (Ciudadanos pasó de 52 a 10 diputados) el proyecto entró definitivamente en barrena, en un estado de pérdida acelerada del sentido de la realidad. Ahora, el partido se encuentra al borde de la quiebra, reducido a un papel cada vez más marginal.

Ciudadanos nació y creció con un solo tema: la cuestión de la lengua en Cataluña, presentándose como único y airado defensor de la lengua castellana contra la inmersión lingüística que había conseguido el consenso entre los partidos catalanes. Era la voz discrepante y de ello sacó rendimiento en tiempos de mudanza en Cataluña. Al subir la tensión con el proceso soberanista, Ciudadanos cambió de escala: fue acogido con los brazos abiertos en el resto de España. Y se colocó en la línea de frente de la radicalización del patriotismo español. En este crescendo, se fue difuminando el discurso de algunos sectores del partido que pretendían dotarlo de ideología liberal, aunque siempre con el marchamo de la patria y el gruñido contra los movimientos emancipatorios. Después de tocar techo al llegar en primer lugar en las elecciones catalanas posteriores al 1 de octubre de 2017, empezó la caída, que el domingo le llevó a los últimos escalones, pasando, en Castilla y León, de 12 procuradores a 1.

La historia de Ciudadanos confirma los límites de los partidos monotemáticos. La furia por la cuestión catalana les llevó a una puesta en escena de agresividad verbal permanente. Y por mucho que se le quiso situar como el ala liberal y centrista de la derecha, su furor nacionalista español se convirtió en su seña de identidad, por encima de cualquier otra consideración. ¿Y qué ha pasado? Que cuando Vox, la extrema derecha sin edulcorante alguno, ha entrado en escena un sector sustancial de sus votantes ha preferido el original, la extrema derecha de toda la vida, a la copia. Y vemos como Vox, una vez ha succionado buena parte del sector más radical del PP, crece ahora a partir de la fuga masiva de electores de Ciudadanos. A menudo, el final es el mejor reflejo de una trayectoria.

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