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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La paradoja minimal

El minimalismo como posicionamiento vital responde a un ejercicio consciente que consiste en reducir posesiones y desprenderse de lo innecesario

Steve Jobs, en una imagen tomada en un apartamento sin muebles. Diana Walker (Getty Images).
Steve Jobs, en una imagen tomada en un apartamento sin muebles. Diana Walker (Getty Images).EL PAÍS

En el día a día acelerado y abrumador, el ideal minimalista nos seduce, nos inspira e incluso nos pacifica. Proyectamos en él una forma de vida liviana, casi despreocupada y sobre todo desprendida. Las pertenencias ocupan espacio y tarde o temprano requieren atención y cuidados, así que parece fácil pensar que cuantas menos, mejor. Pareciera que estamos parafraseando a Mari Kondo y su método mágico para conseguir la felicidad a través del orden, pero en realidad las raíces del minimalismo contemporáneo comienzan muchas décadas antes que la gurú conquistara Netflix. Kondo es buen ejemplo de cómo la explotación mercantil y audiovisual de un símbolo, reduce su esencia a la regla de los 30 libros en casa, eliminando el contexto original, y con ello, las bases de comprensión.

Precisamente documentar el viaje a los orígenes del minimalismo contemporáneo es lo que motiva a Kyle Chayak a publicar Desear Menos. Vivir con el Minimalismo (Gatopardo Ediciones). El libro resulta un trayecto artístico, poético y casi sensitivo por diferentes fuentes del minimalismo que se gestó en Nueva York durante el siglo XX, cruzando inspiraciones orientales y revoluciones estéticas de la arquitectura entre otros. Una de las críticas más feroces del periodista cultural de mente curiosa y pensamiento afilado es precisamente que el minimalismo es una ilusión de simplicidad que en los años setenta estaba al alcance de bolsillos exquisitos. Una de las fotos icónicas que elige Chayak para ilustrarlo muestra a Steve Jobs a sus veintitantos años sentado el suelo del comedor, sin sofá ni mobiliario, solo le acompañan un equipo de música y una lámpara de pie. Tan visualmente ligero como lujoso, pues la lámpara era un ejemplar de Art Nouveau de la marca Tiffany, mientras el equipo de estéreo costaba entonces unos 8000 dólares.

Las nuevas jergas edulcoran realidades duras e injustas bautizando los trabajos precarios como minijobs

Esta sencillez pretendida, envuelta en minimalismo de buen gusto se mantiene todavía entre las élites y tras la crisis de 2008 dejó de ser una tradición estética para convertirse en producto, mercancía y digno estampado en camisetas de moda rápida e insostenible. Una vez más, algo que pretende escapar las lógicas del capital y el gozo de la acumulación por la acumulación acaba mercantilizado y banalizado. He aquí una de las mayores paradojas del minimalismo actual.

Si exceso y privilegio son componentes originales de la revolución estética y arquitectónica del minimalismo, el reverso es la privación por necesidad. Dicho de otro modo, no podemos considerar minimalismo lo que es en realidad precariedad y la escasez. El minimalismo posicionamiento vital responde a un ejercicio consciente que consiste en reducir posesiones y desprenderse de lo innecesario. Cuando la realidad está envuelta en escasez y construida sobre la precariedad, si hay minimalismo no es por voluntad sino condición. Es más, llamarlo minimalismo es una forma de violencia dulce. Tal y como escribe Kyle en Desear menos: “El atractivo visal del minimalismo hace que su doctrina de sacrificio sea más fácil de tragar”. Me recuerda a las nuevas jergas que edulcoran nuevas realidades duras e injustas: bautizando los trabajos precarios como minijobs; o romantizando la posibilidad de producir desde cualquier rincón del planeta con el concepto “trabacaciones”, ampliamente exacerbado por el auge del teletrabajo en tiempos pandémicos.

Lo que es minimalista son las políticas para garantizar la existencia material de jóvenes y no tan jóvenes

Durante el debate en el CCCB inevitablemente también abordamos la mirada milenial a todo ello. Él se siente parte de esta generación y comprende que la austeridad es la normalidad para quien ha vivido la mitad de sus años bajo la sombra de la crisis económica, rematada una década después por una pandemia. No es de extrañar entonces que los anhelos de quienes hemos nacido después de los 80 no se alineen con garantías de estabilidad, progreso y seguridad económica. Lo que es minimalista en este tiempo son las políticas públicas orientadas a garantizar los básicos de la existencia material para jóvenes y no tan jóvenes, porque las desigualdades entienden de edad, pero también de género, de clase y de origen. Como se recoge en el último informe Oxfam, la violencia está enquistada en nuestros modelos económicos y la consecuencia es que las desigualdades también acaban cobrándose vidas.

De vuelta a casa después de la sesión en el CCCB me cruzo en el metro con un anuncio de trasteros de alquiler. Precisamente comenzaron a proliferar a medida que el tamaño de los pisos que nos podemos permitir de media son cada vez más pequeños y el precio de metro cuadrado más caro. Está claro que el mercado tiene respuestas para todos los públicos, y que cualquier necesidad se convierte en oportunidad de negocio. Pero lo más preocupante es que vistamos de minimalismo elitista la escasez vital para justificar la inacción.

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