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Teresa Pàmies: escribir mientras se cuecen las judías

Una selección de cartas personales, mayormente inéditas, permite atisbar aspectos familiares, ideológicos y vitales de la autora de ‘Quan erem capitans’

Teresa Pàmies, con sus dos hijos pequeños, Antonio y Sergi, en la URSS, en 1965. / Sergi Pàmies (archivo familiar)
Teresa Pàmies, con sus dos hijos pequeños, Antonio y Sergi, en la URSS, en 1965. / Sergi Pàmies (archivo familiar)
Carles Geli

“El premio literario que he ganado con el abuelo me ha dado 200.000 pesetas; cien mil –las del abuelo— las hemos dado al Partido y las otras cien mil las tengo en un banco de Barcelona para instalarnos en julio, para pagar una entrada de alquiler de piso. Así no tendré que pedir dinero prestado a nadie, pues le tengo pánico a las deudas”. La carta, dirigida a su hijo “Tomasín”, la firma “Mamá” el 16 de julio de 1971. Mamá es Teresa Pàmies y el abuelo, su padre Tomàs, que hace poco menos de dos meses que han ganado a cuatro manos, con las memorias Testament a Praga, el premio Pla, lo que permitirá a la escritora acabar con 32 años de exilio y regresar a la capital catalana con tres de sus cuatro hijos.

A máquina de escribir (pocas las redactaba a mano, consciente de su letra no siempre descifrable), la perseverancia y método y carácter de una de las grandes polígrafas de las letras catalanas (siempre las hacía con copia: papel carbón y papel cebolla) permite leerla 51 años después. Es en el marco de las 32 misivas, mayormente inéditas, que conforman M’agrada escriure. M’agrada rabiosament”. Cartes (1938-2002) que, fruto de la generosidad de los hijos de la autora, encabezados por el escritor Sergi Pàmies, y de la edición de la estudiosa Montserrat Bacardí, ahora dan pie a un libro venal de la Institució de les Lletres Catalanes. Es el furgón de cola del centenario institucional de Teresa Pàmies (1919-2012) que proporciona un tan delicado como íntimo retrato de la autora de Va ploure tot el dia.

Escribir, porfiar. “Me gusta escribir. Me gusta rabiosamente. No dispongo de demasiado tiempo y he de hacerlo, como aquel que dice, mientras se cuecen las judías”, comenta desde París, en mayo de 1964, a Rafael Tasis. Lo hace a tenor de la novela La xiqueta de Balaguer, “el primer libro que he escrito” y que no ha acabado de convencer al editor. “Soy bien consciente de mi inexperiencia literaria y de mi oxidado catalán”, le reconoce. Pero no va a cejar en ello porque, a pesar de que escribe también en castellano y está teniendo más aceptación (lo que le duele, en un mundillo literario que es “una mandanga”), sabe que “sólo en mi lengua puedo poner toda el alma. Pienso en catalán. Sufro en catalán y disfruto en catalán. Soy muy catalana”, le insistirá en febrero de 1966. Un reflejo del carácter luchador de Pàmies: “Necesito trabajar mucho el catalán gramaticalmente”. No le duele el esfuerzo porque escribir en catalán para un concurso en Cataluña “es como si volviese a la tierra”.

Es solo un ejemplo de su porfía vital. “En la vida cuenta mucho la seriedad y la tenacidad con que se emprenden las cosas. No desmoralizarse. No dejarse abatir por las dificultades y encontrar la fuerza dentro de uno mismo y también en la fraternidad con los demás”, encoraja de nuevo a su hijo Tomàs en las navidades de 1967. Y sin concesiones: “Aguanta firme y sigue la consigna de Makarenko: ‘no gemir’ y si no tienes más remedio que gemir, que no te oiga nadie”, recomienda a su hijo Sergi, recluta en septiembre de 1980.

Una comunista pragmática. Luchar estaba en la sangre de la que era hija de un dirigente marxista de Balaguer, con 10 años ya lectora de versitos panfletarios encaramada a la mesa del bar del pueblo, vendiendo la revista La batalla del Bloc Obrer i Camperol y dando un histórico mitin en la Monumental junto a Lluís Companys, cuya tumba visitará cuando regresa a Barcelona por el premio (“un día me recibió en su despacho de la Generalitat… y en el mitin me saludó con la mano como si me conociera de toda la vida: qué quieres, son cosas que una chica de 17 años recuerda para contarlas a los nietos”, justifica ante su hermano Josep). Por ello no sorprende ni la fecha de la primera misiva del libro (7 de septiembre de 1938) ni la ubicación: Chicago. “Tenemos un mitin diario y alguna vez, dos; cada día en una ciudad distinta…”, escribe a Josep. Recorre EEUU como representante de las Joventuts Socialistes Unificades de Catalunya (JSUC) para recabar apoyos para la República. Serán 28 mítines en 12 ciudades, también recepciones en casas de millonarios, “hablando con gente que tiene muchas ganas de comernos”.

La fe en la ideología es irrenunciable: escribiéndole desde París en septiembre de 1965 a su padre, que ha regresado a Checoslovaquia, le desea que se encuentre a gusto, “con esa seguridad que, pase lo que pase, estás en condiciones de igualdad y no en un país donde la ley la hace el dinero”. “Os habéis podido educar en un gran y limpio país, fuera del ambiente corrompido y humillante que es el capitalismo”, contrapone de nuevo desde París en 1967 ahora a sus hijos Tomàs y Pablo, educados y residentes en la URSS.

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Teresa Pàmies fotografiada en el estudio de su casa, en 1979. / Sergi Pàmies (archivo familiar).
Teresa Pàmies fotografiada en el estudio de su casa, en 1979. / Sergi Pàmies (archivo familiar).

El compromiso no se discute: ahí está trinchando fruta para fabricar zumos en la Festa de Treball que organiza el PSUC, en septiembre de 1980. “Estoy baldada”, le escribe a Sergi, pero “la fraternidad que se crea en el trabajo voluntario de cada organización de base es algo que te ayuda a combatir el podrido desencanto” ante la recién estrenada democracia. Pero ello no impide que “si tenemos que mejorar el socialismo que tenemos, hay que hacerlo, y debemos hacerlo con los jóvenes”, subraya, literalmente, de nuevo a Tomàs, apenas cinco meses después del Mayo de 1968, movimiento violento de la juventud, como el de México, que “hay camaradas de mi edad o más viejos que lo critican (…) yo creo que le tienen miedo. Miedo a lo nuevo, como siempre ha ocurrido en la Historia (…) Y a veces le llaman a una reformista u oportunista, pero eso no me preocupa”.

Eso sí, cree en la “superioridad del sistema socialista” porque “conozco bien la inmoralidad y el caos que significa el capitalismo, que lo pudre todo con el dinero”, que devuelve a la gente “al estado de las bestias primitivas”, con un modelo de vida “cada día más mecanizado y antihumano”.

Azote de editores. El carácter “batallador” que reconoce Sergi a su madre se plasma, también, en su correspondencia con los editores. Así, el significativo Primero de Mayo de 1974 devuelve sin firmar el contrato de edición de Quan erem capitans porque aún no había percibido las 160.000 pesetas del premio Joan Estelrich que ganó el libro de recuerdos, impreso por Dopesa, que lo lanzó a la calle sin pactar tirada ni pagar anticipo alguno. También lamenta ante Edicions 62 que los números de Va ploure tot el dia correspondientes a la liquidación de 1975 (2.482 ejemplares vendidos) no estén claros: “Me parece que el autor tiene derecho a conocer las cifras y, sobre todo, cuando la liquidación, ha de saber, no sólo los vendidos, sino los que quedan (...) Supongo que tendrán unas normas. Yo solo me permito criticar las normas”.

La censura es el otro gran frente, con su cénit en las dos veces que le prohíben el libro que sería Los que se fueron: “Al rehacerlo procuré evitar toda evocación susceptible de remover heridas de aquella Guerra Civil o atizar rencores”, le recuerda a Ricardo de la Cierva, en mayo de 1974 director General de Cultura Popular. “Por lo que hasta ahora me han publicado le consta que no he vuelto con ánimo revanchista ni con turbios propósitos”. Y le alerta, clarividente: “A la convivencia dinámica y creadora de los españoles no le interesa que la España que se fue regrese de rodillas o muda”.

Melancolía rabiosa. “Pues sí: ya tenemos tele. He claudicado”, hace saber a su hijo Sergi, el 22 de septiembre… de 1980. Compleja, pero la vida cotidiana también existía para Teresa Pàmies. Y así, entre líneas, asoman, los 150 francos que cada mes le hacía llegar a su hijo Tomàs (“si yo pudiera, te mandaría mucho más… pero no pienses que es un sacrificio para mí”, le dice en el difícil 1968 tras la fallida Primavera de Praga y mientras ayuda a tramitarle su pasaporte mexicano o español); o que Gregorio López Raimundo, su segundo compañero, está en un sanatorio de los Cárpatos, en Rumanía, “bastante enfermo de bronquitis” (1971) o que las Navidades “traerán a Sergito un mecano y un arco de indio” (1967)…

Son jirones de pura vida de quien le gustaría cambiar la manera de hacer política clásica por “una praxis vinculada a las pequeñas realidades cotidianas… lo que es cotidiano es siempre política”, reflexiona ante Sergi tras ver a López Raimundo tan cansado de su frenética actividad política. Y también resquicios por los que intuir a la mujer hipersensible tras su coraza de luchadora eterna, que llega a tener “un miedo aterrador de morir en el exilio”. La misma que, tras leer unos versos de Joan Vinyoli, no puede por más, en noviembre de 1980, que constatar que el paso del tiempo “produce una melancolía rabiosa, una rebelión de todos los sentidos, que se niegan al declive”. Ahí, de nuevo incansable en la vida como en la obra, volvió a ganar.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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