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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Gaudí del MNAC

La exposición es un despliegue documental y tal vez peca de esto, buscando ensanchar el enraizamiento de la obra de Gaudí en la cultura del momento, tratando de desmentir que fuese un incomprendido

Exposicion Gaudí en el MNAC de Barcelona.
Exposicion Gaudí en el MNAC de Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI
Xavier Monteys

La semana pasada fui al MNAC a ver la exposición Gaudí. Una reunión de 600 piezas dispuestas según un paseo sinuoso en el que se suceden muebles varios, vaciados humanos en yeso, fotografías de época restauradas, una columna de basalto original de la Cripta Güell, reconstrucciones en escayola de los modelos empleados para la Sagrada Familia, rejas, custodias, lámparas, vitrinas con libros, dibujos y postales, pinturas y tapices aportadas desde diferentes colecciones e instituciones en una colaboración coral. Una colección que muestra la visión del comisario Juan José Lahuerta de la figura de Gaudí. La exposición es un despliegue documental y tal vez peca de esto, buscando ensanchar el enraizamiento de la obra de Gaudí en la cultura del momento, tratando de desmentir que este fuera un incomprendido o un outsider, apuntando distintas familiaridades con las obras de E. Viollet le Duc, W. Morris o A. Rodin y también con arquitecturas más próximas a la de la Alhambra y a lo morisco, que se reflejan en los interiores de Las Teresianas, del Palau Güell o de la casa Vicens —en el fumador— por ejemplo.

La boiserie del distribuidor del piso principal de la Pedrera, una de las pièces de résistance de esta muestra, me produjo una impresión contradictoria y me pareció una advertencia de lo que encontramos en la exposición. Resulta imposible ver esta reconstrucción con su imponente tamaño y no recordar el efecto inspirador que ofrecían a nuestros ojos las carpinterías interiores de la casa Batlló —depositadas en el mismo MNAC— y rescatadas por Francesc Torres para la exposición La caja entrópica de hace cuatro años. Una exposición que vi en el mismo sótano que hoy acoge la muestra sobre Gaudí. Aquellas puertas apoyadas y amontonadas contra la pared, como si estuvieran a la espera de la recogida municipal, hacían crecer las ideas en nuestra cabeza, sin embargo, estas de ahora, tan nuevas y brillantes, no lo hacen. Y es que lo más discutible de esta muestra es el montaje de los elementos que se exhiben, en el fondo y en la forma que, por otro lado, tratándose de Gaudí y de la imagen que guardamos de su obra, resulta inexcusable no haber prestado algo más de atención a la atmósfera de la exposición. Si lo que pretendía la empresa al cargo, era construir una escenografía “basada en la teatralidad y la acumulación de objetos”, como reza el folleto de mano, creo que ni se consigue ni ayuda al discurso de la muestra. Para recrear el efecto de un gabinete de curiosidades la distancia entre los objetos debe ser otra, y aquí están colocados a una distancia que no logra emular el efecto del, por otro lado, inquietante taller de Gaudí, si lo comparamos con el de Mariano Fortuny, que cuelga en una de las paredes de la exposición.

Me pareció ver una continuidad iniciada en los últimos años por el MNAC con la Maniobra de Perejaume, 2013-2014, a la que siguió La caja entrópica de Torres, 2017-2018, y ahora este Gaudí, presente de diferentes maneras en las anteriores. Un Gaudí anticipado en la de Perejaume, por sus formas ovales y un Gaudí presente en la de Torres, por sus puertas tiradas a la basura. La exposición, aún pretendiendo lo contrario, no consigue disipar la idea que una parte de los historiadores, expertos, guías y empleados de diversas instituciones han construido de Gaudí. Cuando la visité tuve que oír las explicaciones previsibles de una guía que parecía seguir el libro equivocado y no nos sorprende ya que seguimos viendo un Gaudí aplastado por el peso de su figura mística y religiosa —la elección de las imágenes del folleto de mano lo subrayan— y que no muestra el constructor que fue, el gran ausente en esta exposición. No les extrañe entonces, especialmente a los puristas, que el público vea con indulgencia las obras de la Sagrada Familia. Da que pensar que al mismo tiempo que se corona la torre de la Mare de Deu con una estrella de cristal con luz propia, se invite al público a pasear por una escenografía malograda que resalta lo tenebroso de la reunión de objetos preciosos condenados a las tinieblas, que transmiten muebles solitarios, lámparas apagadas, custodias vacías, cabezas de niños de ojos cerrados, bombas Orsini y columnas abatidas. La actual muestra del V&A Museum sobre Alicia en el país de las maravillas es una lección sobre lo que buscamos en una exposición y que no es un viaje al mundo martirizado del pecado. No reclamo que una exposición deba ser una kermés, pero descubrir, enseñar y dar a conocer no debería ser un acto lóbrego.

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