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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tiempo al tiempo

Pedro Sánchez y Pere Aragonès necesitan como aliado un período de dos años. Dos calendarios de margen para consolidar sus propósitos de acercamiento a sabiendas del riesgo de ser llamados traidores

Sánchez (izquierda) y Aragonès entran en La Moncloa el pasado martes.
Sánchez (izquierda) y Aragonès entran en La Moncloa el pasado martes.EUROPA PRESS/R.Rubio.POOL (EL PAÍS)
Josep Cuní

El tiempo no pasa en vano. Pedro Sánchez y Pere Aragonès lo saben. Como cualquier ciudadano. Es frase popular. Por esto lo necesitan como aliado por un período de dos años. Dos calendarios de margen para consolidar sus propósitos de acercamiento a sabiendas del riesgo de ser llamados traidores y de que sus puntos de partida son antagónicos. Lo demuestran los hechos y lo recuerdan sus palabras de estos días, iniciado el período de distensión. Una escenificación para mostrar fidelidad pública a unos principios supuestamente inquebrantables que deberían dar confianza a sus seguidores y apaciguar en lo posible los ánimos contrarios.

Tantas incoherencias como se quiera, sí, pero ni más ni menos que las provocadas por la vida misma
Tantas incoherencias como se quiera, sí, pero ni más ni menos que las provocadas por la vida misma

Ambos saben que, llegado el caso de atisbar un acuerdo, deberán modificar sus postulados iniciales y dejar a un lado su rigor acorazado porque habrían avanzado a favor del mal menor y el bien común. Puede incluso que lo deseen porque su voluntad habría dado resultados y conseguirían la fuerza del pacto optando a una pizca de la gloria reservada a los osados. De suceder este desiderátum, en el fondo cumplirían con la norma atribuida a John Maynar Keynes. El prestigioso e influyente economista que, 75 años después de su muerte, está marcando el camino de la recuperación tanto en los EE UU como en la UE para hacer frente a la crisis por la pandemia. Y como se decía en el suplemento dominical de este diario, siendo liberal inspiró las ideas socialdemócratas y se convirtió en un feliz exponente de las contradicciones.

Siglo XX. Años de entreguerras y gran depresión. Sus contrarios le acusaban de alejarse de sus propios postulados sobre la política económica que el Reino Unido debía seguir. La discusión era dura porque los argumentos eran contundentes. Y para sorpresa de muchos, Keynes revisó sus propios postulados. Como le gusta explicar al profesor Antón Costas, se inclinó por defender que el análisis económico y la acción de los gobiernos debían estar dirigidos por la razón y no por la ideología de partido. Ni mucho menos por los intereses de grupo. En esta tesitura, un conservador le afeó su deriva. A lo que él contestó: “Cuando cambian los hechos, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?”.

Algo parecido podría responder Pedro Sánchez acerca de los indultos cuando se le recuerda lo que defendía poco después de hacerse con el liderazgo socialista. Más allá de las respuestas en entrevistas y de la constancia en los archivos en los que hay que bucear para encontrar a pesar de las facilidades digitales, siempre hay alguien que trabaja para la comunidad recuperando un oportuno tweet comprometedor porque las redes siempre están prestas a encontrar el cuerpo del delito. Pero como también hay que asumir que ante lo hecho, pecho, el actual presidente podría utilizar la cita de Keynes en sus enfrentamientos parlamentarios con Pablo Casado para neutralizar lo escrito en verano de 2014: “El Gobierno [del PP] ha utilizado el indulto más de lo debido y los indultos políticos deben acabar en nuestro país”.

“Cuando cambian los hechos, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?”, le espetó Keynes a un político conservador
“Cuando cambian los hechos, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?”, le espetó Keynes a un político conservador
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Han pasado siete años y las cosas han cambiado. Tanto, que el entonces incipiente procés ha virado de la prisa a la lentitud y sus líderes del poder a la condena y de la cárcel al indulto. El jefe de la oposición española ignoraba en aquel momento que abandonaría el cargo, se haría a la carretera para recuperarlo y alcanzaría la presidencia del Ejecutivo a través del éxito de una moción de censura nacida fallida. Revalidar a su Gobierno en las urnas para pasar a compartir cama con quien la idea de hacerlo le producía insomnio. Tantas incoherencias como se quiera, sí, pero ni más ni menos que las provocadas por la vida misma. La que descubren los políticos cuando ya en el poder se percatan de que nada es tan simple y todo más complejo. De Suárez a Rajoy ninguno lo desmentiría. De Tarradellas a Torra, tampoco. Por esto sigue pendiente el problema catalán.

Hay dos maneras de usar el tiempo: certera o erróneamente. Igualmente jugándolo activa o pasivamente. Vías que los actuales jefes de Gobierno español y catalán deben tener en cuenta ante la que se les avecina. Han puesto el motor en marcha y como no saben de cuánto combustible disponen ignoran hasta donde podrán llegar. Pero tienen el vehículo para poner a prueba el motor y su capacidad, sus destrezas y reflejos como conductores y la esperanza e incluso confianza de muchos pasajeros. Dice Artur Mas que de lo primero más que de lo segundo. Ya es algo. Y esto conforma el gran activo actual. Que tras lo sufrido, una posibilidad política acompañada de un descanso social semeja el mejor remedio puntual para una enfermedad crónica.

Entre los incondicionales a la crítica permanente y los insatisfechos habituales sobrevive la mayoría ciudadana. La que observando a los dos protagonistas se agarra al tiempo.

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