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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Médicos Sin Fronteras: les debemos algo

María, Yohannes y Tedros fueron asesinados brutalmente en el norte de Etiopía. La noticia, dramática, ha durado en los medios un telediario y medio, por decir algo. Ya está, ya no están y no volverán

La cooperante española María H., que ha sido asesinada junto a otros dos colegas etíopes, todos empleados de Médicos Sin Fronteras.
La cooperante española María H., que ha sido asesinada junto a otros dos colegas etíopes, todos empleados de Médicos Sin Fronteras.MSF (EL PAÍS)
Pere Vilanova

Hace muy pocos días, tres cooperantes de Médicos Sin Fronteras, María, Yohannes y Tedros, fueron asesinados brutalmente en el norte de Etiopía, en la región de Tigray, asolada una vez más por una guerra civil o incivil. La noticia, dramática, ha durado en los medios un telediario y medio, por decir algo. Ya está, ya no están y no volverán. La ONU ha protestado, pero no acierta a explicar porque una organización tan importante solo es capaz de emitir condolencias.

Una ocasión, también, para hacer un breve balance de los últimos años de eso que se conoce como acción humanitaria. Acabada la Guerra Fría, la década de los 90 desplegó un gran debate sobre la necesidad de mejorar, e incluso prevenir, los desastres humanitarios. Iniciado en Francia de la mano de personalidades como Bernard Kouchner y Mario Betatti, el debate giró en torno a la idea de “ingerencia humanitaria”, con la desmedida (aunque generosa) ambición de superar los viejos límites del tradición humanitaria de Cruz Roja Internacional (CICR). A pesar del mérito histórico del CICR, había un límite en la posibilidad de acceder a las víctimas de los conflictos armados que era la soberanía del Estado. No se podía trabajar sobre el terreno sin el permiso expreso del Gobierno del Estado concernido. En los conflictos clásicos entre estados, a veces era posible actuar si ambos estaban de acuerdo para socorrer heridos, intercambiar prisioneros, etc. Esto sí, sin opinar políticamente sobre el tema, silencio administrativo en suma. Pero en guerras civiles, en conflictos internos del tipo que sea (y el muestrario es enorme), si el Gobierno no quiere testigos, el CICR no puede actuar. Y punto.

La ONU ha protestado, pero no acierta a explicar porque solo es capaz de emitir condolencias
La ONU ha protestado, pero no acierta a explicar porque solo es capaz de emitir condolencias

Esto fue generando en los agentes humanitarios una frustración creciente. Uno de los puntos negros surgió cuando, en la II Guerra Mundial, Cruz Roja solicitó visitar los campos de prisioneros. Se les permitió visitar alguno de prisioneros militares occidentales (franceses y británicos), donde el trato al parecer se ajustaba al derecho internacional al uso, y en cuanto a “otros campos”, se les permitió visitar una vez, al principio del conflicto el de Sachsenhausen. Eso sí, el campo fue convenientemente adecentado, los presos especialmente seleccionados, Cruz Roja pudo hacer una somera visita sin posibilidad de hablar con los internos, y, bajo el estatuto de Cruz Roja, con prohibición expresa de hacer ninguna declaración a la salida de la visita. La Guerra Fría puso las cosas en el congelador, se volvió al formato clásico, y en conflictos entre estados, como Egipto e Israel, o en la Guerra de las Malvinas/Falkland, Cruz Roja pudo regresar a su formato tradicional, en particular intercambio de presos o cadáveres de caídos en combate.

Pero la guerra de Biafra (1967/1970), desbordó el cauce por su brutalidad. Con cerca de un millón de víctimas, y la irrupción renovada del fotoreportaje y la televisión, esa guerra entró en todos los hogares. Biafra era una provincia de Nigeria, que en 1967 intentó la secesión unilateral armada, el Gobierno de Nigeria (otra dictadura militar más, de herencia colonial británica) respondió con contundencia, y empezó una masacre de tres años de duración. En 1967 Cruz Roja pudo actuar sobre el terreno, pero en unos meses tuvo que dejar el país, pues el Gobierno de Lagos no quería testigos de ningún tipo. Y Cruz Roja se retiró, con una mal digerida frustración. Aquí empezó Médicos Sin Fronteras (MSF). Un reducido grupo de médicos, franceses la mayoría, que formaban parte de dicho equipo de Cruz Roja, se negaron a retirarse, y por resumir el argumento, dijeron que su obligación como médicos y como seres humanos era “curar y dar testimonio” (en francés, soigner et temoigner). Y allí empezó un contagioso humanitarismo sin fronteras, decidido a no dejarse limitar por una concepción demasiado restrictiva del derecho internacional en materia de conflictos armados.

Acabada la Guerra Fría se desplegó un gran debate sobre la necesidad de prevenir los desastres humanitarios
Acabada la Guerra Fría se desplegó un gran debate sobre la necesidad de prevenir los desastres humanitarios
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En la década de los 90, hubo muchos escenarios donde te los encontrabas, la antigua Yugoslavia, Ruanda, Somalia, y un largo etcétera. No solo MSF, a esta organización le habían salido clones, Médicos del Mundo, AICF, y otros. Luego, con el cambio de siglo y algunas guerras más, vimos aparecer el debate llamado R2P, Responsabilidad de Proteger, que quería formalizar el bagaje acumulado, pero asistimos a su clausura de la mano de Libia, Siria, Myanmar. La soberanía del Estado no se cuestiona. Aunque una luz hecha de esperanza y tenacidad reaparece aquí y allá, en este caso Tigray en Etiopía. María Hernandez, con sus compañeros Yohannes y Tedro, han caído en este combate de tenacidad humanitaria. Les debemos algo.


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