La vía alternativa a ampliar el aeropuerto de Barcelona alerta a los vecinos
Gavà Mar y Castelldefels rechazan cambiar la operativa de las pistas del aeródromo de El Prat
El debate desencadenado por el proyecto de ampliación del aeropuerto de El Prat ha propiciado la apertura de diversos frentes. Los municipios que rodean el aeródromo mueven ficha para evitar salir perjudicados de una actuación que conlleva un potente efecto económico, 1.700 millones de euros de inversión y la generación de unos 80.000 empleos directos, pero que carga con un pesado impacto contaminante en el entorno. Aena repite que para que el proyecto avance es deseable contar con un amplio consenso, pero la realidad pone al descubierto que el aumento de capacidad del Josep Tarradellas, si se termina aprobando, no gustará a todos.
Alargar la pista de mar hacia la laguna de La Ricarda supone ocupar terrenos del delta del Llobregat que están dentro del término municipal de El Prat. Una opción que levanta ampollas porque erosiona un espacio de alto valor natural a base de añadir cemento y ruido a una zona sobrecargada de infraestructuras. Lluís Mijoler, alcalde de El Prat por Catalunya en Comú, denuncia que la intervención supone “destruir” la biodiversidad que hay en el tramo de desembocadura del Llobregat. Aena insiste en que estirar la pista es la mejor opción, pero, si se termina bloqueando, no cierra la puerta a otras alternativas una vez se llegue al techo de capacidad del aeropuerto.
Y la única alternativa factible pasa por variar la manera como operan las pistas, una para aterrizajes y otra para despegues, y recuperar la configuración de pistas independientes, reorganizando salidas y llegadas y permitiendo hacer ambas operaciones a la vez. Una opción que ya está contemplada en el plan director del aeropuerto y que Aena custodia como comodín en caso de que, alcanzado el tope de capacidad de 55 millones de pasajeros anuales sin la ampliación ejecutada, sea menester buscar una solución.
La opción de readaptar las pistas pone en guardia a la zona sur del aeropuerto, fundamentalmente Gavà y su privilegiada urbanización, Gavà Mar. La alcaldesa, Raquel Sánchez, se ha apremiado a manifestar que el cambio de operativa desencadenaría un fuerte rechazo. “No pasaremos por una modificación del aeropuerto que ponga en riesgo el consenso a que se llegó en su día para que el funcionamiento de esta infraestructura fuera compatible con la calidad de los vecinos de Gavà, muy en concreto los de Gavà Mar, y de una parte importante de Castelldefels”. Operando los vuelos en pistas independientes se incrementa el impacto acústico sobre las viviendas cercanas al aeropuerto, un problema que generó enérgicas movilizaciones vecinales en 2004 y 2005, hasta que Aena aceptó cambiar el rol de las pistas para minimizar el ruido, a cambio de sacrificar capacidad operativa.
Aena contempla el plan en caso de que no fuera posible la ampliación
“Aquel que diga que los que vivimos aquí somos unos pijos y que nos aguantemos si hay ruido, lo que tiene es envidia”, exclama Jorge Ortiz, vecino de Gavà Mar. Declara llevar 40 años residiendo en la zona y recuerda los tiempos en que el tráfico de aviones sobre las viviendas de la urbanización era constante. “Aquello era insoportable, horrible”, asegura. “Me llegué a plantear irme a vivir a Begues”, declara, al tiempo que alega que no le vale el argumento relativo a que, quien se va a vivir al lado de un aeropuerto, ya sabe a lo que se expone. “Hace años por aquí pasaba un avión a la hora, de eso a que pase uno cada minuto hay bastante diferencia”. Carlos Domènech es el presidente de la asociación de vecinos. Del balcón de su casa cuelga una pancarta de rechazo a los aviones. “Aquí vivimos 8.000 familias, no somos cuatro pijos. Cualquier persona que tenga un poco de sensibilidad nos apoya”, razona.
“Aquello era insoportable, horrible. Me llegué a plantear irme a vivir a Begues”, dice una vecina de Gavà Mar sobre el anterior tráfico aéreo
Antonio Romero es barrendero municipal. Lleva 12 años acicalando las calles de Gavà Mar. Cuando se le pregunta si resulta molesto el ruido de las aeronaves se limita a emitir un soplido. “He llegado a contar un avión cada minuto y medio”, detalla. Josep Solsona vive en Viladecans pero se acerca a menudo a Gavà Mar. “La gente es muy quejica”, sostiene, cuando se le requiere sobre el estruendo aéreo. Postura similar mantiene Enric Duart, instructor de Tai-Chi y que imparte sus clases sobre la arena de la playa. “No me ha molestado nunca ningún avión, pasan mar adentro”.
En apenas cien metros de una misma calle se concentran siete agencias inmobiliarias. Aitor López es uno de los responsables de fincas Lunallar y desde hace años reside en Gavà Mar. De los tiempos en que los aviones sobrevolaban el barrio recuerda tener que dejar de hablar porque “era imposible escucharse”. Si se recuperase aquella operativa de pistas pronostica una caída del negocio: “Quien vive aquí no creo que se vaya, pero la demanda por venir pincharía, seguro”. La vivienda cotiza alto en Gavà Mar. Loren es un ciudadano alemán recién llegado. Paga un alquiler de 2.500 euros al mes por un piso de 100 metros cuadrados con vistas al mar. “No sé nada de problemas con los aviones, a mi el ruido que me molesta es el del bar de enfrente”, sostiene.
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