De qué habla Illa cuando habla de lo real
Pocos debates son más concretos en la política contemporánea que la definición de realidad. Adivinanza: ¿Cuál es la palabra a la que recurrió el socialista para calificar su Gobierno alternativo?
En cuanto a mí, estas elecciones las hemos ganado nosotros”, es una frase que podrían haber dicho Salvador Illa o Laura Borràs, si no fuera porque la dijo Donald Trump tras perder. Si la comparativa entre Trump y Illa ya era sugerente vistas las dificultades del candidato socialista para expresar verbalmente su derrota, que ahora Illa presente un “Gobierno alternativo” la hace irresistible. El adjetivo conduce inevitablemente a los “hechos alternativos”, el concepto inolvidable con que Trump desgarró la política y el periodismo mundiales y logró ensanchar los límites de lo posible. Los perdedores electorales siempre habían tratado las urnas desfavorables como un glitch del sistema, pero gracias a Trump sabemos que, si instalas en el centro del discurso la idea de realidades alternativas, conseguirás efectos sobre la realidad en que, de hecho, te encuentras.
Parece una ocurrencia filosófica, pero pocos debates son más concretos en la política contemporánea que la definición de realidad. Adivinanza: ¿cuál es la palabra a la que recurrió Illa para calificar su gobierno alternativo? Pues que hará “política real”, claro. En este caso, “real” significa “sobre todos los temas del mundo salvo del conflicto nacional entre España y Cataluña”. “Vencer el virus” sí, pero sólo si no entiende de territorios. Aquí operan varias ironías que vale la pena comentar: la primera es que, mientras que Illa se alimenta de una idea de la vieja izquierda según la cual la única realidad es la económica y el resto de disputas son ruido superestructural, el principal protagonista de la historia de la izquierda cultural española es el partido socialista de José Luís Rodríguez Zapatero, que siempre recordaremos como aquel que pudo ganar todas las batallas culturales con una mano mientras que con la otra perdía cada una de las que disputaba contra la Troika.
La segunda ironía es que si alguien ha basado su proyecto en separar lo legítimo de lo que cabe dentro de las instituciones y las leyes españolas, ha sido el independentismo. El Consell de la República es el gobierno alternativo before it was cool , y si Illa hace una campaña contra la normalidad de la alternancia en la Generalitat autonómica, está haciendo un discurso, ejem, puigdemontista. Que Elsa Artadi y Pere Aragonès no practicaran ni una onza de desobediencia con la aplicación del artículo 155 de la Constitución y que Tsunami Democràtic convenciera a la gente que la sentencia del juicio al procés no merecía más que una protesta hasta las ocho de la tarde, son las pruebas más fehacientes del triunfo de la TINA unionista entre los partidos independentistas. Illa, que todo esto lo sabe, refuerza teatralmente la idea de alternativa precisamente porque no quiere que se note hasta qué punto han ganado sus tesis.
Y la última burla es que hablar de “lo que importa a la gente” desde la izquierda es un anacronismo insoportable. Desde que la idea de interseccionalidad ha extendido en la filosofía política, cosa que celebramos, sabemos que las luchas entre diferentes opresiones no se excluyen, sino que se refuerzan entre ellas. Ya no existe una izquierda postmoderna obsesionada con las batallas culturales y unos marxistas pregramscianos en las barricadas: todo el mundo sabe que lo real es la suma de los hechos y de los discursos y que hay que librar la batalla en todos los frentes a la vez.
Pero si ya no se puede separar materialismo de culturalismo, la alfombra con la que tapar la cuestión catalana desaparece. La recogida de firmas contra el indulto, que seguro que no firmarán pocos socialistas, es bien física y concreta, pero no se entiende nada si no aceptan la realidad de algo tan intangible como el anticatalanismo. Cada euro que se ahorran las empresas madrileñas en impuestos vale como los demás, pero no se puede explicar de donde salen sin hablar de nacionalismo español que tan poco importa. La izquierda unionista catalana es perfectamente consciente de todo esto, y por ello prefiere mantener abierta la enmienda a la totalidad del análisis en clave nacional, una batalla eterna sobre si el conflicto entre Cataluña y de España explica los problemas del país o no, es decir, sobre qué es realidad y qué es fantasía. Al igual que a Trump, tal vez han perdido las elecciones, pero su marco se ha impuesto entre bambalinas.
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