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“Atención les habla la policía. Póngase la mascarilla y respete las medidas covid”

La Guardia Urbana de Barcelona desaloja a 9.055 personas de botellones

Centenares de personas siguen de fiesta en el Born mientras se acercan los vehículos policiales
Centenares de personas siguen de fiesta en el Born mientras se acercan los vehículos policialesAlbert Garcia (EL PAÍS)
Alfonso L. Congostrina

“Atención les habla la policía. Les recordamos que deben mantener la distancia de seguridad, utilizar la mascarilla y respetar las medidas de prevención de la covid. Gracias”, este mensaje se reproducía continuamente en los altavoces de los coches de la Guardia Urbana de Barcelona que, acompañados de los Mossos, desalojaron a 9.055 personas que participaron en fiestas y botellones masivos desde las 22.00 del sábado hasta las 6.00 del domingo. La playa de Sant Miquel, en el barrio de la Barceloneta, fue el punto de “máxima concentración”, según la policía local, donde llegaron a desalojar a 2.000 personas. EL PAÍS estuvo en varios de estos botellones. Así se divierten, sin respetar distancias, jóvenes y, sobre todo, turistas en la noche de la capital catalana.

Un fin de año en mayo en Barcelona

Los bares pueden permanecer abiertos hasta las 23.00 y eso en el paseo del Born, en pleno centro de Barcelona, convierte la calle en el escenario de una fiesta mayor. Centenares de personas, la mayoría jóvenes franceses que han venido el fin de semana en coche, toman las aceras con latas de cerveza y alcohol. Los hay que ya han aprendido y utilizan vasos de cartón grandes, los que se usan para el café con leche, para esconder combinados alcohólicos a los ojos de la policía. “Fiesta, fiesta, fiesta”, grita, en un español regular, una joven francesa que a las 22.00 ya tiene evidentes síntomas de ir un tanto perjudicada por el consumo alcohólico. La calle de la Vidrieria se convierte en un embudo de personas. Varios agentes pasean y regañan, ese es el verbo, a estos jóvenes díscolos. “Pónganse la mascarilla”, ordena un agente a un grupo. “Nos estamos haciendo un selfie y queremos que se nos vean las caras bonitas”, se rebota una joven. De hecho, los policías dan vueltas, si ven a alguien bebiendo alcohol, debe ser muy evidente, le obligan a lanzarlo a la basura porque la normativa municipal impide su consumo en la vía pública pero poco más pueden hacer. Los bares cierran a las 23.00 y en el exterior casi un millar de personas siguen la fiesta. Hay de todo: música en altavoces portátiles, un malabarista con el torso desnudo haciendo acrobacias con bolas de fuego, alcohol, risas y ganas de pasarlo bien. Por el Fossar de las Moreres aparecen motos, varias furgonetas de los cuerpos policiales y antidisturbios que van andando poco a poco expulsando a la gente mientras el altavoz continúa vomitando el mensaje en bucle. Hay gritos e insultos a los medios de comunicación pero siguen las risas y una proclama a veces unánime: “Libertad, libertad”. Un mensaje que es parte eso, un mensaje, pero también una burla al eslogan con el que Isabel Díaz Ayuso ha ganado las elecciones autonómicas en Madrid. Los policías consiguen despejar la zona y muchos de los concentrado se van dirección Arc de Triomf. El intendente de la Guardia Urbana, Ricardo Sala, advierte que el punto de mayor afluencia de personas está en las playas. “El problema no es que haya gente en la calle. Eso está permitido. El problema es que no se respetan las medidas de seguridad y seguimos en pandemia”, lamentaba. Los policías se van directos a Arc del Triomf pero EL PAÍS se dirige al epicentro de los botellones: la playa de Sant Miquel.

En mitad de la playa de Sant Miquel hay un monumento bautizado como L’Estel Ferit. Todos conocen la intervención artística como “los cubos” porque son varias figuras geométricas apiladas. Este monumento atrae, como si fuese un tótem, a dos millares de personas bailan alrededor y sobre todo beben y se muestran signos de cariño y pasión. “Whisky, whisky…” ofrece un vendedor ambulante que lleva una docena de botellas en una bolsa de supermercado. Aquí la fiesta parece un erasmus universitario. Los asistentes no entienden porque la presencia de medios de comunicación y muchos se muestran hostiles a las cámaras.

A la 1.00 un desfile de coches patrulla llega a la arena de la playa. Los agentes de la Guardia Urbana que van vestidos de antidisturbios se colocan en línea recta en la arena de la playa y comienzan a peinar echando a la gente. Sigue la fiesta. Hay algún lloro de asistentes desorientados. La idea de los agentes es ir desviando a las 2.000 personas hacia el paseo de Joan de Borbó para evitar que se adentren dentro del barrio de la Barceloneta. No siempre lo consiguen. La noche ha sido larga y ahora solo depara lo peor. Vómitos, gente fuera de sí o incapaz de andar en línea recta. Aún así, sigue la risa de turistas franceses que han podido tocar arena, bailar y beber en una playa de Barcelona donde, pese al buen tiempo, no molestaba un jersey.

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