Un cromo de vida
Perder mi ‘apfelstrudel’ favorito me lleva a las láminas coloreadas de chocolates y pastelitos: la senda interior se estrecha, entre la melancolía y el duelo
Estoy ante la muerte de un noble prusiano: la mano derecha ha soltado ya el sable, cuerpo arqueado hacia atrás, y el espanto de su corcel blanco parece intuir el desenlace en pleno fragor de la batalla. Un poco más a la izquierda, un zepelín bombardea Amberes. Al lado, alemanes e ingleses se enfrentan cuerpo a cuerpo en un bosque africano; mientras, soldados franceses se tapan el rostro con las manos para eludir la neblina que visibiliza los gases asfixiantes de los alemanes en la batalla de Ypres… Una de las imágenes está vuelta: generoso texto explicativo en el dorso. Deformación profesional: columna ancha (¿12 picas?) y letra pequeña (¿cuerpo 8?), sin punto y aparte. ¿Unos 1.400 caracteres con espacios? Pues serían seis tuits cargados hasta los topes. Hoy nadie lo leería: demasiado largo.
Debo haber sonreído de manera audible porque el matrimonio prejubilado me ha mirado desde el otro lado de los pupitres de la exposición Cuando los cromos iban con el chocolate, en la Biblioteca Arús, la más coqueta de Barcelona, 125 años os contemplan. Los cromos, con epígrafe La Guerra Europea (1914, claro), son algunos de los 420 que conformaron esa exitosa serie, una más de las entrañables promociones que lanzó Chocolates Amatller, que seguía la estela del Chocolate Jaime Boix (1754), primero en introducir cromos envueltos en las tabletas, una idea copiada de la francesa Chocolat Poulain.
Cómo hemos llegado hasta aquí es culpa de no encontrar el pasado sábado mi apfelstrudel favorito en Lidl. Debe darse definitivamente por perdido. “Si no queda ahí es que no hay”, lanza de manera automática sin mirarme un (¿transhumano?) empleado al galope. La respuesta es la misma desde hace semanas y en diversas tiendas. O sea, el postre pasa a la lista de aquello que un día desapareció de improviso de mi vida, sin despedirse, sin un por qué y sin querer saber ellos lo que me importaban: el chicle Bazoka de tres discos, la primigenia colonia Williams…
Lo esencial de la memoria no es el recordar sino la relación afectiva que se mantiene con ella y, claro, con lo que transporta. Hace un tiempo que la guerra entre mi pasado, lo vivido, y el presente es cada vez más cruenta, sin cuartel ya, acechándose en cualquier claro del día, desafío en un escenario que se estrecha entre la melancolía y el duelo. En fin, que es con este espíritu con el que, en la espiral de Internet, buscando el chicle salté al cromo (de dos a 6 euros la unidad, hoy) y de éste, a la exposición…
“Valjean es rechazado en cuantas puertas llama”, reza el pie del cromo de la serie que se permite dar por entregas Los Miserables de Víctor Hugo, gentileza de Chocolates y Bombones J. Camps, sucesores de P. Juncosa, sitos en la calle Salmerón, 15, pero con sucursal en la plaza de Santa Ana, 18, y la dulcería La Colmena, en plaza del Ángel, 12. Los del Chocolate Imperial hacen honor al nombre: hay en su bella oferta fotografía del soberano, bandera y moneda del país en el anverso; detrás, el mapa. Un prodigio. La propuesta de Chocolates Juncosa (“El único, verdadero y legítimo”; calle Fernando, 10, de 1835) reproduce Las grandes jugadas del fútbol, donde parecen distinguirse la zamarra escapulada del Europa, la arlequinada del Sabadell o la azulgrana del Barça: “Un enorme avance del formidable Monjardín, el centro delantero del Madrid, en el partido Madrid-Sevilla”, reza una cuarta imagen, como congelada hoy del VAR.
La pareja de prejubilados se ha quedado enganchada con la serie Célebres artistas cinematográficos, jugando a reconocer en voz alta a una Mary Pickford en gesto de morder una manzana y a un engominado Maurice Chevalier en frac. De fotogramas (de Pathé frères) son otros cromos: “Estas postales de cine están patentadas y fabricadas exclusivamente para el Chocolate Amatller marca Luna y van incluidas una en cada paquete”, avisan, mostrando músculo empresarial. Los de Amatller son el Louvre del cromo promocional: la serie Grandes cacerías (un búfalo abatido por un vaquero; una anaconda enroscada en la pierna de un cazador que blande un cuchillo; un pulpo gigante ante un buzo con escafandra…) es con ilustraciones de Josep Segrelles, mientras que Proverbios en acción (“En arca abierta, el justo peca”) parece, por temática y trazo, de Apel·les Mestres. Los que iluminan episodios del Quijote tampoco son de pegar y su álbum deja leer fragmentos de la novela en el reverso. También en el de Historia Natural, de Chocolates Juncosa (un barco ladeado cabalgando una ola gigantesca ilustra La tempestad, cromo 30), se cuida el elegante texto: intercala páginas de láminas con las de explicaciones; entretener… y formar: no eran cromos para ser enganchados.
Ha habido otra emboscada en mi cabeza porque casi se me escapan los bellos Enseñanza de los juegos de Lawn-Tennis y Croquet (Chocolatería Pi) y el Juego de la baraja del amor y ni registro que la primera chocolatería de Barcelona fue Casa Capella, de 1700, en La Rambla, 73: se ha cruzado hace un rato el olor del pegamento Imedio con el que embadurnaba de pequeño, junto a mi madre, los cromos de Vida y color y, poco después, los del gigantesco álbum azul Nuestro mundo, éste ya de Bimbo, de cuando el mundo se repartía entre las superpotencias Tigretón, Bony y Bucanero.
Estoy sentado en su rodilla izquierda, en la mesa con cristal del comedor. Debe de ser 1968 ó 1969 y es siempre después de comer. Silencio apenas roto por una exclamación mía o una lectura de las leyendas de ella: mamá es para mí solo porque mi hermana tiene un año y a esas horas duerme. Creo que soy feliz, absorto en esos mundos multicolores de los cromos que aún hoy veo caer, hojas secas, dentro de mi cabeza, con su marco gris.
La senda de mi interior se vuelve angosta, que escribiría Matsuo Basho. Sé dónde queda (creo que sin portadas) al menos el Vida y color, que alcanzamos a completar: en el cajón del único mueble de mi infancia que, cuatro mudanzas después, sigue conmigo. Iré a por él otro día: no puedo aún con ese cromo del álbum de mi vida.
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