La resistencia de La Rambla
Miles de barceloneses pasean por el popular paseo para ir a buscar rosas pese a que las instituciones eliminaron la avenida del circuito tradicional de Sant Jordi
Concepió Boronat, de 78 años, con un pin de Sant Jordi en la solapa de la chaqueta, paseaba ayer por La Rambla con una rosa roja que se acababa de regalar. Con una mascarilla estampada con una pequeña senyera, Cio, como así la conocen, celebra desde hace años Sant Jordi en el paseo y este 2021, pese a las restricciones, no iba a ser para ella distinto. “Los barceloneses somos muy de ir a La Rambla. Es la aorta de Barcelona”, corrobora su amiga Ana María Sánchez, de 77 años, también vecina del barrio de la Vall d’Hebron. Las dos jubiladas no fueron una excepción. Como ellas, miles de barceloneses desfilaron por La Rambla pese a estar excluida como escenario para evitar aglomeraciones por la covid aunque al final las hubo —y muchas— a lo largo del día.
No hubo, eso si, ni casetas de libros ni paradas espontáneas de flores pero, por contra, se vio lo nunca visto: cientos de personas hicieron cola en los quioscos de flores para comprar rosas. La fidelidad de esos barceloneses, como la de Cio, que aún recuerda las fotos del paseo vacío en 2020, compensó en parte la imagen triste que ofreció la arteria a primera hora. Cada Sant Jordi, de madrugada, entre dos luces, las furgonetas de las librerías descargan en el tramo central decenas de cajas de libros. Y, sobre las nueve de la mañana, las paradas están dispuestas. No había ayer nada de eso y cierta tristeza sacudió a La Rambla. “Es como si no fuera Sant Jordi. Da un poco de pena”, lamentó Carmen Pérez, de 58 años, que trabaja en la avenida desde hace años. “¿Por qué puede haber mercadillos de ropa al aire libre y aquí no de libros?”.
No todo el mundo tuvo esa sensación de vacío. Lluís Blasco, de 68 años, vecino, alega que este año es solo una excepción y que habrá más diadas cuando todo el mundo esté vacunado. “Yo de lo que tengo nostalgia es del silencio”, apostilla describiendo que en otras ediciones hubo tal concentración de personas que apenas podía abrir la puerta de casa, además de ver un río humano desde su balcón.
Jaume Collboni, teniente de alcalde de Barcelona, cumplía a las diez de la mañana con su ritual de ir a comprar la rosa a La Rambla. Un poco más arriba, Ada Colau, acompañada de una legión de escritores, iniciaba la jornada en La Virreina y gracias a la presión de los fotógrafos, se retrataron juntos en el paseo. “No se podía hacer Sant Jordi en La Rambla por la densidad de ciudadanos que hubiera habido”, esgrimió Collboni, recordando que en la pandemia se aconseja que las manifestaciones eviten el paseo del que, conviene, los barceloneses han empezado a recuperar al reducirse drásticamente el turismo.
José Moya, de 55 años, florista, que lleva vividos 33 Sant Jordi en La Rambla, no para de atender a clientes en casi un presagio de lo que será el día. “No esperaba tanta gente esta mañana. No soy médico pero le han quitado un poco el encanto. Me sabe mal”. “La rosa y el libro van de la mano en Sant Jordi”, corrobora la florista Ana Benzal, de 52 años, que echó de menos los puestos de literatura aunque celebró que se hubieran prohibido los de flores espontáneas.
Y pasaron las horas y las colas llegaron, tanto para comprar rosas, que se agotaron, como libros. ”Ya había cola antes de abrir. La gente tenía muchas ganas de salir”, cuenta Trini Poveda, de 32 años, de la librería de la Filmoteca, en una de las paradas de la plaza Reial reconvertida en una gigantesca librería. A la hora de comer, Ana y Dani, de 21 años hicieron cola en la parada Benzal en busca de la rosa — “Hemos estado en el Passeig de Gràcia, pero no hemos visto allí paradas”— y a la altura de La Virreina la imagen era en estos tiempos casi histórica: cien personas guardaban turno para comprar una rosa. Fue como una dulce venganza final: San Jordi, sin La Rambla, lo es un poquito menos.
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