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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Balance provisional

La salud mental se está cobrando numerosas bajas y sigue siendo motivo de temor de especialistas. La factura que nos pasará este episodio lo hará incluso a pesar de la capacidad de olvidar detalles

Josep Cuní
Gente en la playa el pasado 31 de marzo, algunos con mascarilla y otros sin.
Gente en la playa el pasado 31 de marzo, algunos con mascarilla y otros sin.ALBERT GARCIA

Un año largo de pandemia da para mucho. Para tanto que a veces parece como si algunas de las vivencias acumuladas y las normas impuestas se hayan diluido entre la niebla del olvido. Son las más anecdóticas, aunque no por ello las menos controvertidas. Aquí tenemos el ejemplo del uso de mascarillas en playas y piscinas. Un chiste si no fuera porque se ha imprimido en el BOE, una publicación seria. Un despropósito que formaba parte del decreto de junio pasado que definía la nueva normalidad y que en su lento pasear por las Cortes para convertirse en ley ha conseguido, meses después y a falta de procesiones tradicionales, toda la atención de las vacaciones de Semana Santa.

Los senadores socialistas han admitido la autoría de la pauta fruto de la preocupación que supusieron los aerosoles como vehículo de transmisión y contagio en aquel incipiente verano de constantes disquisiciones científicas. Y tras consultar con el Ministerio y considerándola una mejora técnica incluyeron el matiz sin darse siquiera un respiro para imaginarse las consecuencias del desliz. Hubiera sido más lógico mantener la prohibición de acceso a los recintos como ya sucedía hasta entonces, pero el peso de la maltrecha economía de un país de sol y playa no permitía seguir retando al destino de tantas empresas y familias preocupadas ya entonces más por la salud de sus bolsillos que por la de sus cuerpos.

También va de eso: del control de la sociedad sobre la que pesa más la desconfianza que la responsabilidad
También va de eso: del control de la sociedad sobre la que pesa más la desconfianza que la responsabilidad

A la vista de la revuelta autonómica, el Gobierno se ha visto obligado a dar marcha atrás esta misma semana, ha rebajado la controversia y solo se exigirá el uso de mascarillas en esos supuestos si uno está paseando por la playa pero no si está expuesto al sol ni, por descontado, bañándose aunque no esté nadando ni haciendo ejercicio. Dicho, escrito y leído así, suena a un desatino mayúsculo, a herencia de la Celtiberia Show de Luis Carandell, pero que también obliga a preguntarnos cuántas incongruencias parecidas se habrán colado entre las más de 3.000 normas e imposiciones aprobadas durante todo este tiempo eterno y fugaz a la vez. Lo primero por la pesadez de las restricciones. Lo segundo por la capacidad humana de echar la vista atrás y darse cuenta de que todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar. Precisamente.

No parece, sin embargo, que aquel famoso poema de Antonio Machado haya estado presente entre quienes se han visto ante el reto de tomar duras decisiones y dictar propuestas impopulares que, en parte, siguen condicionando nuestras vidas y coartando nuestra libertad. Especialmente en los aspectos que el tiempo y la experiencia hubieran ayudado a evitar idas y venidas, restricciones y permisos, discusiones estériles y debates innecesarios con el objetivo de dibujar un falso consenso. Porque también va de eso. Del control de la sociedad sobre la que pesa más la desconfianza que la responsabilidad, la sospecha que la convicción y el recelo que la tranquilidad. En caso contrario hubieran predominado sugerencias y no imposiciones, como han hecho otros países donde el balance provisional ha acabado siendo más o menos el mismo. Con sus errores de cálculo y sus dudas razonables, como ha sucedido en Suecia, Suiza y Holanda, pero con la seguridad de que, descontando los abusos puntuales, la conducta general de la ciudadanía sería tan generalmente responsable como cautelosa. Y a la vista de lo comprobado en este país, así también han ido las cosas por la cuenta que a todos nos trae.

Uno de cada cuatro españoles tuvo miedo a morir de covid y un tercio lloró por los estragos de la pandemia
Uno de cada cuatro españoles tuvo miedo a morir de covid y un tercio lloró por los estragos de la pandemia
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En paralelo, la salud mental que tanto molestó a un diputado del PP ante la preocupada pregunta al Gobierno de Íñigo Errejón se está cobrando numerosas bajas y sigue siendo motivo de temor de especialistas. La factura que nos pasará colectivamente este episodio para la historia lo hará incluso a pesar de la capacidad de olvidar detalles y capítulos de un serial que va renovando temporadas y ofreciendo razones para seguir nutriendo la creatividad de los guionistas más acreditados.

Dice el CIS que uno de cada cuatro ciudadanos españoles tuvo miedo a morir de covid durante los primeros 12 meses de su dominio, que un tercio lloró por los estragos de la pandemia, más del 40% sufrió alteración del sueño y la mitad de la población notó la pérdida de energía. Casi nada. Y todo ello a pesar de la imposibilidad de retener algunas condiciones que el tiempo ha convertido en minucias. O así podemos haberlo decidido también por cuestiones de salud mental. Por ejemplo, que la obligación del uso de la mascarilla no se impuso hasta el 20 de mayo, cuando lo publicó el mismo BOE. Los dos primeros meses de confinamiento, cuando los terribles datos sanitarios parecían no tener fondo ni final, era una simple sugerencia que, casualmente, coincidía con su falta de existencias. Es solo un recuerdo.

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