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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Wittgenstein según Jaume Asens

Como es sabido, al filósofo le gustaba de repetir a sus estudiantes “no pienses, mira”, para destacar la necesidad de que no quedaran atrapados en las mediaciones más o menos especulativas, desatendiendo la realidad

Retrato de Ludwig Wittgenstein.
Retrato de Ludwig Wittgenstein.BRIDGEMAN IMAGES
Manuel Cruz

Estos días, en los que tanto se vuelve a hablar acerca de tensiones ideológico-políticas en el seno del Gobierno, ha regresado a mi cabeza una pequeña anécdota ocurrida hace poco más de tres meses. Había empezado a leer el titular de una entrevista a Jaume Asens en La Vanguardia cuando no recuerdo qué contingencia me obligó a interrumpir la tarea. Solo alcancé a la lectura de la frase “El PSOE debe pasar a los hechos”, a la que seguían dos puntos. Resuelta la contingencia, regresé a la entrevista deseoso de saber a qué hechos se podía referir el presidente del grupo de Unidas Podemos en el Congreso, puesto que, como resulta evidente, hay mucho donde escoger. Podía haberse referido a al futuro de las pensiones, a la de la necesidad de reforzar de manera decidida la sanidad pública, especialmente en estos dramáticos momentos, de acometer de una vez por todas la transición ecológica o a tantos otros hechos a los que, por su importancia, cabía hacer mención y a los que, supuestamente, el PSOE debería pasar.

Pero no. El hecho más importante para nuestro entrevistado era la reforma del delito de sedición. No voy a entrar ahora en este asunto en concreto, sobre el que no me siento técnicamente cualificado para opinar, sino en el apuntado en el párrafo anterior. Como es sabido, Ludwig Wittgenstein gustaba de repetir a sus estudiantes “no pienses, mira”, para destacar la necesidad de que no quedaran atrapados en las mediaciones más o menos especulativas, desatendiendo la realidad. Ciertamente, el peligro de terminar perdiéndola de vista siempre acecha a quien filosofa (y, en menor medida, a cualquiera que piense en general).

No obstante, resultaría engañoso suponer que las cosas son tan simples, como si la realidad fuera ese “mundo exterior” al que se refieren algunas filosofías, y al que basta con mirar para empezar a conocer. Como si teoría y realidad fueran dos cosas nítidamente diferenciadas que de vez en cuando hay que sincronizar para que el conocimiento siga funcionando de manera correcta. Como si no supiéramos a estas alturas que incluso nuestra propia mirada viene mediada por nuestros conocimientos y opiniones, de forma que vemos lo que sabemos y somos ciegos ante lo que ignoramos, por más que lo podamos tener delante mismo de nuestros ojos.

Pero la cosa no acaba aquí. Incluso aunque Wittgenstein llevara razón en su recomendación, olvidaba algo, nada menor ni irrelevante. En efecto, cualquiera de esos estudiantes a los que el autor del Tractatus instaba a funcionar en los términos señalados podía haberle replicado: “De acuerdo, pensaré menos y miraré más, pero ¿hacia dónde he de mirar exactamente?”. Porque, como también quedó apuntado, hay mucho hacia dónde dirigir la mirada. La hipotética pregunta del estudiante devuelve a la cuestión inicial, ya que lo que resulta muy importante en filosofía —seleccionar de manera adecuada el objeto— podemos considerarlo directamente trascendental en el caso de la política.

Es cierto que en la mayoría de ocasiones los responsables políticos tienden a expresarse en términos engañosos, como si no mediara decisión alguna por su parte a la hora de decidir los asuntos en los que se van a ocupar, dando a entender que se limitan a recoger las demandas y reivindicaciones que la ciudadanía les hace llegar y que equivaldrían a esos hechos presuntamente inequívocos del principio. De ahí que una de las formulaciones más de su agrado sea la de que ellos se preocupan por aquellas cuestiones que “realmente importan a la gente”.

Para dilucidar si tal cosa es cierta, busquemos un ejemplo bien reciente, a ser posible no demasiado alejado de los planteamientos del propio Asens, que ilustre lo que estamos diciendo. ¿Puede afirmarse, sin entrar en flagrante contradicción, que una idea (la república) que además se propone como horizonte (el horizonte republicano) y que es definida por quien lo hace (Pablo Iglesias) como un significante vacío, expresa aquello que de verdad se supone que importa a la gente? ¿Cabe considerar representativa de las auténticas preocupaciones de los ciudadanos una propuesta que resulta incapaz de especificar qué iría mejor en la vida real de estos si la forma de Estado en España fuera la republicana? O, por regresar al planteamiento wittgensteiniano, ¿se puede mirar hacia un lugar inexistente? En definitiva, ¿se puede instar a pasar a los hechos sin especificar cuáles, y con qué criterios, son realmente prioritarios?

Manuel Cruz es filósofo y expresidente del Senado. Acaba de publicar El virus del miedo (La Caja Books).

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