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Laura Borràs y la política del ‘yo’

La actividad pública de gobierno es, sobre todo, un asunto personal para la nueva presidenta del Parlament

La nueva presidenta del Parlament, Laura Borràs, posa en el hemiciclo tras la sesión constitutiva del Parlament.
La nueva presidenta del Parlament, Laura Borràs, posa en el hemiciclo tras la sesión constitutiva del Parlament.Albert Garcia

Las reuniones de trabajo con Laura Borràs (50 años) suelen virar hacia lo personal. Si se discute la posición del partido sobre sanidad pública, ella remite a su embarazo. Si se habla de vivienda, relata cómo compró la casa donde vive con su marido, el cirujano Xavier Botet. Lo rememora un excolaborador cercano de Junts per Catalunya: “Le encanta hablar de sí misma. Hasta cuando habla de libros, habla de ella”.

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La política, para la nueva presidenta del Parlament, es sobre todo un asunto personal, donde el yo y las emociones ocupan el primer plano. “Lo da todo: si un compañero debe declarar ante un juez, ella le acompaña. Pero pide el mismo trato y, si no lo recibe, se lo apunta”, detalla el colaborador. Se define como una mujer “progresista”, pero su ideología es difícil de descifrar porque en ocasiones se posiciona sobre los asuntos “en función de lo que cree que va a gustar”. “Eso”, añade, “es populismo, y es la clave de bóveda”.

Nacida en una familia acomodada de Barcelona -su madre era agente de seguros y su padre, jefe de urgencias del hospital Clínic-, Borràs “siempre ha sido la primera de la clase”. Y no soporta lo contrario: es competitiva y ambiciosa. Doctora en Filología Románica por la tesis Formes de la follia a l’Edat Mitjana (Formas de la locura en la Edad Media), es profesora de Literatura en la Universidad de Barcelona desde 1995. Cuando se trata de trabajar, no escatima horas. Tampoco le cuesta verbalizar lo mucho que trabaja.

“Cada día tengo una faenada de Can tirirín. Mañana me voy a Riba-Roja d’Ebre a un festival de poesía dedicado a Montserat Abelló. He de preparar aún el pregón, la conferencia sobre su trayectoria y la antología que he de recitar”, escribió en julio de 2014, mientras era directora de la Institució de les Lletres Catalanes (ILC). Llegó al cargo (con un salario de más de 87.000 euros) de la mano del entonces consejero de Cultura Ferran Mascarell, que quería acercar la literatura catalana a las nuevas tecnologías. En esa etapa, Borràs firmó un manifiesto del Grupo Koiné que cargaba contra el bilingüismo y exigía un país donde solo el catalán fuese lengua oficial.

El correo fue uno de los muchos que Borràs envió a un colaborador en literatura digital, Isaías H., y forma parte de la causa judicial en la que está siendo investigada por delitos de corrupción. Borràs fraccionó presuntamente contratos sobre la web del organismo para adjudicárselos a Isaías. Esa causa judicial amenaza con socavar su carrera política, aunque por ahora no le ha impedido convertirse en la segunda autoridad de Cataluña.

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Borràs rebate las acusaciones con vehemencia: denuncia una persecución por sus ideas y exige la lealtad de los suyos. Un miembro de su equipo en Madrid le sugirió aceptar el suplicatorio enviado por el Tribunal Supremo al Congreso para citarla como investigada. La bronca fue mayúscula. La diputada le acusó de colaborar con la “represión” del Estado. En Borràs, lo personal y lo político van siempre de la mano. Durante la campaña electoral del 14-F, esquivó el asunto con una fórmula que recuerda al “Això no toca” del expresident Jordi Pujol.

Pese a que Junts nació de las cenizas de CiU, Borràs no se considera en absoluto su heredera política. Tal como ha escrito en su último libro, Filla de l’1 d’octubre, explica que entró en política por la represión policial al referéndum del 1-O, un hecho que marcó su vida. En las elecciones de 2017, tras la fallida declaración de independencia, fue elegida diputada en el Parlament como independiente. Como ha ocurrido con otras figuras del independentismo, su ascenso en estos años de agitación social y política ha sido fulgurante.

El president Quim Torra la nombró en 2018 consejera de Cultura y desde entonces ha sido el gran valedor de su carrera política, incluso por delante del líder indiscutible del partido, el expresidente Carles Puigdemont. Personas que trabajaron con ella en esa etapa la definen como “rigurosa y pragmática”, aunque no cumplió los hitos que se había marcado: un carné cultural, nuevos planes de lectura, la revisión del sistema de archivos o la reactivación de la tasa audiovisual, entre otros. Tal vez le faltó tiempo, porque Borràs ha devorado etapas sin pestañear, siempre con una sonrisa y un trato cercano que le han hecho ganar una legión ya no de votantes, sino de fans.

Tras nueve meses al frente de Cultura, en 2019 logró un escaño como diputada en Madrid. Su declaración de bienes es un buen resumen de su extracción social: un piso a medias en Barcelona, depósitos, ahorros y fondos por más de 105.000 euros, un plan de pensiones por 34.000 y un Jaguar XF que conduce su marido.

Aunque insiste en reivindicarse como una outsider, lo cierto es que su etapa al frente de un organismo público como la ILC la acercó a los mecanismos del poder. Un colaborador de esa hora no guarda muy buen recuerdo de su papel como jefa. “Si un proyecto no salía bien y el consejero pedía explicaciones, ella decía que su parte estaba bien, y echaba al equipo a los leones”. Esa persona celebra que, como presidenta de la Cámara autónoma, estará alejada de tareas de gestión. Aunque tiene claro que será una presidenta muy especial. “Ella sonríe y escucha o hace ver que escucha. Pero no es permeable: al final, hará lo que quiera”.

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