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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Imitación de Italia

La fórmula del presidente alpino Mario Draghi aplicada en Cataluña no es el Gobierno independentista, que ya ha demostrado su esterilidad y su capacidad divisiva

Lluís Bassets
Mario Draghi
Mario DraghiANGELO CARCONI / EFE

Bajo la fascinación de la destrucción, Donald Trump era hasta hace poco una figura inspiradora más o menos oculta. Para unos, los que más se le parecen, y para los otros, los que sin aparentes semejanzas mejor sintonizan con sus instintos contra el status quo, el deep state y los métodos disruptivos. Para nuestros trumpistas de derechas, los auténticos, y para los excelentes emuladores que son nuestros trumpistas de izquierdas. Los resultados están a la vista. El trumpismo destruye las instituciones y la democracia y acabará destruyéndose a sí mismo, después de dividir y hundir en la violencia a la sociedad que lo ha hecho nacer.

Ahora, frente a Trump, respiramos aliviados cuando Mario Draghi se convierte en la nueva figura inspiradora para abordar la doble emergencia, la sanitaria y la económica de la reconstrucción. El Gobierno italiano que preside es el de más amplia base desde los tiempos de la unidad nacional antifascista en las postrimerías de la guerra. Draghi no quiere ponerle adjetivos. Es “simplemente un gobierno de país”. “El crecimiento de una economía —advierte— no depende sólo de factores económicos, sino de las instituciones y de que la confianza de los ciudadanos, de las esperanzas y los valores compartidos”.

El momento italiano, como el momento español y catalán, es de una emergencia extrema, que Draghi compara con los años de la reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial. La sociedad italiana, nuestras sociedades, se enfrentan a una emergencia, la más severa de los últimos 80 años, en la que se juega el futuro. En el caso catalán, a la emergencia sanitaria y de la reconstrucción económica se añade una emergencia de país. Una parte de la cúpula dirigente nacionalista está en prisión o en el extranjero. Y las instituciones de autogobierno han sido maltrechas y paralizadas por unas políticas divisivas, erróneas en todo, que han fracasado en el análisis del que partían, en las estrategias y en su aplicación. Cataluña no sabe a dónde va.

La emergencia de la pandemia y de la recesión, exigen lo más parecido a un Ejecutivo de unidad

Si hay una sociedad europea que necesita políticas de unidad e incluso un gobierno con la base parlamentaria más ancha posible, tal vez incluso de unidad nacional, este es nuestro caso. Las palabras de Draghi sobre la relación entre Italia y Europa, dedicadas a desvanecer las tentaciones euroescépticas y las ideas de abandonar el euro, las podemos aplicar al caso catalán en su relación con España. Como los italianos, los catalanes tenemos que estar orgullosos de la contribución al crecimiento y los avances de la UE, y en nuestro caso de España. Sin Cataluña no hay España, pero fuera de España no hay Cataluña.

Exactas también son las sentencias más universales: “No hay soberanía en la soledad. Solo hay el engaño de lo que somos, el olvido de lo que hemos sido y la negación de lo que podríamos ser”. Plenamente aplicables aquí: no haremos nada nosotros solos, con la soledad estéril de nuestro trumpismo. Nada haremos tampoco con una identidad estática que es mentirosa y paralizante. Ni con la tergiversación revisionista del camino extraordinario que hemos recorrido todos juntos, catalanes, españoles, europeos, los últimos 50 años. Así no nos atreveremos a recuperar la prosperidad, la estabilidad y la convivencia que nuestras sociedades se merecen.

¿Quién puede hacer esta tarea en Cataluña? ¿Cuál es el gobierno que levante tanta esperanza como el de Draghi entre los catalanes? Debe ser, ante todo, un gobierno que no persista en la división de la sociedad en dos hemisferios incompatibles, definidos por los vetos y las líneas rojas. No podría ser, aunque lo permitieran las urnas, un gobierno constitucionalista, que invirtiendo su definición sería el Gobierno del 155. Pero tampoco un Gobierno independentista, definido precisamente por el programa y la estrategia que no han conseguido la secesión de España pero han llevado a la secesión interior de los catalanes.

Sus tareas son bien claras. La pandemia ante todo. No hay duda de que un Gobierno de ancho base, sin rivalidades internas como las que tenemos hasta ahora, podría gestionar mejor el combate contra el virus. Lo mismo se puede decir de la reconstrucción, centrada sobre todo en el fondo europeo de la próxima generación, de gestión centralizada en La Moncloa, que requerirá la autoridad y la capacidad de diálogo que sólo un amplio acuerdo entre las fuerzas políticas, económicas y sociales catalanas puede dar.

La comunidad autónoma se enfrenta a una reconstrucción, económica pero también social y política

La tarea más propia de este gobierno italiano de los catalanes es la superación de la división y la reconciliación. La mitad de los catalanes apoyan a quienes dicen que solo se puede conseguir con la amnistía y el referéndum de autodeterminación, mientras que la otra mitad piensa que es exactamente lo contrario: solo será posible con la lealtad a la Constitución, el respeto a la división de poderes y la renuncia a toda unilateralidad. Hay, por tanto, un Gobierno con capacidad de hacer las dos cosas contradictorias: vaciar las cárceles de políticos catalanes y de abrir de nuevo las puertas del país al libre retorno de los dirigentes que huyeron, paso previo a la apertura de la mesa de diálogo dentro de la legalidad constitucional ya acordada en el pacto de investidura del presidente Pedro Sánchez entre el PSOE e Izquierda.

No es fácil dibujar el gobierno italiano para Cataluña. Dentro de cada uno de los hemisferios separados en que se constituye la sociedad catalana hay dos polos extremos demasiado fuertes y paralizados por la inercia y el trauma de los últimos diez años. Pero dentro también hay dos polos, aún más fuertes, que lo serían más si fueran unidos. En lugar del Gobierno de unidad independentista que ha demostrado ya su esterilidad y divide la sociedad catalana, hay un Gobierno de unidad nacional efectiva, basado en la amplia mayoría del tripartito, Esquerra, Comunes y PSC, la base parlamentaria más próxima a la que Draghi ha aplicado en Italia.

Deberíamos hacer caso al premier italiano: “La unidad no es una opción, es un deber”.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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