Culpable de contagiar
La covid genera culpa: “Han trasladado la responsabilidad al paciente, que tiene que gestionar la enfermedad”
Ana, de 46 años, siente un sudor frío. En la cola, mucha gente con mascarilla. En realidad, todos llevan mascarilla. Y piensa: “Si están en la cola para hacerse el test probablemente estarán infectados...”. Sigue más inquieta si cabe y se sube más la mascarilla. Se pone a un lado. Los mira mal. Aguarda turno. En el mostrador le preguntan si quiere hacerse antígenos o PCR. Le han explicado mil veces las diferencias, pero no consigue adivinar cuál es la mejor para su situación actual. Piensa: “Me da igual, pero que sea rápido y me digan que soy negativa”. Al sudor frío se suma el dolor de barriga. Y mientras tanto sigue pensando a cuánta gente ha visto en las últimas 48 horas y a quién podrá haber infectado. El palo por la nariz le molesta. Solo quiere ser negativa.
Judith (nombre ficticio), de 42 años, acudió a trabajar como cada lunes, pero tenía algo de mocos. Su jefa dio positivo un viernes, pero la empresa no realizó la prueba a la plantilla porque salud laboral informó de que no era necesario porque en el test de antígenos el martes anterior dio negativo. “Paranoica, como todos los que tienen un leve síntoma, decidí hacerme por mi cuenta una prueba de antígenos y salí positiva”. Al día siguiente, la empresa hizo un cribado y salieron dos positivos más. Judith repasó su agenda de contactos estrechos del fin de semana: una amiga con la que fue al teatro, con todas las medidas de protección; con su prima, que es sumedia burbuja, y con quien había pasado el fin de semana; y el domingo en la comida familiar con sus tíos, personas de riesgo. También vio a sus padres. “Sentí un gran alivio cuando se hicieron la PCR y todos resultaron negativo. Temía sobre todo por los mayores. Los llamo a diario para saber cómo están todos”.
Clara (nombre ficticio), de 16 años, teme que si se contagia pueda obligar a su clase a confinarse. No quiere cargar con esa responsabilidad.
Clara (nombre ficticio), de 16 años, teme que si se contagia pueda obligar a su clase a confinarse. No quiere cargar con esa responsabilidad. No porque la vayan a señalar con el dedo, ya son muchas clases y muchos alumnos confinados, pero no quiere ser ella. Algunos alumnos están cambiando de idea y piensan que la mejor opción sería encerrarse en casa para lograr un verano sin restricciones y lo más normal posible. El hermano de Clara, con 12 años, es más directo: “Si cojo el coronavirus no es culpa mía, le puede pasar a todo el mundo que coge el transporte público o sale a la calle”.
El coronavirus es una enfermedad que genera culpabilidad. El miedo empezó en el mes de octubre, según Rosa Olmos, de 52 años y dueña de Vidaria, centro que realiza este tipo de pruebas. Un miedo que recorrió el mundo. “El problema es que aquí se ha trasladado la responsabilidad al paciente, que tiene que gestionar la enfermedad. Eres tú quien debe llamar al CAP, tú quien debe informar de tus contactos positivos —algo terrible teniendo en cuenta la ley de protección de datos—. Es una enfermedad muy de culpa, el que se infecta tiene que justificar por qué se ha infectado, qué ha hecho y dónde ha estado sin mascarilla”. Miedo a contagiar, pero miedo también a perder el trabajo. “En cambio, han escondido que puede haber contagio comunitario porque si así fuera podrían decir que es una mala gestión del Govern. Mira lo que dice Fernando Simón: ‘Nos hemos portado mal por Navidad…’, pero ellos no están legislando claramente. También nos han hecho sentir muy culpables de que si nos portamos mal, nuestros mayores pueden morir. Pero si te fijas, las personas mayores que han fallecido no están en familias sino en residencias. El enredo político lo han hecho pagar pasando la culpabilidad al ciudadano”.
Vidaria, en Barcelona, nació para dar respuesta a las necesidades de los pacientes de cáncer. Rosa sufre la enfermedad desde hace casi diez años. El centro médico quería ayudar a pacientes como ella. Su negocio fue evolucionando hasta que llegó la covid. Un parón en seco para todo el mundo. “Cuando empezó todo, la gente se encerró en casa de forma muy obediente. Durante esos meses estuvimos bajando cada día a trabajar, a hacer gestiones y empezamos a pensar en los test. Leía absolutamente toda la literatura sobre el tema. Fueron momentos de duda. Tras mucha búsqueda, los encontramos en Alemania. Nuestra primera apuesta fueron los test rápidos de sangre”. Abrieron puertas el 14 de mayo y ya no dejaron de trabajar. Un día normal, pueden realizar 100 pruebas de coronavirus. ¿Cuántos salen positivo? No muchos, asegura Rosa, unos cuatro de media. “Al principio de la pandemia, la gente tenía mucha necesidad de saber si lo había pasado o no. Los primeros días fueron horas de teléfono. Hemos hecho mucha labor de pedagogía. En aquel momento, no tenían miedo de contagiar. Salimos del confinamiento con cierta tranquilidad, no pensábamos que podría llegar otra ola. Llevábamos dos meses encerrados para salir limpios. Aunque es una pandemia mundial y no es culpa de nadie, es inevitable pensar así”. A Vidaria acude gente de todo tipo, que necesita la prueba para poder viajar o para poder volver al trabajo. Rosa, como muchos de sus pacientes, ha pasado el coronavirus. Pero sigue siempre en alerta.
¿Y cuál es la solución al sentimiento de culpa? “La respuesta de preocupación y ansiedad que hay ante la amenaza de la covid es adaptativa para la mayor parte de la población; es desagradable, pero nos protege. En segundo lugar, hay una parte de la población que ha desarrollado respuestas de ansiedad que les dificulta la vida en la actualidad, pero que con toda certeza remitirán de manera espontánea”, explica Antoni Sanz, coordinador del estudio PSY-COVID sobre el impacto psicosocial de la covid-19. “Finalmente, tenemos una parte de la población en la que esa respuesta de ansiedad está resultando exagerada, generando un gran sufrimiento y produciendo una disrupción que afecta a muchos ámbitos de su vida. Este es el grupo de personas que realmente preocupa. La solución sería sencilla si no tuviéramos el sistema sanitario saturado y además dispusiéramos, de forma estructural, de un sistema de atención a la salud mental como otros países europeos, como el Reino Unido”.
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