Necesitamos un cambio
Necesitamos un pacto de salud que coordine la lucha contra la covid-19 con el resto de comunidades, y un acuerdo entre partidos y agentes sociales para gestionar los fondos europeos de recuperación
Este año, mucho más que otros, parece que flote entre nosotros la sensación de que tenemos que cerrar un ciclo para empezar otro. No sé si será consecuencia de la pandemia de la covid-19, que nos ha mantenido, y nos mantiene, viviendo una situación atípica, o será porque los catalanes nos acercamos, agotados, a un fin de legislatura y ya sin presidente titular, lo que aumenta la sensación de necesidad de elecciones.
De hecho, ha sido una legislatura tan atípica que hemos llegado a normalizar aquello que no lo es. Y no, no me refiero solo a que debemos regresar a casa antes de las 22.00, o que no podemos salir a cenar a un restaurante, que también. Me refiero a que, por ejemplo, hace unos días, un colectivo privado, sin representación institucional, sin legitimidad democrática en su funcionamiento organizado y dirigido por Carles Puigdemont, que reniega del actual gobierno y parlamento catalán, y cuya principal misión es crear un Govern y un Parlament paralelos, utilizó las instalaciones del Palau de la Generalitat. Me refiero al Consell per la República. Sí, conexiones con Bruselas, pantallas con los representantes prófugos en el extranjero… un Consell per la República que presume de que cuenta con 90.000 personas apuntadas, aunque sin auditoría que lo certifique, más allá de su brindis en Twitter, lo que no parece ni de largo suficiente para que puedan tener a su servicio las instalaciones de la Generalitat.
Los problemas reales, y no los de unos cuantos, deben ser la prioridad de nuestros gobernantes
Pero no passa res, aquí nunca passa res, porque ni es la primera vez que se reúnen en la Generalitat, ni parece que vaya a ser la última que utilizan una institución pública para su uso privado. Y todo ello bajo la queja constante y victimista de que vivimos en una dictadura. Curiosa interpretación de la palabra dictadura.
Pero dejemos de señalarlos, porque igual la culpa no la tienen solo ellos. Esta situación no es una novedad, la derecha arcaica y nacionalista siempre se ha creído dueña de Cataluña, y la izquierda, desgraciadamente, ha callado “perquè fa poc català criticar-los”. Así, tal vez la culpa es, cuando menos, compartida, porque por momentos parece que desde la izquierda sus representantes callan acomplejados. Se miran unos a otros y se limitan a indignarse en petit comité por esa situación y a lamentarse de no ser capaces de reivindicar lo que es de todos, el espacio público. Vaya a ser que nos señalen como “ñordos”.
¿Alguien recuerda que se apropiasen de los jardines del Palau de la Generalitat el PSC o los Comuns, o cualquier otro colectivo, movimiento social u organización no afín a las ideas independentistas para celebrar un acto privado?
Sí, necesitamos un cambio.
Y no solo me refiero un cambio tras vacunarnos, con esa vacuna que el Estado español y la Unión Europea han conseguido para todos, pero que toda la derecha nacionalista catalana reprocha ⎯”Las vacunas sí entienden de fronteras y banderas”, se quejaba Quim Torra en un tuit⎯, porque llega en cajas con la bandera de España ⎯¿con qué bandera querrán que llegue?. Las vacunas que distribuye el Gobierno de España van en palés donde pone “Gobierno de España”, los médicos de la Generalitat van en vehículos sanitarios donde pone “Generalitat” y los policías municipales de Vic o de Móstoles van en coches donde pone “Ayuntamiento de Vic” o de “Móstoles”. A veces sorprende constatar en lo que ha quedado el debate político.
La izquierda calla a pesar de que la derecha arcaica y nacionalista siempre se ha creído dueña de Cataluña
Visto lo visto, quizás estos días podemos dedicar unos minutos a reflexionar acerca de qué haremos el 14 de febrero. Porque necesitamos un cambio para tener un pacto de salud que coordine la lucha contra la covid-19 con el resto de comunidades. Un cambio para que exista un acuerdo entre partidos y agentes sociales para gestionar los fondos europeos de recuperación. Un cambio para que las instituciones vuelvan a manos de todos y dejen de ser gestionadas por unos cuantos y sus amigos. Un cambio para que en leyes como la de erradicación de la violencia machista se recupere la categoría jurídica mujer y se incorpore la explotación sexual, la pornografía y la publicidad sexista. Un cambio para que todos nos felicitemos de que Joan Margarit haya recibido el Premio Cervantes, en lugar de despotricar porque viene Felipe VI a dárselo a Barcelona. En definitiva, un cambio para que los problemas reales, y no los de unos cuantos, sean la prioridad de nuestros gobernantes.
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