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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Jordi Nadal: el discípulo del maestro

Fue un extraordinario pedagogo, un exigente profesor que hablaba con claridad y contundencia, un provocador nato que no se plegaba a tópico alguno ni a las corrientes que estaban de moda

Francesc de Carreras
Jordi Nadal, historiador y doctor Honoris Causa por la Universitat Pompeu Fabra.
Jordi Nadal, historiador y doctor Honoris Causa por la Universitat Pompeu Fabra.© Joan Sánchez

Hace pocos días falleció a los 91 años Jordi Nadal Oller, el último discípulo directo de Jaume Vicens Vives que todavía permanecía vivo y relativamente activo: en este año ha publicado su última obra, fruto de una extenuante investigación. Quien no ha sido profesor de universidad no puede saber la inmensa suerte, de verdad impagable, que es encontrarse con un gran maestro. Vicens lo fue en grado sumo y en todos los sentidos. Jordi Nadal fue su más ejemplar discípulo universitario.

Vicens nació en 1910 y falleció en 1960: cincuenta años de vida tan aprovechados que parece imposible que pudiera llegar a hacer tanto y que ello resultara ser tan decisivo para la historiografía española y, en especial, para la catalana. Nunca lo conocí personalmente pero parece ser que tenía una humanidad arrolladora. Josep Pla, en su homenot sobre Vicens, dice de él que no “entraba” en una reunión, sino que “irrumpía”. No hace falta decir más: ello significaba que su presencia repercutía en todo el grupo, condicionaba los términos de la discusión y se convertía en el eje del debate. Transformaba al conjunto con su indudable carisma. Ese era Vicens, el maestro.

Josep Pla, en su ‘Homenot’, dice de Vicens Vives que no “entraba” en una reunión, sino que “irrumpía”

También irrumpió, no simplemente entró, en el mundo de la historiografía catalana. En 1935, con solo 25 años, hizo frente con valentía al ataque de Rovira i Virgili, que le reprochaba “no mostrar sensibilidad catalanista (catalanesca)” al mostrarse “panegirista y vindicador” de Fernando el Católico, desviándose así de uno de los mitos intocables del nacionalismo catalán, que consideraba a este rey, y a todos sus antecesores de la dinastía Trastámara, como los causantes de la decadencia del poder político de Cataluña por sus cesiones a Castilla. Vicens, con una buena documentación de primera mano, replicó con vehemencia a Rovira acusándolo de no hacer historia sino política, en concreto política nacionalista. Así, reprocha a su contradictor que usara “el tópico conciencia nacional con una frecuencia que me hace sospechar que creéis poseer la exclusiva y sois el único con atribuciones para otorgarla”. Con esta disputa se inicia un nuevo rumbo en la historiografía catalana que solo es interrumpido, desgraciadamente, en estos últimos decenios de una autonomía política dominada por la cultura nacionalista.

Vicens Vives emprendió muchas tareas: investigador, profesor, editor, divulgador, pedagogo. Yo tuve la suerte de estudiar geografía e historia en el bachillerato con sus libros, siempre en colaboración con Enric Bagué o Santiago Sobrequés. Libros de una concisión y claridad admirables. Además, Vicens empezó a formar escuela en la universidad. Sus primeros discípulos fueron Joan Mercader, Emili Giralt, Joan Reglà y Jordi Nadal. Este último, el más joven y al fin longevo, fue quien mejor se adaptó a las enseñanzas del maestro, se especializó primero en demografía e inmediatamente después en historia económica, en ambos campos publicó libros de referencia, como es el caso de La población española (siglos XVI al XX) y El fracaso de la revolución industrial en España (1814-1913), basados en una labor de investigación minuciosa, reflejada antes en un sinfín de ponencias y artículos, tal como quería que se escribiera historia su maestro Vicens.

Nadal construía sus tesis sobre los hechos históricos después de investigar todos los documentos a su alcance

Pero, además, Nadal fue un extraordinario pedagogo, un exigente profesor que hablaba con claridad y contundencia, un provocador nato que no se plegaba a tópico alguno ni a las corrientes que estaban de moda, sino que construía sus propias tesis sobre los hechos históricos de manera rigurosa, después de investigar todos los documentos a su alcance, conociendo bien los problemas generales de la época sobre la que se centraban sus estudios monográficos. En este sentido, su dimensión académica fue el eje básico de toda su vida, casi se puede decir que no le importaron otras cuestiones, en eso fue un universitario estricto, modélico.

Hace un par de años le pregunté a su hijo Miquel cómo estaba su padre, de salud naturalmente, dada su provecta edad. Me dijo que estaba regular, como era natural, pero que seguía empeñado en vivir porque su ilusión era acabar un libro sobre la empresa que fabricó los automóviles Hispano-Suiza, esta maravilla de coches que en los años veinte del pasado siglo rivalizaban con los Rolls Royce en lujo y calidad. Era un proyecto que llevaba años entre manos y solo faltaba rematarlo. En estos meses pasados se ha publicado el libro y Jordi Nadal, un referente para los historiadores académicos, un trabajador infatigable, ha podido descansar definitivamente en paz.

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