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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una información importante

El fracaso o el éxito de la candidatura de Laura Borràs orientará en torno a qué parte de la sociedad catalana ha decidido que, al menos de momento, no tiene ninguna intención de salir de la polarización generada por el ‘procés’

Paola Lo Cascio
Carles Puigdemont y Laura Borràs.
Carles Puigdemont y Laura Borràs.

Alea jacta est. El partido de Puigdemont acaba de realizar sus primarias y la victoria de Laura Borràs ha sido más abultada de lo previsto. Aún no se conoce cuál será la fórmula concreta de la articulación con la figura de Puigdemont, que ya hizo saber que estará en las listas.

Sea como fuera, la configuración del tándem electoral Borràs-Puigdemont –que los militantes, así como la mayoría de los comentaristas, consideran de lo más competitivo– envía algunos mensajes de los que se debe tomar nota.

En primer lugar, se ha optado por intentar capitalizar lo que para mucha gente ha sido una verdadera experiencia personal fundacional, como fue el 1 de octubre. Al poner en primer plano esta cuestión –y más allá del hecho constatado de que no existe nada parecido a un “mandato” derivado de lo que ocurrió en esa fecha–, se apuesta por la emotividad. Según Junts, seguirá existiendo una porción significativa de la ciudadanía de este país que –a pesar de la mutada situación– continuará anteponiendo la adrenalina experimentada ese día a cualquier consideración vinculada a la gestión. Hoy muchos podrán opinar que es un error, pero nunca se debe infravalorar el peso de las emociones y de “lo vivido” en política, especialmente aquellas que reafirman como colectivo en momentos difíciles.

En segundo lugar, se ha optado por un liderazgo que no procede de la antigua Convergència. El intento es separarse de un pasado incómodo para agitar, con alguna posibilidad de éxito, la retórica de la ruptura con el llamado “régimen del 1978” y, a la vez, proyectar una cierta transversalidad ideológica. Ahora bien: nunca hay que olvidar que la superación de la dimensión estrictamente partidista, así como la idea de la transversalidad ideológica –que prácticamente siempre se traduce en opciones conservadoras, por otra parte–, son dos elementos de la más preciada cultura política pujolista.

En tercer lugar, se ha optado por una mujer, intentando capitalizar el nuevo sentido común feminista que, gracias al trabajo de muchas (que no militan exactamente en el espacio político puigdemontista), atraviesa la sociedad. Se ha planteado como una innovación, aunque más bien parece ser una adecuación casi debida: Laura Borràs no será la única mujer candidata a la presidencia, ni siquiera en la galaxia de las formaciones políticas que han derivado de la implosión del postpujolismo, ya que hace unas semanas el PDeCAT anunció la candidatura de Àngels Chacón y, si no hay cambios, también se presentarán Marta Pascal y su PNC.

En cuarto lugar, el puigdemontismo ha optado por una figura claramente mediática (especialmente vinculada a las redes sociales), con un sesgo claramente populista. Borràs es muy conocida y es objeto por parte del independentismo digital de base de una verdadera veneración, que ella misma cultiva de forma incesante. Hay que esperar una propuesta política adaptada a este tipo de comunicación: pocas ideas, con poca complejidad, pero con alta capacidad de movilización.

En quinto lugar, se ha optado por seguir insistiendo en proyectar el concepto de represión como baza electoral. Borràs tiene actualmente un procedimiento abierto en el Tribunal Supremo por presuntos delitos de prevaricación, fraude, malversación y falsedad documental durante su etapa como directora de la Institució de les Lletres Catalanes (ILC), entre 2013 y 2017, y el Congreso ya ha tramitado el suplicatorio correspondiente. Se ha declarado víctima de persecución política y deberá decidir si deja su escaño en las Cortes, de modo que su caso pase a depender del TSJC. Si el procedimiento llega a Cataluña, gana tiempo, pero pierde la posibilidad de utilizar discursivamente el espantajo del Supremo para apuntalar un relato de persecución que nace débil.

Finalmente, la candidatura de Borràs es la concreción del cuanto peor mejor, de la unilateralidad, de la renuncia a la política parlamentaria, del simbolismo llevado al extremo y, sobre todo, de la pureza. Los del tándem Borràs-Puigdemont son los independentistas “de verdad”, contrapuestos a los que dicen serlo pero no lo son, porque están dispuestos a colaborar con “el enemigo”: en la diana, evidentemente, está ERC, que ha claudicado con su sí a los Presupuestos del Estado. Un discurso capaz de exaltar a los convencidos y polarizar el debate dentro del mundo independentista recogiendo unos impulsos de crítica a la moderación y al pragmatismo que se detectan en las bases del procés, de manera transversal.

Es difícil saber si la apuesta de Junts tiene opciones de prevalecer entre el electorado en general y dentro del electorado independentista en particular. Aún más en unos comicios que estarán marcados profundamente por la pandemia, sin saber exactamente lo que pueda implicar. Sin embargo, el fracaso o el éxito de esa candidatura orientará en torno a qué parte de la sociedad catalana ha decidido que, al menos de momento, no tiene ninguna intención de salir de la polarización generada por el procés. Para el conjunto de la ciudadanía, es una información extremadamente importante.

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