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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La irritación de Aragonès

Su liderazgo provisional es un caramelo envenenable. La exposición pública puede ser para bien o para mal

Pere Aragonès y Albert Batet, en el Parlament de Cataluña.
Pere Aragonès y Albert Batet, en el Parlament de Cataluña.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)
Manel Lucas Giralt

El jefe de filas de Junts per Catalunya en el Parlament, Albert Batet, no hace preguntas a Pere Aragonès en las sesiones de control al Govern. Desde la inhabilitación de Quim Torra —hace un mes y medio apenas, y su recuerdo ya es como el de un concursante de Operación Triunfo 4—, los portavoces interrogan en su lugar al vicepresidente. Todos, excepto sus socios de gobierno puigdemontistas. Y no porque no deseen incomodarlo, sino precisamente al contrario: hay que tener en cuenta que en estas sesiones, los diputados gubernamentales no hacen propiamente preguntas, sino asistencias de gol para que el consejero correspondiente remate a puerta vacía y se anote un tanto. En esencia, funciona así: “señor/a conseller/a, usted lo está haciendo de perlas y si no hace más es por culpa de Madrid, ¿no es eso la pura verdad cristalina?”, a lo que el miembro del Govern responde invariablemente con un “no puedo estar más de acuerdo con usted, y aún diré más…”. Se entiende, pues, que Batet no busque la interlocución con Aragonés: no pudiendo decirle lo que piensa realmente de él, tampoco está dispuesto a ponerle el balón en el pie.

Este es solo el síntoma más nimio y el detalle más inocuo del ambiente de reunión de jefes de Los Soprano que se respira en el interior de la coalición gobernante. El ejecutivo es víctima de una nueva ley de la lógica que dice: toda decisión —o indecisión— generará en menos de una hora un enfrentamiento interno. No sé si han visto la espléndida serie Antidisturbios: los policías protagonistas se enzarzan en peleas estúpidas a partir de un gesto o una sonrisa mal interpretados, al estilo de “¿de qué te ríes? ¿Qué yo me río? Pues mira que tú… ¿Que yo qué?”, y así hasta llegar a las manos. El último choque —en el momento de entregar este artículo— es la filtración desde consejerías de Junts per Catalunya de las nuevas medidas ante la pandemia, y la filtración bis del cabreo de ERC y su plantón en el equipo de seguimiento de la crisis sanitaria.

Los diputados gubernamentales no hacen propiamente preguntas, sino asistencias de gol para que el consejero correspondiente remate a puerta vacía y se anote un tanto

El rifirrafe trascendió en la sesión parlamentaria, cómo no. Aragonés pidió “que nadie haga caso de filtraciones”, para acabar dando el clásico capón al mensajero: “También pedimos responsabilidad a los medios”. Y Sergi Sabrià (ERC), a continuación: “Basta de ir por libre, de buscar el desgaste de quien debe ser el compañero”. En el bando de Junts per Catalunya, solo una referencia del consejero de Interior a la necesidad de corregir errores.

Es normal que la irritación sea superior en Esquerra Republicana. El liderazgo provisional de Aragonés es un caramelo fácilmente envenenable. Cuatro o cinco meses de exposición pública pueden hacerlo más conocido para el electorado, pero tanto para bien como para mal. A cada tropezón, a cada fiasco como el del consejero Homrani (ERC) con la web de los autónomos, a cada galimatías de la consejera Vergés (ERC) justificando restricciones, las expectativas del partido para las próximas elecciones se resienten. El CIS les dio ayer 15 puntos de ventaja sobre Junts, pero falta mucho tiempo. Y los de Puigdemont tienen poco que perder con el desbarajuste: su mensaje de campaña no es la promesa de un gobierno eficaz sino la épica romántica: y eso se adapta a toda circunstancia.

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