Conmoción en la familia ‘castellera’
El abuso sexual denunciado por ocho niñas golpea a un colectivo donde el acusado era una pieza clave
En la última diada de La Mercè, en 2019, los Castellers de Barcelona no pudieron levantar el 4 de 9. Les faltaba una pieza clave, un casteller imprescindible en el puesto que ocupaba. Hacía solo unas semanas que la colla había expulsado a E. P. tras conocer el relato de abusos por parte de ocho niñas de la canalla. La noticia cayó como una bomba en una entidad que estaba de aniversario, cumplían 50 años.
Se quedaron en shock cuando una de las víctimas se atrevió a relatar los hechos. El protagonista lo había sido todo: un buen casteller, secretario, vicepresidente, presidente, cap de colla y técnico de canalla (instructor de los niños que coronan el castell). La conmoción fue tan grande que cuando la Junta comunicó la noticia, parte de los castellers rechazaron echarle. Varias fuentes aplauden la reacción de la dirección.
Ante un tema inesperado, grave y delicado, contactaron con la Unidad Funcional de Abusos a Menores del hospital Sant Joan de Déu y con la Fundació Vicki Bernadet, especializada en abuso sexual a menores. Han sido sus profesionales quienes han atendido a las víctimas y sus familias, y llevaron el caso a los Mossos y la Fiscalía. También contaron con el apoyo de la Coordinadora de Colles Castelleres. Hace más de un año y la discreción ha sido unánime. Hasta que Castellers de Barcelona hizo público el caso el martes pasado, coincidiendo con la detención del casteller señalado, ahora en libertad con cargos.
Las colles castelleres son grandes familias. Familias de familias, porque hay varias generaciones de un mismo apellido. Y si en casos de abusos en otros entornos los padres de las víctimas conocen poco al abusador, aquí también los padres eran compañeros suyos. Por esto, y en un ambiente de nerviosismo —¿qué niñas, desde cuándo, qué pasó?—, la junta decidió apartarle de inmediato: “Los castells tienen sus leyes, como las familias, si tienes que pegarle una hostia a tu hermano, se la pegas”, afirma una persona de la agrupación. “Es como si hubiera sido un tío de las niñas”, apunta una castellera.
“Fue bestial, con lo que una colla cuida a su canalla”, insiste. Los niños y niñas castellers son sagrados: por su condición de menores, porque de ellos depende el éxito de las construcciones, y porque son el futuro de la colla. El trabajo con estos chavales no es fácil: hay que gestionar el miedo, las envidias, los protagonismos, la relación con los padres… se les cuida como castellers y en los estudios. Con el añadido de que padres, madres, hermanos, etc. también son castellers.
Los hechos que han explicado las víctimas, de entre 12 y 17 años, se produjeron cuando se quedaban a dormir en casa del acusado. Según el relato de las niñas, les hacía masajes en la espalda, hasta tocarles las nalgas, o entraba en el baño cuando se duchaban. ¿Y no era raro que se las llevara? Los consultados aseguran que no. Que conviven “mil horas”, los ensayos —tres veces a la semana— se alargan hasta las tantas, los fines de semana hay actuaciones, se hacen salidas, colonias…. “Es habitual que los niños vayan de una casa a otra, o al cine y luego se junten y pidan unas pizzas”, explica otra castellera. Las niñas, además, iban contentas.
El presidente de la colla, Ramon Gil, destaca que el mundo de los castells se basa en la confianza. Fuera y dentro de la plaza. ¿Cómo se logran construcciones humanas de nueve pisos si no es todos a una? La conmoción fue tremenda. “Estas cosas cuestan de asumir, nunca piensas que pueden ocurrir en una gran familia. Puedes querer mucho a alguien, pero si varias personas manifiestan que se sienten incómodas y explican comportamientos que pueden ser constitutivos de no sé qué, tienes que afrontarlo. Claro que duele, es compañero de todos”, reflexiona un año después.
Gil sintetiza cómo actuaron: “Se trataba de no esconderlo, separar, calmar, ponerse en manos de profesionales y acompañar a todo el mundo”. El presidente admite el rechazo inicial de algunos miembros de la colla a la expulsión, pero celebra que el trabajo posterior calmó las aguas. En alguna reunión participaron profesionales de las organizaciones que gestionaron el caso.
Lo han seguido también de cerca desde la Coordinadora de Colles. Su vicepresidenta y responsable de la comisión de Equidad, Inés Solé, aplaude la gestión de los Castellers de Barcelona. La comisión ha habilitado un espacio para hablar por vídeo llamadas con quien lo ha necesitado.
Solé ve el caso “equiparable a los abusos en el ámbito familiar”. “Todos hablamos de nuestra familia castellera, levantas castells con los padres de la canalla, de ahí el impacto”. La comisión de Equidad de la Coordinadora lleva tres años trabajando en protocolos contra la violencia machista, para que las agrupaciones tengan planes de igualdad, para incluir la cuestión en los reglamentos de régimen interno y adaptar los estatutos a la perspectiva de género. “Este caso nos lleva a acelerar e intensificar la vigilancia en el caso de los menores”, lamenta.
La responsable de la comisión de Equidad considera que “la barbarie social va años por delante y el sistema patriarcal está en todas las instancias: políticas, judiciales, sociales… y en la actitud de tolerar conductas intolerables, de no ver o normalizar actitudes que no hemos de normalizar, defender agresores o cuestionar a las víctimas". "Tenemos mucho trabajo por delante, ha sido muy grave y esperamos que no se repita”, confía. La coordinadora recomendará, a partir de ahora, exigir el Certificado negativo de delitos de naturaleza sexual a los equipos que llevan la canalla.
Las mujeres, imprescindibles en los 'castells'
En los castells, donde el contacto físico es inevitable y necesario, ¿hay alguna línea entre si alguien aprieta lo que debe o más de lo que debe? “Claro, llevo muchos años haciendo castells y lo distingues”, asegura la responsable de la comisión de Equidad de la coordinadora, Inés Solé: “No es necesario agarrar la nalga entera o que te toquen en determinados puestos de la construcción”.
Las mujeres comenzaron a subir a las torres en los ochenta y ahora hay pisos enteros formados por ellas. “Pero entramos por necesidad, nos dejaron entrar, antes cuidábamos de la canalla, cosíamos camisas, cocinábamos y montábamos la paradeta. No estábamos en primera fila”, relata. Ahora son imprescindibles: son más pequeñas, ágiles y ligeras. “Y nuestra gestión en momentos de tensión es distinta”, presume. Pero pese a su rol, lamenta, “cuando llega un hombre nuevo, los técnicos instintivamente escanean su tamaño y fuerza y le asignan un puesto; las mujeres se lo tienen que ganar”.
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