El quid de la emergencia climática
Si contamos las emisiones asociadas a la fabricación de los productos que consumimos en Barcelona, serían casi el triple de las que se contabilizan si solo se cuentan las que se producen en la ciudad
Barcelona dispone de numerosos planes, declaraciones políticas y acciones para hacer frente a la emergencia climática. Podríamos hacer un listado extenso, desde el Plan Clima a la Declaración de emergencia climática, pasando por los refugios climáticos y una larga —y a veces conflictiva— retahíla de medidas anticontaminación a menudo justificadas en términos de lucha contra el cambio climático.
Pero más allá de planes y acciones, ¿estamos afrontando los elementos clave de la problemática o nos perdemos en aspectos secundarios? No está claro, porque en mi opinión nos centramos en exceso en lo que ocurre en los límites administrativos de la ciudad y nos cuesta asimilar que Barcelona es una ciudad globalizada; un centro neurálgico donde se absorben, usan, procesan y consumen recursos y energía de todo el mundo. Y eso nos hace perder perspectiva.
Es fácil entender que sin todos los materiales producidos fuera de su territorio Barcelona sería una ciudad inviable, basta con observar de dónde vienen buena parte de los productos que consumimos: la ropa, los ordenadores, los vehículos, y un largo etcétera. Casi nada se ha fabricado en la ciudad, pero es obvio que para producirlos ha hecho falta mucha energía, y se han emitido cantidades importantes de gases de efecto invernadero. Pero en la contabilidad oficial, y en general para la mayoría de los actores sociales, estas emisiones simplemente no existen, son 0. Y esta omisión es un error grave.
Estudios recientes, por ejemplo los publicados en el Journal of Cleaner Production, revelan que si contásemos las emisiones asociadas a la fabricación de los productos que consumimos en Barcelona las emisiones de gases de efecto invernadero serían casi el triple de las que se contabilizan si solo tenemos en cuenta las emisiones que se producen en la ciudad. Y más importante aún, si seguimos con las tendencias de incremento del consumo pre-COVID toda la disminución interna que podríamos conseguir con mejores políticas de movilidad, energía, etc. podrían ser insuficientes para ni tan solo compensar el incremento de las asociadas al consumo.
Lo mismo ocurre con el aeropuerto y el puerto, dos infraestructuras donde las emisiones in situ son veinte y diez veces más pequeñas, respectivamente, que las producidas por los buques y los aviones que las hacen viables. Y no estamos hablando de volúmenes pequeños: cuando tenemos en cuenta las emisiones integrales, las dos infraestructuras contaminan tanto como toda la ciudad.
Barcelona debe pues corresponsabilizarse de las emisiones asociadas a los flujos de materiales y personas que la hacen viable si quiere realmente afrontar la emergencia climática. Por ello, para evitar que las políticas climáticas queden cojas, debe posicionarse respecto al consumo, puerto y aeropuerto. Y la covid nos está brindando una oportunidad única para repensar estas tres dimensiones con un poco menos de presión: ¿qué queremos hacer en la época post-covid en términos de crecimiento o decrecimiento de las infraestructuras y del consumo? Ignorar la pregunta no parece una alternativa razonable.
Miquel Ortega es físico y doctor en ciencias ambientales.
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