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CRÓNICA PARLAMENTARIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El momento dramático

La testosterona judicial sitúa a Lesmes como el salvador de las esencias del Estado y a Torra le concede un momento de gloria, tal vez el único de su mandato.

Manel Lucas Giralt
El expresidente Quim Torra, en el pleno del Parlament, da un último discurso en el hemiciclo.
El expresidente Quim Torra, en el pleno del Parlament, da un último discurso en el hemiciclo.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

Quim Torra no ha sido nunca un president de atención primaria. Ya lo dijo al asumir el cargo, él venía para hacer efectivo el “mandato del 1 de octubre”. Venía - de vicario, eso sí - para grandes objetivos -de tan grandes, o hinchados, difíciles de abarcar-, y no para tratar con “migajas”, concepto acuñado por su correligionario Eduard Pujol para referirse a la sanidad pública. La pandemia le forzó a bajar a la tierra, pero incluso ahí se le vio tan incómodo que, a la que pudo, quiso recordar que la crisis sanitaria no podía hacernos perder la perspectiva de lo importante, la independencia.

Por eso, porque no ha sido un presidente de atención primaria, la sesión de este miércoles le ha venido como anillo al dedo. Ha podido lucirse con un discurso épico, enumerando los agravios que ha sufrido y los agraviantes, y disparando una metralla de citas de intelectuales catalanistas como si estuviera en una charla en el Ateneu, como ese hombre ilustrado de los años 30 que sueña ser.

Por detrás de la cortina épica y agraviada, en el ambiente se respiraba ya la precampaña en la que estamos metidos

Torra, invitado por el Parlament a una sesión de homenaje póstumo -políticamente hablando-, declamó un discurso con entonación cuasi shakespeariana. Como un actor, que hace su interpretación en el escenario, recoge los aplausos -standing ovation previsible y programada-, y al salir se despoja del vestuario y vuelve a la vida real.

El Tribunal Supremo le ha regalado ese final de drama épico a un president que no ha logrado aunar en su entorno ni siquiera a todos sus correligionarios. Lo ha hecho con una sentencia como mínimo chirriante, y una condena vitalmente asumible. En el fondo, hay algo de beneficio mutuo sobrevenido en todo este asunto: la testosterona judicial sitúa a Lesmes como el salvador de las esencias del Estado, la unidad, bla bla bla (el presidente del Supremo ejerce de jefe de la oposición de forma ventajista, sin tener que dar cuentas al electorado) y a Torra le concede un momento de gloria, tal vez el único de su mandato.

La pandemia forzó a Torra a bajar a la tierra, pero a la que pudo, quiso recordar que la crisis sanitaria no podía hacernos perder la perspectiva de lo importante, la independencia.

Un momento al que se han sumado, unidos por la estética, ERC y Junts per Catalunya con todas las palabras grandes disponibles, mezclando a los jueces con el Gobierno -ese mantra de insistir irónicamente en que es “el gobierno más progresista de la historia” ha sustituido a la bromita de pronunciar “gobierno” en castellano-, comparando a Torra con Macià y Companys, con historicismo desbordado y una alusión incluso a Guillem Agulló, el independentista asesinado por neonazis y hoy tema de película de presumible éxito. Por mezclar, el portavoz de Esquerra, Sergi Sabrià, ha llegado a atribuirse la herencia de los movimientos vecinales antifranquistas… bueno.

Sin embargo, por detrás de la cortina épica y agraviada, en el ambiente se respiraba ya la precampaña en la que estamos metidos. Un par de ejemplos: Meritxell Budó, consellera de Junts, coló en su discurso la última idea-fuerza del carlismo (de Carles Puigdemont): la confrontación inteligente con el Estado. Y el republicano Sabrià aprovechó un largo agradecimiento a Quim Torra por todo lo que nos ha dado para incluir en esa lista de beneficios la mesa de diálogo. Una mesa menospreciada a diario por el propio Torra. Como diría el topicazo de noticiario: todo está a punto para la carrera electoral.

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