Barcelona homenajea a Xavi Turull en las fiestas de la Mercè
El desaparecido percusionista fue clave en la creación de Ojos de Brujo y ayudó a definir el sonido mestizo e híbrido de la ciudad
“Puedes encontrar un Renault Saxo amarillo, con barras antivuelco, dos alerones, doble escape y quemando rueda. Luego ves pasar un Mercedes a 20 por hora. Él era el Mercedes”. Lo dice Ramón Jiménez, el guitarrista gitano de Ojos de Brujo, la banda que plantó en la escena internacional el sonido mestizo que evolucionado aún es una de las sonoridades propias de Barcelona. Aún hoy al hablar de Xavi Turull, fallecido en enero a los 59 años, le tiembla la voz, pero Ramón continúa y rememora “cuando le conocí recuerdo que pensé que conocía las bulerías como un gitano”. Xavi sintió lo mismo, pero a la inversa, creyó que con un gitano como Ramón podría hacer reggae y hip-hop. El resto es tan historia que esta noche, en las fiestas de la Mercè, se rinde homenaje al percusionista fallecido con la presencia de casi todos los miembros de Ojos de Brujo, los ausentes lo son por imposibilidad no por deseo, y miembros de grupos y artistas como Joan Garriga, La Pegatina, Txarango, Lenacay, Kejaleo, Calima y otros artistas sorpresa que recogen el legado tanto de Turull como de Ojos de Brujo.
Xavi Turull fue digno hijo de su padre, Toni Turull, un intelectual progresista curioso, romántico, inteligente y culto que entre otras muchas cosas –escritor, ensayista, traductor- fue lector de castellano y luego profesor de literatura castellana y latinoamericana en la universidad de Bristol, donde Xavi vivió de pequeño –también en Liverpool y Glasgow-. De su padre heredó una curiosidad oceánica, una formación reglada, en el caso de Xavi musical –piano, solfeo, chelo-, una sonrisa eterna y un cabello propio de los apaches. De su familia la pasión por la música tuvo un reputado tío violinista con su mismo nombre, que Xavi condujo hacia la percusión. Una vez formado, escribió su historia a golpe de certeros impulsos y Xavi estudió tabla en la India, percusión en Barcelona con el cubano Pedrito Díaz –difusor en España de la música caribeña y percusionista de la Orquesta Mirasol que alumbró el fantástico disco Mirasol Colores-, siguió estudiando percusión en Cuba, otra influencia de su padre, enamorado de la isla y de los aspectos más románticos de la Revolución, giró por China con un grupo llamado Dalu, viajó por Asia y regresó a Barcelona sin un duro pero con una completísima formación musical y personal. Vio que el mundo era demasiado diverso como para mirarlo con prejuicios.
“Lo que me maravillaba de él”, recuerda Ramón, “es que tenía un ego diminuto, una energía inacabable, una curiosidad sin límites, un entusiasmo genético, miles de ideas y encima hacía casi como de nuestro papá en Ojos de Brujo. Su frase era “venga va”, siempre espoleándonos, siempre animando”. De mentalidad alternativa, generaba situaciones divertidas “en mi familia se sorprendían, ¡qué hace ese payo, hijo mío, que no come ná y sólo bebe eso!”, decían cuando hacía dietas con sirope, siempre preocupado por la alimentación sana", continúa Ramón, que recuerda que en la España de los noventa “el flamenco aún era entre los más jóvenes un poco garrulo, mientras que entre mis primos el rock no valía pa ná”. Precisamente ese cruce desprejuiciado entre estilos disímiles condujo a Turull, que también tocó con los primeros Ketama y Estopa y tuvo un grupo de fusión clave llamado con propiedad Amalgama, a ser uno de los motores de Ojos de Brujo y le llevó a tener a una jovencísima Rosalía como cantante de uno de sus proyectos posteriores, Kejaleo. Ahora se le homenajea en una idea que nació su propio funeral, y que auspiciada por el Ayuntamiento de Barcelona han desarrollado Ramón y Sergio Ramos, otro de los antiguos miembros de Ojos de Brujo.
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