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INDEPENDENTISMO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Naciones detestadas

La confrontación inteligente con el Estado es una propuesta eufemística para designar la necesidad de mantener el sentimiento antiespañol

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, y el expresidente Carles Puigdemont en Colliure (Francia), 22 de agosto.
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, y el expresidente Carles Puigdemont en Colliure (Francia), 22 de agosto.Europa Press
Lluís Bassets

Las ideas, ya de normal bien escasas, suelen contar poco. Cuando hay, suelen ser pobres y normalmente inútiles. Se exhiben como si fueran objetos delimitados, definidos, tangibles, en lugar de sombras evanescentes como las que se ven en el fondo de la cueva platónica. Lo que cuenta son las palabras, que son las que hacen vivir las ideas nebulosas como si fueran armatostes bien reales. Y en cosa de palabras hay que reconocer que la época nos ha dado auténticos artistas. La política se hace con palabras, relatos, marcos conceptuales, es decir, mucho ruido y pocas nueces, puras quimeras.

Uno de los maestros en este asunto es el presidente huido y exiliado, con sus libros de memorias bajo el brazo y su última sentencia pronunciada como un exorcismo para dominar el espacio ex convergente y ganar a Esquerra. Según Puigdemont, lo que hace falta es una confrontación inteligente con el Estado, y ya está todo dicho. Funcionará como consigna y ya ha funcionado como máquina de dar titulares en los periódicos, la principal especialidad del ex redactor de El Punt Diari.

Asumida su funcionalidad, la frase pide algo más de atención. Aunque todo el mundo la haya entendido, no está nada claro qué significa esta confrontación inteligente. ¿Quiere decir que la confrontación de los últimos años ha sido una estupidez? Mucha gente así lo piensa, dentro y fuera del independentismo, y si fuera el caso, sería el primer paso de una nueva actitud autocrítica. El inmediato antecesor de Puigdemont, Artur Mas, propugnaba la confrontación astuta con el Estado, aunque sus astucias finalmente tuvieron poco recorrido, y no se las puede considerar propiamente como una gran manifestación de inteligencia. En todo caso, sería bueno saber cuando comenzó la estupidez y si Puigdemont considera que sus decisiones, sobre todo la última de hacer la declaración unilateral de independencia y huir después escondido en el maletero de un coche, es una de las estupideces que han caracterizado el proceso.

Algunos pueden sacar la conclusión, probablemente precipitada, de que sean bienvenidas las confrontaciones si al final son todas inteligentes. Otros desconfían. La confrontación inteligente suena a un truco tramposo como fue el referéndum con garantías, en el que las garantías no eran el cumplimiento de las normas internacionales para celebrar referendos sino la disposición de la militancia independentista a dejarse zurrar por la policía. Si es un tipo de confrontación como las que hemos visto hasta ahora, de seguro que no será inteligente, al contrario, garantía máxima de tozudez y de burricie.

La sospecha más sólida es que nos encontramos con una autocrítica en el sentido clásico estalinista: es la crítica de Puigdemont y Torra a Esquerra y a su jugada hasta ahora frustrada de liderar el diálogo ‘con el Estado’. Vosotros queréis dialogar, nosotros queremos confrontar. Decir inteligentemente sirve para endulzar la confrontación y convertir el diálogo en engaño: Artur Mas y su astucia salen del bosque cada vez que los ex convergentes enseñan los dientes a Esquerra. Añade también un elemento sobrentendido: esto lo hemos de dirigir nosotros, que somos del linaje inteligente, el pájaro en mano, el engaño al Estado y la astucia de los tres presidentes, Pujol, Mas y Puigdemont; no los incautos, asustadizos y confiados de Esquerra.

No acaba aquí el potencial semántico de la consigna. La confrontación inteligente no es la única contradicción de la sentencia. Que sea una confrontación precisamente con el Estado, no con el Gobierno, la Constitución o la Monarquía, requiere algo más de atención. En algún momento habrá un lingüista que deberá estudiar que significa “el Estado” en el uso de la lengua catalana en los últimos 50 años. Recordemos que en los medios de comunicación oficiales “el Estado” es también el eufemismo para designar una entidad, una idea, que un cierto tipo de nacionalismo catalán considera inexistente: tenemos selecciones y estadísticas estatales, observamos el mapa del Estado, y vemos cómo evoluciona el tiempo del Estado, rarezas que, al parecer, no se dan en ningún otro idioma.

La sospecha, que solo el diván del doctor Freud nos ayudaría a dilucidar, es que donde decimos Estado queremos decir directamente España, entidad en la que lo incluimos todo: el Gobierno, la Monarquía, el Ejército y la policía, sus instituciones, la Constitución, y no incluimos el Gobierno de Cataluña y su presidente, “representante ordinario del Estado en Cataluña”, porque con las palabras ya hemos procedido a hacer la separación que no se ha conseguido en los hechos. Negar que España también es una nación, como lo es Cataluña, es una de las ideas simples y probablemente inútiles que fundamentan el actual estado de las cosas. Al revés también sucede y también forma parte del conflicto en cuestión, a fin de cuentas entre dos nacionalismos cada uno de una nación que quiere ser única y exclusiva sobre su territorio.

Al fin, la confrontación inteligente con el Estado nos dice que el fundamento de este independentismo es la detestación de la idea de España como nación, del mismo modo que la detestación de la idea nacional de Cataluña motiva al nacionalismo español. Admiten aún menos ambos nacionalismos que Cataluña y España puedan ser naciones plurales, en lugar de naciones redondas, exclusivas y excluyentes. Visto así, tienen razón Puigdemont y Torra: solo la persistencia en la detestación de la idea de España permitirá que siga el proceso hasta el fin de los tiempos. El odio es lo que lo mantiene vivo. Quienes tienen la mano en esta partida y deben hacer avanzar sus ideas no son los rígidos partidarios de la exclusión y de la uniformidad, ni la catalana ni la española, sino los de momento escasos y débiles partidarios de la pluralidad, el liberalismo y el entendimiento.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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