Réquiem por una orquesta
Los veranos en Cee (A Coruña) siempre fueron eso, el tiempo que transcurría entre verbena y verbena. Una tarde en la playa de Gures hasta que el sol se escondía por Fisterra. O un refrigerio en el bar de Palancas.
“Aún es cedo”, solía gritar el cantante de la orquesta Panorama a eso de las cuatro de la madrugada ante miles de almas entregadas a la verbena del pueblo. Cedo, en gallego, significa temprano. Las cuatro de mañana, con la Panorama de por medio, es cedo.
Los biorritmos del verano gallego los marcan las orquestas en las fiestas de los pueblos: misa, sesión vermú, comida familiar que se alarga lo indecible y verbena de noche con un par de orquestas hasta que suene Dolores se llamaba Lola, de Los Suaves. No hay romería que termine sin ella.
La pandemia, sin embargo, ha obligado a aparcar esos grandes trailers de las orquestas que rodaban hasta el último pueblo gallego, aparcaban en una leira y en un pispás se convertían en espectaculares palcos a doble altura, con cuadros de luces imposibles y pantallas led iluminadas al ritmo de la Rianxeira o Daddy Yankee.
En Cee, éramos los de la parroquia de Pereiriña los que arrancábamos la temporada estival con una traca de bombas de palenque el día de Corpus. Después de la misa, la orquesta se estrenaba en la sesión vermú con una decena de piezas y el bar de la comisión hacía sus primeros cuartos a golpe de martinis con sifón a dos euros. En casa esperaban langostinos, bueyes y centollas, caldo de la fiesta (más colorado por los chorizos de casa), merluza rebozada, cordero asado, pandejuevo (sic.) de postre, café y unas copas de aguardiente para acelerar la digestión. Se comía hasta la hora de la cena, cuando los primeros acordes de la orquesta volvían a retumbar en las casas. Sonaba Manolo Escobar: “Solo te pido, que me hagas la vida agradable, si decides vivirla conmigo”.
El cartel de una verbena dignifica — o desgracia— al pueblo en cuestión. El Combo Dominicano y la Panorama son los más cotizados. Para los ajenos al mundo orquestero, el Combo es como una gala de los Grammy Latinos y la Panorama viene a ser una mezcla entre los 40 Principales, Noche de Fiesta y una clase con Eva Nasarre: éxitos de ayer y hoy, cuerpo de baile, acróbatas, outfits imposibles y mucho aeróbic: “brazos arriba, de un lado para otro”, “aplauso y grito, grito y aplauso”, “vamos, palmas, saltamos todos arriba, palmas, palmas”.
Los veranos en Cee siempre fueron eso, el tiempo que transcurría entre verbena y verbena. Un pastel de Silvia en la Alameda. Un paseo a Corcubión bordeando la ría. Una tarde en la playa de Gures hasta que el sol se escondía por Fisterra. O un refrigerio y un pincho de tortilla de Rosa en el Atrio, el bar de Palancas. Esta taberna, revestida con cerveza de bodega, una guitarra y viejas fotografías de los buenos tiempos futboleros del Cee —antes de que Pichurri de Camariñas le rompiera la pierna a Manolito do Pincho, lateral derecho del equipo y padre de una servidora—, acogía acaloradas discusiones de la pandilla sobre a qué verbena acudir y quién llevaría el coche esa noche.
Cada romería era una aventura. Como aquella vez en Alborés (Mazaricos). A falta de alumbrado público para llegar al lugar, el eco del primer pasodoble y el foco iluminando el cielo cuál Batman o Voldemort, señalaban el camino.
En esta punta de la Costa da Morte, las fiestas más grandes son la Xunqueira de Cee y la Barca de Muxía. La pugna entre los pueblos para ver quién lanza los mejores fuegos artificiales sobre el mar o quién lleva la mejor orquesta es histórica. El éxito de una es el fracaso de la otra, sobre todo en lo meteorológico: “Xunqueira mollada, Barca seca”, dice el refrán. Y viceversa.
La Xunqueira, no obstante, lleva tiempo de capa caída. De hecho, lo más cerca que ha estado Cee en los últimos años de una gran orquesta ha sido a través del dispositivo policial del mismo nombre: la Operación Orquesta fue una trama de corrupción municipal por el supuesto cobro de comisiones y desvío de dinero público en contrataciones de obras y fiestas parroquiales. Se quedó en nada, por cierto. Todos absueltos por cuestiones que no vienen al caso.
Este año, poco más que una misa con la Virgen de la Xunqueira estampada en las mascarillas al módico precio de ocho euros apuntaban la efeméride. Ya no hay fiestas que marquen el compás de la vida. Dicen que al pasar la Xunqueira, o inverno cheira, que viene a ser algo así como el “winter is coming” de Juego de Tronos. Pero entre el cambio climático y la ausencia de verbenas, uno ya no sabe nada.
No hay orquesta que retumbe en la aldea ni cónclaves familiares de marisco y albariño. Lo único que ahora suena de noche es la radio que puso Pepe, el vecino, en su huerta para espantar al jabalí del maíz.
Pero no se consuela quien no quiere: la Panorama y el Combo también han sacado single para amenizar los silencios verbeneros: La Manivela, se llama. Aunque bailarla en casa pierde gracia.
Un baño en Caneliñas, a los pies de la antigua ballenera
Población. 7.500 habitantes.
Actividades. Turismo y comercio
Lugares para visitar. La ruta del comer pasa por un aperitivo en los de siempre, como el Atrio o la Marina; luego, unos callos de mi madre en O Pincho, o un churrasco en el Cruceiro; de postre, un brioche de Pandejuevo, repostería casera de proximidad de la mano de Diego Trillo; y para terminar, un digestivo en el Chiringuito de Lires, con la playa de Nemiña a los pies. Para bajar la comida, un chapuzón en Caneliñas, donde antaño operaba la antigua ballenera; un paseo hasta la vecina Corcubión bordeando la ría; una visita al Museo Fernando Blanco; o una escapada a Fisterra para ver el fin del mundo.
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