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UN VERANO TRAS LA MASCARILLA / 14
Crónica
Texto informativo con interpretación

“Es como si hubiera caído un meteorito”

Mientras los hoteles de la localidad de Calella languidecen a un tercio de ocupación, su centro histórico sobrevive con el oxígeno que le insufla el turista local

La sala Mozart en plena calle de la Iglesia de Calella, un bar de los de siempre y cine con programación regular hasta la llegada del virus.
La sala Mozart en plena calle de la Iglesia de Calella, un bar de los de siempre y cine con programación regular hasta la llegada del virus.Joan Sanchez (EL PAÍS)

“Con la mascarilla se trabaja de mala gana, además de molestar bastante no ves la sonrisa del cliente, y así no se trabaja bien. Además, la gente mantiene la distancia y se respira como cierta desconfianza”, lamenta Lambert tras una mascarilla de riguroso negro, acorde con su uniforme de camarero del Café Sala Mozart, un local con 125 años de historia y situado en el centro histórico de Calella (Maresme). Entre viajes a la terraza para atender la media decena de mesas, todas ocupadas, Lambert explica que este verano han notado “una caída muy grande” del volumen de trabajo, que incluso ha obligado a prescindir de uno de los cuatro trabajadores.

El interior, de decoración clásica de madera y mesas de mármol de café antiguo que invitan a sentarse con un libro, permanece vacío, animado solo por los viajes de Lambert y las incesables vueltas de varios ventiladores de techo. “Este año ni tan solo funciona el teatro y el cine que organizamos aquí. Ni la música en directo, todo se ha aplazado”, lamenta el empleado. La gata sobre el tejado de zinc, la película dirigida por Richard Brooks, programada para el 15 de marzo según la página de Facebook del local, no llegó a salir de caja.

La pandemia paralizó el municipio, que apenas empieza a recuperar movilidad. De los 52 hoteles, han abierto 31. Pero los que lo han hecho, lo hacen con muchas habitaciones vacías. Según datos del Ayuntamiento, la media de ocupación actual es del 32%, lo que supone una caída del 92% respecto al año pasado. “Hay hoteles que no han abierto porque no les resultaba rentable, pero valoramos aquellos que se han esforzado por adaptarse y, aunque no tengan beneficios, han decidido que lo importante era no cortar el cordón umbilical con el visitante”, valora la alcaldesa, Montserrat Candini. La baja afluencia se nota en la zona sur del municipio, donde se concentran gran parte de los grandes hoteles, en unas calles que otros años parecían un hormiguero de turistas con espaldas enrojecidas por el sol, pero que ahora apenas encuentran quienes las transiten.

El tipo de visitante también ha cambiado. Las calles del centro histórico han dejado de ser una torre de Babel. Este verano casi el 60% de turistas son nacionales —la mayoría catalanes, pero también de otras comunidades—, cuando en otras temporadas se quedaban en el 35%. Y de los extranjeros, los que más se han atrevido a cruzar la frontera son los franceses y los alemanes. De hecho, el Ayuntamiento ha puesto en marcha una campaña publicitaria para atraer el turista interno, incidiendo también en la seguridad en las playas. “Antes, cuando se hablaba de seguridad pensabas en los robos, ahora en la propia salud”, tercia Candini.

Este cambio está ayudando a mantener el latido a un ritmo ligeramente alegre de los comercios del centro, especialmente bares y restaurantes, tiendas de ropa o de alimentación. Otra cosa son los más enfocados al turismo. “Es como si hubiera caído un meteorito”, resume Àlex, que trabaja en el bazar Sunshine, en la calle Esglèsia, donde vende desde accesorios de móviles, tazas y camisetas de recuerdo a videojuegos. “La subsistencia del negocio se basa en trabajar a destajo en verano. Pero los clientes han bajado un 80%. Antes muchas tiendas cerrábamos a las 11, porque al atardecer es cuando salían los turistas. Ahora cerramos a las 9”, abunda Àlex, quien también ha visto cómo su jornada completa y seis días de trabajo de otras temporadas ha menguado hasta la media jornada. Unos pocos metros más allá, Manuel de la heladería Ferretti, admite que el volumen de trabajo ha bajado a la mitad. “Se nota un aumento de gente de las cercanías de Barcelona, que hacen una escapada a Calella”.

En estos tiempos inciertos, la alcaldesa defiende que “el peor virus es el del miedo” y por eso han optado por no anular festivales o fiestas, sino por darles un nuevo formato. “Toca adaptarnos, reinventarnos y resurgir”, defiende. Con este espíritu, Llambert afronta el vendaval que ha supuesto la pandemia. “El negocio lleva aquí desde 1895. Si hemos sobrevivido a dos guerras, no creemos que la covid nos pueda matar”, zanja. Y se aleja con una bandeja con una cerveza, esperando el próximo encargo.

Un faro con las mejores vistas

Población: 19.000 habitantes.

Actividades económicas: El turismo, que es el 60% del PIB (el 85% con el comercio).

Lugares para visitar: El principal reclamo es el faro, que este año celebra su 160 aniversario y ofrece unas vistas privilegiadas del municipio. De edad parecida son Les Torretes de Calella, una torre de telegrafía óptima y otra militar. Recorrer el paseo Manuel Puigvert, bajo árboles y al son del paso del tren.

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