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Teletrabajo para avanzar

La localidad de Maçanet de Cabrenys, en el Alt Empordà, es un pueblo de frontera que ve en la fibra óptica una oportunidad de futuro y de empadronamiento de nuevos residentes

Tomàs Delclós
El edificio de la Unió Maçanenca preside la Plaça de la Vila de Maçanet de Cabrenys.
El edificio de la Unió Maçanenca preside la Plaça de la Vila de Maçanet de Cabrenys.©Toni Ferragut

Maçanet de Cabrenys (Alt Empordà) es un pueblo con buena salud. Ya en el XIX recibía visitantes que buscaban paliar su asma o tuberculosis. En la posguerra, facultativos de Figueres enviaban sus enfermos al doctor Jaume Riuró, el querido médico de Maçanet, con parecidos propósitos. Lo recuerda su hijo, Lluís, actual juez de paz. “Llegaban porque el aire es muy puro y el agua del Arnera, que discurre por paisajes graníticos, es muy curativa en tratamientos de la piel”. Esta convicción sobre la bondad de sus aguas llevó al médico Riuró a impulsar una pequeña empresa, con otros socios, para embotellar el agua de la Font de les Creus, hiposódica y de baja mineralización. Ahora es de Vichy Catalán.

El coronavirus ha sido, por ahora, poco agresivo en la zona. Con todo, lógicamente, el pueblo siguió las órdenes de confinamiento y precaución de cada momento. Con una población que no llega a los 700 habitantes y casi 68 kilómetros cuadrados de superficie... se pudo salir a pasear o a cuidar el huerto sin angustiarse por la distancia social.

Maçanet de Cabrenys es un pueblo de frontera, sin aduanas. Los horarios son franceses, muchos visitantes llegan del Vallespir y en las montañas se conservan pistas forestales que unen los territorios de ambos lados. Fueron, en su día, caminos del exilio y rutas de un contrabando de menor cuantía. Esta singularidad provocó el episodio más chocante del confinamiento. El gobierno francés puso bloques de hormigón en Custoja para impedir el tráfico rodado por la carretera, amplia y asfaltada, que llega de Maçanet. Son apenas 15 minutos de trayecto. El Ejército español y la Guardia Civil, por su parte, vigilaban el lado maçanetense de esta carretera que no tiene control aduanero en el linde. Esto y el cierre de la frontera de La Jonquera hizo que los franceses que bajaban normalmente a comprar droga tuvieran que buscar nuevos caminos. De repente, recuerda Riuró, un número nunca visto de coches cruzaban el Coll del Pou, descendían por aquel camino a una imprudente velocidad hasta Maçanet y pasaban hacia los mercados del trapicheo. La montaña se volvió peligrosa. El Ayuntamiento reclamó un incremento de la vigilancia en esta ruta. Pasaron algunas semanas hasta que se frenó este trajín.

Otros episodios fueron más amables. Como la buena vecindad que hubo. En el pueblo, explica la alcaldesa Mercè Bosch, hay 150 personas mayores de 65 años. Algunas viven solas. Para todos los vecinos con problemas de desplazamiento o soledad se organizó un servicio de voluntarios que les llamaban periódicamente para el acompañamiento emocional y llevarles la comida que les encargaban. El agradecimiento de estas personas era enorme y se manifestaba en el regalo de pasteles y platillos cocinados, un cariño recíproco. En Maçanet no hubo problemas de suministro, tampoco a domicilio. Trabajó la farmacia, la tienda de los periódicos… y las panaderías, donde también venden comestibles, y el pequeño pero bien provisto supermercado local llevó la compra incluso a vecinos de Darnius, más desabastecido de tiendas, que no podían salir de la población.

Y para las ocho de la noche, el momento de los aplausos, el Ayuntamiento proponía cada día una canción. Siempre había vecinos que preparaban el altavoz y, a la misma hora, se escuchaba en las calles la misma música. Y por Pascua no quisieron abandonar la tradición de los goigs. Se pactó una hora, un repertorio, se repartieron las letras —bendito Whatsapp— y se cantaron los goigs, todos a una, desde puertas, ventanas… El mayor énfasis llegó con el himno local: “Som la joventut de Maçanet, l’esperança de la pàtria”.

Poco a poco, si los brotes no lo estropean todo —en Maçanet no hay—, regresa una cierta normalidad. Las constructoras del pueblo, por ejemplo, que acostumbran a trabajar en Francia, han tenido que esperar la apertura de fronteras. En el casino mutual apenas se juega a las cartas… En todo caso ya han abierto los hoteles, los restaurantes, el alquiler de e-bikes, las casas rurales, el camping, el futbolgolf (entretenimiento familiar, pero también deporte federado), la piscina municipal… Maçanet de Cabrenys no quiere retroceder ante la covid-19. Es más, “la llegada de la fibra óptica al pueblo y la renovada cultura del teletrabajo son una oportunidad para el empadronamiento de nuevos residentes”, reflexiona la alcaldesa. El pueblo es acogedor, tiene escuela y guardería. “Serán bienvenidos”.

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Románico y estanques naturales

Población: 680 vecinos. En verano, unos mil.

Actividades económicas. Turismo, construcción, aprovechamiento forestal, ganadería.

Lugares para pasear. El pueblo tiene una iglesia románica y pedazos de su pasado medieval (por ejemplo, la puerta de la prisión). El historiador Pere Roura tiene constancia de un precepto del emperador Luis I del año 814 donde ya se habla de esta población. Un menhir, la Pedra Dreta, está datado de entre 3000-2500 a C. Saliendo del pueblo, hay infinitas opciones para pasear o ir en bicicleta (hay circuitos señalizados y un club de BTT) por senderos a la sombra. El Arnera tiene unos cuantos estanques naturales (más o menos pequeños, más o menos escondidos) donde bañarse. El más popular y grande es la Gorga de les Dones, al que se llega en coche.


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