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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De crisis en crisis

Ya no es creíble que Junts per Catalunya —si confirma su giro a la izquierda— y ERC mantengan su relación por amor al país ni por el gran objetivo incumplido hace tres años, sino por necesidad de poder

Josep Cuní
Jordi Sanchez sale de la cárcel de Lledoners con un permiso.
Jordi Sanchez sale de la cárcel de Lledoners con un permiso.Cristóbal Castro

¿Cómo supera las crisis la burguesía?, se preguntaban Marx y Engels en el Manifiesto comunista. En estos tiempos convulsos, su respuesta es tan vigente como cuando la escribieron hace 172 años: “Por una parte, mediante la destrucción forzada de una masa de fuerzas productivas; por otra, mediante la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los viejos”. Y el influyente texto sintetizaba: “Preparando crisis más extensas y reduciendo los medios para prevenir otras”.

Cambiemos burguesía por independentismo y todo bebe de aquellas fuentes tan denostadas por una parte de los seguidores del procés y, sobre todo, por la gran mayoría de sus antecesores. En el caso de Esquerra Republicana, si bien es cierto que históricamente nunca buscó la sombra del comunismo, su incapacidad actual para soltar amarras con sus socios la convierte en partícipe de las zozobras en las que vive instalada una destacada parte del electorado catalán. Turbación que aumentará si se confirma el giro a la izquierda que persigue Junts per Catalunya o la formación que la releve. Operación que apunta hacia una confrontación definitiva. Y como ya no es creíble que los compañeros de viaje y de Govern mantengan su relación y rencillas por amor al país ni por el gran objetivo incumplido hace tres años sino por lógica y necesidad de poder, podríamos convenir que lo suyo se inspira en aquellos versos populares tantas veces citados que lamentan que “ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Contigo porque me matas, sin ti porque me muero”.

La reconversión ideológica que al parecer prepara Jordi Sànchez es de mayor envergadura. Tanto por convicción e historial propios como por el ascendente emocional que las CUP irradian sobre Carles Puigdemont y los postconvergentes, a quienes abrazan furtivamente por su conversión al independentismo pero desprecian olímpicamente por su doctrina liberal. Detalle, este, que Esquerra utiliza como arma de doble filo al justificar la suma de tendencias como valor añadido. Pero no debe serlo tanto cuando todos desean pescar en el mismo banco. Posibilidad ingrata para el PDeCAT, heredero de la antigua Convergència, cuya decisión definitiva está al caer. Todo depende de sus alcaldes, fuerza de control y presencia territoriales y que con sus cuotas de implantación permiten proyectar imagen de poder.

Todo esto convierte la restauración en una obligada revisión del propio pasado de muchos catalanes. Aquellos que están en contra del impuesto de sucesiones aprobado en los Presupuestos de la Generalitat votados por ellos mismos y a favor de la reforma laboral española presentada por el PP mientras se aplica su ley mordaza. Conceptos antitéticos con los descritos en el manual del buen izquierdista. Catalán o español.

No hace tanto tiempo que este marasmo ideológico se justificaba con la transversalidad necesaria del independentismo. Se podía ser nacionalista catalán de centroderecha y desear una vida libre de ataduras hispanas. Esto, ahora, está en cuestión. Y no es nuevo. Una revisión detallada de los resultados electorales de los comicios anteriores a la crisis de 2017 ya permitía observar que el mayor aval secesionista procedía de sufragios a formaciones de izquierdas. Y era precisamente esto lo que asombraba de las decisiones de Artur Mas cuando pretendía hacer creer que el paraguas del procés cubría lo que el tiempo y la historia han demostrado inalterables. Era cuando Cataluña estaba a punto de exhibir al mundo que nuestra inventiva, nuestra perseverancia, nuestra fuerza y nuestra astucia podrían con todo. Con todo, excepto con la concordancia inevitable para conseguir semejante proeza. Y aquí estamos. Haciendo de la división virtud y de la unidad entelequia.

Aprovechando este resquicio y algún otro, este fin de semana echa a andar el Partit Nacionalista Català. Un registro legal en manos de quienes se fueron y siguen abandonando el barco cuando detectaron la pérdida de rumbo y las exigencias del gran capitán. Descarándose sutilmente, rotos los vínculos, los carnets y las complicidades personales, aquellos desilusionados han ido forjando su proyecto racional mientras sus colegas readaptados a la ortodoxia intransigente los empujaban a las aguas siempre procelosas de las redes sociales. Allí donde el insulto es libre y la descalificación es norma.

Pero, enmendados los errores cometidos, aquellos supervivientes se presentan en sociedad para decirles a huérfanos y abandonados, temerosos y vacilantes, que sus anhelos políticos vuelven a merecer atención. Y alguna posibilidad parece existir cuando otros navegantes con idénticos ideales pero de resultados descriptibles se les acercan con la intención de aumentar la colonia y participar del potencial botín. Todos dicen intuir cuántos posibles electores les esperan pero ninguno sabe a ciencia cierta qué probabilidad tienen de agruparlos. No quieren vivir de las mieles del pasado pero algunos argumentos rezuman nostalgia. Incluso melancolía por aquello que ya es historia. La que no se repite. O que cuando lo hace es en forma de farsa. ¿Tendrá Marx razón de nuevo?

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