¿Posibilidades de pacto?
Un acuerdo entre PSOE y PP, protagonistas de 40 años de estabilidad, sería suficiente para hacer frente a la situación, con acuerdos básicos y para varias legislaturas. Pero con Pedro Sánchez es imposible
Hace unas semanas se puso de moda hablar sobre la necesidad de encaminarnos hacia unos nuevos Pactos de la Moncloa. Ciertamente había algunas similitudes entre la situación de entonces y la de ahora. Algunas similitudes, digo, pero muy pocas, el momento histórico era muy distinto.
Los Pactos de la Moncloa, firmados en otoño de 1977, tras las primeras elecciones democráticas, tuvieron dos vertientes: una, la importante, fueron acuerdos económicos para hacer frente a la gravísima crisis que atravesaba España y, a su vez, consolidar la economía de mercado; dos, la secundaria, fueron acuerdos políticos y laborales que anticiparon la Constitución que se empezaba a elaborar. Así pues, por una parte, se intentaba resolver un problema acuciante, la crisis económica, y, por otra, se marcaban las pautas para que en los sucesivos meses las Cortes constituyentes partieran de un marco ya acordado. Ambas vertientes fueron extremadamente eficaces en el año siguiente, en el que se aprobó la Constitución, para que todo llegara a buen puerto.
Pero, sobre todo, que en este marco se garantizara un modelo de economía social de mercado daba confianza a los empresarios y a los sindicatos: habría una continuidad con el modelo liberal anterior pero, a su vez, se garantizaba que este modelo tendría carácter social, es decir, contendría las instituciones que el socialismo había aportado a las democracias liberales a partir de la postguerra mundial: educación, sanidad, seguridad social... La fórmula con la que se inicia la Constitución (“España se constituye en un Estado social y democrático de derecho...”) condensa esta voluntad.
El actual problema es si se dan las condiciones para un pacto entre todos o una gran mayoría de partidos de la Cámara. Entonces, en 1977, se pactó desde Fraga en la derecha (aunque con reparos) hasta Carrillo en la izquierda, además de los nacionalistas vascos y catalanes, así como algo más tarde Comisiones Obreras y, tras hacerse rogar, UGT y las asociaciones empresariales. El pacto puede decirse que abarcaba a representantes del 90% de la sociedad española. Ahora no parece probable, ni mucho menos, que se pueda llegar a tan importante mayoría. Las divisiones en el Congreso no solo se dan entre el clásico derecha, centro e izquierda, sino también entre nacionalistas, populistas y constitucionalistas. Todo se hace mucho más complicado.
Todo pacto se basa en un presupuesto previo, la diversidad de criterios entre varios sujetos, pero a continuación también en la confianza mutua al pactar y en la lealtad para confiar en que se respetará lo pactado. En efecto, los pactos comprometen, pacta sunt servanda, como recordó Pablo Iglesias a sus socios de gobierno la semana pasada. Y ya se vio, ni entre socios de gobierno hay confianza ni lealtad: a las pocas horas –horas, recalco, no días ni meses– los socialistas se echaron atrás y revocaron lo acordado. Sin la confianza entre socios ¿cómo se va a pactar un plan de futuro, para varias legislaturas, como pidió el gobernador del Banco de España, entre partidos tan heterogéneos? Desde luego la Comisión creada en el Congreso no va a servir de nada, como todo el mundo sabe.
Pero hay una posibilidad de pacto amplio, suficiente para hacer frente a la situación, con acuerdos básicos y para varias legislaturas. Es el pacto entre los partidos centrales, los protagonistas de 40 años de estabilidad política y crecimiento económico, el pacto entre el PSOE y el PP. La sinuosa e incoherente trayectoria de Pedro Sánchez, realmente insólita en nuestra historia política, hace imposible que la protagonice: ha perdido la confianza de todos, hasta de muchos de los suyos.
Pero otra personalidad socialista, o independiente cercana al socialismo, más sólida, con conocimientos técnicos, experiencia en cargos de responsabilidad y autoridad más allá de su propio partido, podría reemplazar a Sánchez y empezar a trazar un plan, naturalmente con un gabinete remozado y monocolor, apoyado parlamentariamente por los otros dos partidos y en continuo diálogo con ellos.
Ya sé, falta andar mucho trecho para llegar ahí, el líder del PP quizás tampoco es el más apropiado para ser el protagonista de tal giro, pero si lo pensamos bien no hay otra salida. Solo un Gobierno así tendría la confianza de una amplia mayoría de españoles –de acuerdo con los últimos resultados electorales– y sobre todo de quien debe ayudarnos a salir de esta situación, es decir, de los estados y las instituciones de la Unión Europea.
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho constitucional.
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