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El espejo roto

La idea de la realidad que mirábamos por la ventana está hecha añicos, sus trizas han entrado en casa, pero la realidad sigue afuera, impertérrita

Mercè Ibarz
'La clef des champs'.
'La clef des champs'.René Magritte, VEGAP, Barcelona, 2020

El virus y la pandemia de este año que durará años proyectan imágenes de artistas del pasado. Es un indicio renovado de que el arte, la cultura, la creación no es un documento sin más que solo probaría qué este o aquella artista marcaba o seguía las modas de su tiempo, incluso las antimodas, sino de que habla siempre en presente, a cada cual y al colectivo que lo comparte: como si estuviera recién hecho, en el primer día de la creación, a veces incluso el primer día de la creación tras la destrucción del mundo.

Han corrido por la red y las mensajerías de los móviles, el correo electrónico y la tele, imágenes de pintores que muchos de ustedes seguro que tienen en mente, como el americano que pintó la soledad urbana y la rural, de cuyo nombre no quiero ahora mismo acordarme para no gastarlo más, ay. Si un maestro moderno antiguo merece, en mi criterio, que hoy le atendamos es Magritte.

Este pintor belga encuadrado en el surrealismo es la pera, con franqueza. Algunas de sus imágenes son populares como una canción que lo de menos es quien la hizo. Algunas han sido inspiración de los creativos publicitarios de altos vuelos e incluso de bajos vuelos. La pipa que no es una pipa es una de esas paradojas visuales que conocen viejos y jóvenes de distintas generaciones. Alguien la versionó hace unas semanas, a mí me llegó por WhatsApp: una mujer de pelo blanco vestida de rojo y en jarras mira un cuadro muy bien enmarcado en el que la pipa ha sido sustituida por un ordenador portátil y debajo, en vez de lo de (en francés en el cuadro de Magritte) “Esto no es una pipa”, pone, también en francés, “Esto no es una escuela”.

Pobre Magritte, pensé. Me explico: su cuadro de la pipa ya ponía de manifiesto en 1928 las trampas del lenguaje y de las imágenes (se titula La traición de las imágenes) porque aquella pipa tan “real” no es en efecto una pipa sino una pipa pintada y nada más, al igual que lo que vemos en la tele no es lo real sino lo captado por una cámara. Mientras que la imagen anónima por WhatsApp es de una crudeza aplastante, sin ambages. Y sin embargo toca de lleno en lo que sucede ahora mismo en la escuela, los institutos, la universidad. Un ordenador no es una escuela. Quien se haya inventado la imagen es un buen discípulo de Magritte, que para el cuadro de la pipa reprodujo exactamente la suerte de pipa que entonces era el reclamo en la calle de un estanco urbano. Su discípulo ha tomado su pipa, que mucha gente conoce, para hablar de la traición de las imágenes de hoy, en pandemia, respecto de la enseñanza: un ordenador no es una escuela, ni un aula, ni una profesora ni un maestro. En el caso de que no seas un excluido digital, sin ordenador ni wifi.

Mi Magritte preferido, ahora mismo, es el cuadro de otro año singular, 1936, La llave de los campos. Es del Thyssen madrileño. Podemos verlo digitalmente aquí. Ni reproducirlo en esta página es lo mismo que tenerlo ante los ojos, pero tal y como van las cosas, que no puedes viajar más allá de límites estrictos y escasos, verlo en línea no está mal. Lo merece. Esto es lo que veo en él ahora mismo, en este tiempo pandémico que ha roto el espejo. Veo que la idea de la realidad vista por la ventana de una casa acomodada está hecha añicos: el cristal que reflejaba la realidad —el árbol del jardín— se ha quebrado. Sus trizas han entrado en casa. Los añicos reflejan ahora trozos del árbol diezmado. Pero la realidad sigue estando ahí, donde siempre. Si nuestra casa no es acomodada, más desgarro.

La realidad no ha desaparecido, qué va, está ahí, firme como el árbol del jardín en el cuadro. Lo que está hecho añicos es el cristal de la ventada desde el que las veíamos venir, así lo creíamos. Lo que se ha roto es nuestra idea de la realidad. Vista desde el confort, conviene remarcarlo. Pensábamos que teníamos un cristal protector para ver lo de fuera y resulta que era el espejo de lo que queríamos creer, nuestro espejo.

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Magritte no se agota. Ahora es profético. Al igual que los surrealistas ibéricos todos, ya fueran Miró, Dalí, Buñuel, Maruja Mallo, Remedios Varo, Óscar Domínguez o Eugenio Granell, no tenía nada de automático ni daba suelta al inconsciente sin más ni más, lo rumiaba todo antes de ejecutar el cuadro. Una lección, puede. Tal vez sirva para algo aún considerar, en pandemia y después —cuando sea que sea ese después—, que en lengua francesa decir “la llave de los campos” era en sus tiempos una manera de hablar de la liberación, un camino de libertad.

Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural.

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