El mito del retorno a la normalidad
Si creemos en la condición humana hay que escuchar también a las humanidades, salvo que queramos que la pandemia derive en endemia permanentemente, destructiva de lo humano
Los ciudadanos preguntan y se preguntan: “¿Cuándo volveremos a la normalidad?” Los gobernantes prometen el retorno paulatino, no exento de retrocesos. Y, en unos momentos en que los científicos se han adueñado de la palabra, los más creyentes sitúan la normalidad en la llegada de la vacuna. Pero, ¿qué es la normalidad?
Es evidente que estamos viviendo una situación excepcional. Diríase que nos han metido dentro de un relato distópico y hay momentos en que es fácil perderse entre ficción y realidad. El telón que súbitamente nos alejó de la vida común sigue cegando el horizonte, con la música de acompañamiento de unos discursos políticos que transmiten más desconcierto que confianza. Y así, lo que al principio podíamos pensar que en unos meses quedaría como un episodio pasajero para recordar, ahora tememos que se haga un mundo. Y para lidiar con este temor el uso de la palabra normalidad puede que sea escasamente sofisticado, pero consuela. Es el deseo espontáneo de salir de la excepción: volver a donde estábamos antes de la pesadilla.
¿Es esto posible? ¿Qué es la normalidad? Esta experiencia nos obliga a preguntarnos si lo normal es igual para todos. Y si lo que nos parecía normal antes lo puede ser ahora. ¿Qué buscamos después de la experiencia del confinamiento? ¿La normalidad que deseamos es el regreso a la vida —que es social por definición— y al ejercicio de las libertades, recuperando incluso terreno perdido en los últimos años, o significa redefinir el marco social conforme a los mitos y las pautas de las doctrinas de seguridad? Me temo que cuando se habla de normalidad se piensa en situaciones muy diversas.
Detengámonos en nuestra normalidad anterior. La que ahora recordamos melancólicamente porque nos permitía abrazar a los nietos, salir a la calle, ir de copas, acudir a los estadios o pasear por montañas y playas. Pero era una normalidad construida sobre la aceleración, en un vertiginoso presente continuo porque como dice Katharina Pistor “el capitalismo por esencia se funda en un futuro desconocido”. Y de esta normalidad forma parte la cultura digital, de la que estos días encerrados en casa hemos comprobado las potencialidades y los límites, la posibilidad de ir al encuentro con los demás sin salir de casa, con la pantalla como barrera deshumanizadora, y el control absoluto de nuestras vidas como destino. Pero también, siguiendo a Katharina Pistor, era la destrucción de los hábitats animales y la polución atmosférica que nos ha llevado a experiencias como la que estamos viviendo y las que pueden venir. En el agobio en el que nos encontramos pensar en volver adonde estábamos es un alivio. Pero, la situación actual ¿no nos obliga a aspirar a algo más?
Es probable que los poderes globales solo piensen en recuperar la inercia acelerada que es la suya. En realidad no la han perdido. Hablamos de que el mundo se ha parado. Y en buena parte es cierto, pero algunos han seguido en plena aceleración, como nos recuerda Peter Szendy, y no sólo los sanitarios que han hecho esfuerzos sobrehumanos para paliar el desastre. La industria del algoritmo no se ha detenido. La distribución, tampoco. Y la comunicación, menos. O sea la dinámica de aceleración sigue viva. Es probable también que los gobernantes añoren el pasado, aunque me gustaría conocer como se sienten utilizando las prótesis de excepción sin demasiados miramientos, con el miedo y la culpa como instrumentos sobre los que asentar su debilidad. Las lógicas del poder son inexorables y cada día que se pierde en ponerles límites es un riesgo. Las democracias saldrán tocadas de este episodio, ha sido un recordatorio de la eficacia del miedo.
Las normalidades son siempre una ilusión. Son fruto de un equilibrio inestable entra las dinámicas del mundo y lo que es sostenible para la ciudadanía. De modo que en la configuración de la normalidad son determinantes los sistemas de verdades de cada momento. Y ahora mismo los conforman la ciencia y el dinero. Estoy de acuerdo con Philippe Askenazy en que “el hombre aspira a otra cosa que a la camisa digital”, en que todo individuo se convierte en sujeto de riesgo y la excepción en normalidad de una población sobrevigilada. Después de la experiencia vivida ya no podemos alegar ignorancia. Y si creemos en la condición humana hay que escuchar también a las humanidades, salvo que queramos que la pandemia derive en endemia permanentemente, destructiva de lo humano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.