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LA CRÓNICA

Mujeres periodistas... en el cine

Una redactora de Economía protagoniza la serie sueca ‘Blinded’

Tomàs Delclós
Un fotograma de la serie sueca 'Blinded'.
Un fotograma de la serie sueca 'Blinded'.

Las modernas series sobre periodistas trasladan una mirada desconfiada sobre las redacciones. Mucho más que el actual cine que, desde Spotlight, parece que hace más carantoñas a la gente de este oficio. De todas maneras hay ejemplos, como veremos, para desmentir las dos afirmaciones. Aprovechando el enjaulamiento sanitario de estos días, he revisado algunos títulos sobre mujeres periodistas. Empezando por la serie sueca Blinded (2019), en Filmin, que paso a comentar… con spoilers. Bea Farkas trabaja en la sección de Economía de un importante diario y es amante del máximo ejecutivo de un banco de inversiones. Él se ha hecho banquero para ganar dinero y ella, dice, periodista para controlar el dinero de los demás. Una relación a la que no parece querer renunciar a pesar de que le provoca obvias incomodidades. Particularmente cuando con sus artículos desmonta la aparente solidez del banco, que se hunde. Un hundimiento lleno de sangre: su fuente en el banco se suicida y el patrón intenta asesinar a todo aquel que pueda perjudicarle, incluida Farkas. La serie hace un dibujo devastador del banco de inversiones. Un casino temerario con el dinero, donde se miente y engaña. En el diario hay distintos temperamentos. Un redactor jefe que no se fía de su gente y no defiende sus informaciones, lo peor que puede pasar. A la mínima publica el desmentido del banco y retira una información de la web que resultará veraz. Menos mal que quien manda sobre todos, otra mujer, hace lo contrario. La serie promete contar más aventuras de Farkas. En la última secuencia de la temporada la vemos preparando un reportaje sobre créditos fraudulentos, un negocio en el que está implicado un ex colega, detalle que desconoce. La serie pinta una Farkas decidida, persistente, acostumbrada a la dificultad de obtener datos fiables en un territorio particularmente opaco, el de las finanzas, habitado por personajes con una influencia casi irresistible por múltiples razones.

Menos indulgente ha sido Clint Eastwood en Richard Jewell (2019). El film es una zurra a la prensa capaz de emponzoñar la vida de cualquiera. Con fake news o, incluso, con medias verdades. The Washington Post ha dicho que es la película más trumpista que se ha perpetrado. Pues porque ataca a dos enemigos del presidente: el FBI (que lo ha investigado) y la prensa (que el presidente acusa de embustera). Se basa en personajes auténticos. Es la historia real de Jewell, un bonifacio que trabaja como agente de seguridad. En Atlanta, durante los Juegos Olímpicos, descubre durante un concierto una bolsa sospechosa. Y evita que la bomba, al explotar, cause una masacre mayor. Jewell es tratado como un héroe hasta que una periodista del diario local, Kathy Scrugg, publica que Jewell está en la lista de sospechosos del FBI de haber colocado el explosivo. Una noticia totalmente confirmada. De repente su vida se volverá un infierno. Algo perfectamente descrito por Eastwood. El problema es que presenta una reportera, fallecida en 2001, sin escrúpulos, que se alegra del atentado porque es una noticia que dará juego y utiliza sus encantos para seducir a la fuente policial. Su diario, The Atlanta Journal-Constitution, ha tomado la delantera y demandado al cineasta por el falso retrato que hace de la periodista. El director del periódico escribió en The Washington Post que resulta chocante que un film basado en un hecho real esté tan plagado de distorsiones y que su director se una al sostenido y alarmante asalto político a la credibilidad de las organizaciones periodísticas de la nación. El crítico de The New York Times dijo que el retrato de la periodista era caricaturesco y tan demoníaco que, en la última secuencia, se la imaginaba a las puertas del infierno.

Otra historia real, con otra reportera y estrenada el año pasado es La corresponsal (A private war), de Matthew Heineman. Un retrato académico y, esta vez, laudatorio, de Marie Colvin, una aplaudida periodista que testificó sobre varias guerras recientes y falleció en un campo de batalla a los 56 años (Homs, Siria, febrero de 2012). La lástima es que Heineman parece más interesado en lo que tienen de espectáculo las batallas que en proponer una reflexión sobre el particular oficio de corresponsal de guerra. Por ejemplo, el director abandona una escena, donde la periodista va a recibir un premio de la sociedad londinense, antes de que Colvin empiece a hablar. La hermana de la periodista ha comentado que este biopic es bastante exacto en lo profesional, pero mucho menos en el retrato de su vida personal. Sobre Colvin, además, hay un libro y un documental. Otro asunto que también ha tenido triple tratamiento ha sido el final del fundador de Fox News, Roger Ailes. Un documental, una serie y, lo último, una película (El escándalo), muy sencillita. Quizá es en la serie donde se aprecia mejor la dificultad de construir la fraternidad entre las víctimas del abusador para derribar a la bestia.

Pionera victoriana

Pensando en esta crónica he revisado en casa filmes sobre mujeres periodistas pioneras. El más curioso, aunque no se trate de una gran obra, es A woman rebels (Una mujer se rebela, 1936, Mark Sandrich). Presenta a Pam, hija de la distinguida familia británica de los Thistlewaite. Estamos en la época victoriana. Harta del rigor paterno, se instala en Londres y trabaja en la secretaría de una pequeña revista de costura. Un día, aprovechando la ausencia del director, escribe un editorial criticando el papel que tiene adjudicado la mujer en la sociedad inglesa. El director lee su revista con aquella soflama y…tiembla. Cree que le hundirá la clientela, pero cuando se acerca a la redacción resulta que hay una cola de damas queriendo conseguir un ejemplar. La revista, a partir de entonces, liderará el combate por la liberación femenina.

Howard Good (Girl reporter, gender, journalism and the movies, 1998) teoriza en su libro porqué el cine estadounidense entre los años treinta y sesenta prodigó películas de mujeres periodistas. Es un efecto indirecto del código de censura. El trabajo era un territorio donde mostrar pasión sin alertar a los burócratas de la censura. Una plaza, además, donde el personaje femenino podía tratar de tú a tú al masculino. Y un cine que explora argumentos muy concretos: la carrera profesional como un objetivo por encima de la boda; la oficina como nuevo hogar; los colegas en lugar de la familia y la libertad nocturna que se opone a la domesticidad de la clase media.

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El western ha presentado mujeres periodistas de distinto pelaje. No son lo mismo la editora de Cimarrón que la debutante de La venganza de Frank James. Ni éstas tienen nada que ver con la valiente Prudence de Texas lady, a quien nadie arrodilla. Si la cosa sigue así, espero que no, en otra crónica hablaremos de ellas.

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