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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Primera semana: el futuro cerrado

Esta crisis debe servir para devolver a la sanidad pública la prioridad absoluta. Ahora se están pagando los destrozos hechos con los furores privatizadores de final de siglo

Josep Ramoneda
Dos vecinos, en un balcón en el barrio de la Barceloneta.
Dos vecinos, en un balcón en el barrio de la Barceloneta.Albert Garcia

1.- Un estado de alarma es una situación de excepción, por tanto limitada en el tiempo. Se declara para reforzar el confinamiento que supone la suspensión de derechos básicos de las personas, empezando por el más elemental: poder circular libremente. Es una situación que hace tres meses no estaba en el imaginario ciudadano. Y, de pronto, encerrados por una emergencia sanitaria. Ni las patrias, ni las ideologías, sólo el riesgo para la salud —que interpela directamente al cuerpo que somos— puede provocar la aceptación acrítica de una medida que modifica por completo los ritmos, los tiempos y los perímetros de nuestras vidas. Separados, aislados, para ir todos a una. Esta es la paradoja del momento. Con el peso de una amenaza que sigue creciendo y la promesa de un pico que no llega pero que los médicos cuentan por días.

El medio es el mensaje y las conversaciones no presenciales no son lo mismo que un encuentro en casa o en un café. Pero ahora mismo el estado de ánimo que uno percibe es de resignada asunción de una realidad incómoda con temor a que las costuras se vayan estrechando a medida que pasen los días. Pesa el miedo (a ser contaminado), la culpa (de una posible contaminación) y la incertidumbre que crece día a día. “Nunca había visto el futuro tan cerrado”, me dice un amigo. Por aquí se abrirán las brechas del malestar y de la indisciplina. ¿Se han valorado los límites y riesgos del confinamiento? ¿Se cuenta con los problemas de salud física y mental que pueden incorporarse como efecto del encierro? Apelo a las viejas virtudes cardinales: prudencia, fortaleza y templanza. La cuarta, la justicia, debería ser el motor del plan de choque y de los proyectos de recuperación.

2.- Unidad es el argumento central del discurso político. Cuando los gobernantes se enfrentan a una realidad que les supera no tienen otro recurso que la dramatización retórica. ¿Cuál es el sueño del gobernante? La unidad: todos con él, que es lo contrario de la pelea permanente de la vida parlamentaria. Saben que es una fantasía pero se aferran a ella. Y, en la emergencia, es la forma de apelar a la ciudadanía al sacrificio, cerrando a los adversarios cualquier tentación de romperla. Todos lo saben: la unidad perdurará justo hasta el momento en que se perciba que ya no penaliza romperla. Y algunos ya apuntan hacia el día después, cuando el plan de choque del gobierno se enfrente a la costosa recuperación de la normalidad perdida. Hasta entonces sólo aquellos más sectarios que sólo hablan para los suyos osarán politizar la crisis. Y cuesta entender que encuentren cómplices científicos para ir a la pelea.

Vamos a ganar esta batalla. Saldremos reforzados. Juntos somos muy fuertes y lo conseguiremos. Es el recurso retórico del momento que alcanza diferentes niveles según la capacidad comunicativa de cada sujeto. No es lo mismo Macron que Pedro Sánchez, que Angela Merkel o que Felipe VI, que parece mentira que no tuviera un asesor capaz de aconsejarle de que no se emitiera un vídeo tan desabrido. El objetivo lo sabemos: que el miedo retenga al personal. Pero la falta de expectativas carga mucho el ambiente. Y por esta vía se puede conseguir sumisión, pero no confianza. Para tranquilizar, dirán, está el plan de choque, con su potente titular: doscientos mil millones para que nadie se quede atrás. De acuerdo, pero la eficacia del plan depende fundamentalmente de un factor: la simplicidad y rapidez en su ejecución. Y todos conocemos la lentitud burocrática de la administración. Ahí se juega el gobierno buena parte de su crédito.

3.- Primer tema de la agenda para el día después: la sanidad. Esta crisis debe servir para devolver a la sanidad pública la prioridad absoluta. Ahora se están pagando los destrozos hechos con los furores privatizadores de final de siglo y con el castigo que se le infligió -y con ella a todos nosotros- al cargarle parte de la factura de la crisis con las infaustas políticas de austeridad.

La crisis de la Covid-19 ha sacado también los colores a la Unión Europea que ha hecho exhibición permanente de su inanidad. Los propios Estados la han dejado fuera de juega. Se ha impuesto la urgencia y los tiempos de la tecnocracia europea no saben lo que ello significa. ¿Qué hacer con Europa? Otra urgencia para el día después.

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