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A la caza del prófugo del confinamiento

Barcelona activa a 58 agentes cívicos para evitar que la gente vaya a la playa y los parques

Dos agentes conversan con un vecino que tomaba el sol en la puerta de su casa.
Dos agentes conversan con un vecino que tomaba el sol en la puerta de su casa.Albert Garcia (EL PAÍS)
Alfonso L. Congostrina

“La semana pasada alertábamos a los ciclistas de que no podían circular por las aceras. Regañábamos un poco a los turistas que iban por la calle sin camiseta, avisábamos a la Guardia Urbana cuando había mojiteros en esta o en otra playa, venta ambulante, bicitaxistas ilegales… Todas las funciones que llevábamos a cabo desaparecieron de la noche a la mañana con el coronavirus”, admitía ayer Xavi Escolà, uno de los coordinadores de los 58 agentes cívicos de Barcelona. Al declararse la pandemia desaparecieron los turistas (con o sin camiseta), los ciclistas, los manteros…

Ada Colau firmó un decreto para aplicar el estado de alarma a la ciudad. Entonces, el pasado fin de semana, la alcaldesa ya tenía pensado cuál sería el nuevo papel que asumirían los agentes cívicos: seguirían peinando las calles, pero para interceptar a los ciudadanos díscolos que desoyen las obligaciones de reclusión y que intentan escaparse del confinamiento en plena pandemia.

Ayer fue el día en que los agentes cívicos regresaron a las calles. Un cuerpo de casi 60 efectivos que recorre en parejas la ciudad y que, aunque jurídicamente no tiene autoridad, amedrenta conductas con su uniforme naranja. Mientras dure la alarma lo harán por las playas y los parques para vigilar que estos lugares de ocio permanezcan vacíos.

Los cinco kilómetros del litoral barcelonés estaban ayer totalmente aislados por cintas policiales. No se podía bajar a la arena. De hecho, Guardia Urbana y Mossos d’Esquadra tuvieron que ponerse muy estrictos el pasado domingo para expulsar de la arena a todo aquel que creyó que era el mejor lugar para confinarse. Ayer los agentes cívicos se unieron a la vigilancia.

“Vuelva a su casa”

10.45 de la mañana en el Port Olímpic de Barcelona. Dos agentes cívicos interceptan a un turista haciendo fotos al mar. “Señor, no puede estar aquí. Tiene que recluirse en casa”, informa uno de los agentes cívicos, que se cubre con una mascarilla. “Ya, ya…”, contesta el individuo en manga corta y pantalón corto mientras se separa solo unos metros y continúa haciendo fotos. “Aquí es donde nos falta la autoridad. No nos queda otra que llamar a la Urbana”, lamenta. Mientras continúan supervisando al turista —con síntomas de haber bebido algo más que agua— paran a un ciclista: “No se puede circular, váyase a casa”, le dicen mientras el deportista no deja de pedalear y hace caso omiso a las indicaciones.

El panorama en el litoral barcelonés es desértico. Solo se ven coches policiales. Vehículos de los Mossos d’Esquadra y la Guardia Urbana, policías motorizados y furgonetas de antidisturbios. Agentes dispersos por varios puntos de la vía pública con el claro objetivo de hacer respetar el confinamiento.

En la playa del Somorrostro, el panorama es idéntico con alguna diferencia. “Estamos delante del Hospital del Mar, a veces sale un sanitario o el familiar de algún enfermo a la puerta”, informa la agente cívico Eva Torres, que de alguna manera sabe que este tipo de personas no está allí por gusto. Conforme los agentes se acercan a la playa de la Barceloneta y Sant Miquel comienzan a aparecer los más insolidarios con la reclusión. “Esta mañana le he tenido que decir a una chica que no podía estar tomando el sol en la playa”, lamenta Norman Sastre, otro de los agentes cívicos. La joven turista acabó marchándose de la playa sin más. Y es que la diferencia entre los agentes cívicos y los policías es que los del uniforme naranja no pueden sancionar.

En la Barceloneta, una pareja de agentes de la Guardia Urbana denuncian a una persona que se ha saltado el confinamiento para dar de comer a las palomas. Mientras, los agentes cívicos continúan con su ronda. Un anciano lee en la puerta de su casa. Una de las planta baja de 27 metros cuadrados en el barrio pesquero de la Barceloneta . “Tiene que meterse dentro de casa, señor”, le piden los agentes cívicos. “Yo no tengo balcón. De hecho, este trozo es como mi balcón. Solo quería disfrutar de los 20 minutos que toca el sol en la puerta”, sonríe el señor mientras se mete de nuevo en su vivienda de 27 metros.

En la calle del Judici, tocando con la playa, hay una pelea entre tres personas sin techo. Uno de ellos lleva una mascarilla. Cuatro agentes de los Mossos les identifican. Mientras, un vecino desde una ventana grita: “Llevan aquí toda la semana haciendo lo que les da la gana. Lleváoslos, tienen que estar confinados”. El coordinador de los agentes cívicos es claro: “Cuando viene la policía, nosotros no tenemos nada que hacer”.

Los agentes cívicos trabajarán mientras dure la crisis por turnos de 8:00 a 19:30 todos los días de la semana. “Tenemos guantes, mascarilla y gel antiséptico y con este material prestaremos este servicio tan diferente durante estos días tan extraños”, advierte Escolà.

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