Comparece el Estado
El Estado nos protege porque los ciudadanos le hemos dado este único objetivo. Y nos garantiza nuestros derechos. Hacer que funcione exige competencia en los dirigentes y en los funcionarios
El pasado martes 10 de marzo por la mañana me levanté pensando que debía escribir pronto mi artículo para publicar el día siguiente, pues tenía una reunión a última hora de la mañana y ocupada la tarde. Durante la semana suelo ir apuntando temas de actualidad para comentar, esta vez tenía muchos en cartera: la penosa instrumentalización del feminismo para que el proyecto de ley de libertad sexual estuviera aprobado antes del 8 de marzo, la fragilidad del Gobierno debido a sus contradicciones internas, el escrache universitario a Pablo Iglesias o donde las dan las toman, la maliciosa ignorancia que supone equiparar “marco constitucional” con “seguridad jurídica” en los previsibles acuerdos entre Estado y Generalitat… Un buen ramillete de temas para un corto faldón. Pero inmediatamente cambié de criterio: el periodismo es actualidad, urgencia y, sobre todo, importancia del tema.
¿Por qué este súbito cambio? Al entrar en mi correo, hacia las 10 de la mañana, tenía dos mails en los que se me comunicaba que se suspendían las dos reuniones convocadas para aquel día. A lo largo de la mañana, y en las horas siguientes, se desconvocaban las citas para los demás días, fueran del carácter que fueran. ¿Qué estaba pasando? El coronavirus, naturalmente. La toma de conciencia general acerca de que nos encontrábamos ante una inesperada y peligrosa situación.
Les confieso que de entrada me sorprendió tanta rapidez y unanimidad. Durante el fin de semana se habían celebrado partidos de fútbol, el congreso de Vox, la manifestación en Perpiñán convocada por Puigdemont y la manifestación del Día de la Mujer en varias ciudades de España con especial relevancia en Madrid. Los cines y teatros permanecían abiertos, también los restaurantes y los bares, las terrazas a tope, el Rastro madrileño abarrotado… Por eso he dicho que la nueva situación era inesperada, al menos para los simples ciudadanos, nada alarmados todavía con el virus que inmediatamente nos llevaría de cabeza.
Tiempo habrá para pedir explicaciones a nuestros gobernantes sobre los motivos para ocultarnos la gravedad de la situación, aunque algunas sospechas parecen fundadas. Ahora no es el momento de recriminar nada a nadie pero no hay duda que en este Gobierno y en sus aledaños hay auténticos amateurs de la política, solo preocupados por sus intereses de partido, por la propaganda de sus ideas, ignorantes de la historia y de la economía, cuyos conocimientos se reducen a la teoría de juegos y su manual de cabecera es la serie televisiva “Juego de Tronos”. Estos irresponsables ignoran lo que significa gobernar en serio, es decir, con sentido de Estado, incluso ignoran lo que es el Estado.
Pero no todos son así, también en el Gobierno, con todas sus flaquezas, hay personas competentes y responsables, con la cabeza en su lugar. Esto se fue constatando a lo largo de la semana y comenzó el mismo martes con una rueda de prensa del ministro de Sanidad, Salvador Illa, que desde hace años ha acreditado tanto sus conocimientos en la gestión pública como su prudencia y seriedad como político.
En todo caso, con sus palabras empezamos a temblar: las medidas que se iban a adoptar para hacer frente a esta pandemia global frenarían seguramente la expansión del virus pero también darían lugar a una crisis económica y social de dimensiones incalculables. Se nos empezó a plantear que pueden ser más graves las consecuencias del remedio que la misma enfermedad. Y así estamos a día de hoy.
Pero con una certeza: el Estado, por fin, ha ocupado su papel protagonista en la escena pública. Lo percibí claramente la noche del domingo durante los parlamentos de los cuatro ministros que forman el gabinete de crisis. Una hora antes se había publicado el decreto que declaraba el estado de alarma, muy detallado y con buena factura técnica. Los ministros, todos del PSOE y encabezados por Illa, dieron sobrada muestra de lo que se traían entre manos.
Un Estado, al menos desde Hobbes, es cosa muy seria: es un gran artefacto que nos protege porque los ciudadanos le hemos dado este único objetivo. Y nos protege para garantizar nuestros derechos, los derechos de todos por igual. Hacer que funcione este mecanismo no es fácil, exige competencia en los dirigentes y competencia en los funcionarios, aquellos que deben ejecutar órdenes de sus superiores. Me tranquilizaron, relativamente, claro, los ministros. Por fin había comparecido el Estado.
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